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El creativo de la cerveza

El brewmeister recordó todo el camino recorrido hasta desarrollar una bebida de alta calidad, ganadora de premios internacionales. 

Por Romina Oddone
| 22 de agosto de 2022

Un encuentro fortuito despertó la chispa de la curiosidad de Bruno Ferrari por la elaboración artesanal de la cerveza. Tenía 18 años cuando decidió que era momento de dejar el seno familiar y empezar a experimentar la vida a su manera. A dedo, recorrió el sur argentino, llegó hasta Ushuaia y regresó a Buenos Aires. La última estación fue en Cholila, en Chubut, donde se asentó para trabajar en un campo. En ese lugar, desprovisto de electricidad, pero lleno de otras maravillas, conoció a quien sería su mentor e inspirador en su nueva pasión: Carlos Barbeito, un amigo de su patrón de aquel momento. El hombre sabía cómo hacer cerveza casera y con eso Ferrari entendió que no solo las máquinas podían hacer birras.

 

Berlina llegó unos 4 años más tarde, pero antes de esa marca tan renombrada en Argentina y Latinoamérica, hubo un primer experimento que fue la semilla de toda esta aventura. “A mí me flasheó la idea, realmente me fascinó y me pareció muy interesante entonces tomé a Carlos como mi gurú y ahí me fui para San Martín de los Andes a hacer mi birra, se llamaba La Mimosa de los Andes. Comencé vendiéndola en una proveeduría ambulante y cuando llegó el verano la llevé por los campings. Al tiempo, me di cuenta de que me encantaba hacer birra, pero que no sabía nada, entonces decidí irme a Alemania a estudiar”, recordó.

 

 

 

Estuvo 3 años en Europa, donde se recibió de brewmeister —maestro cervecero—, que en Alemania es un título universitario. Ya con ese diploma debajo del brazo se fue a Nueva Zelanda a trabajar en la producción de vino, que también es algo que le gusta mucho. "Volví y me reencontré con mis hermanos y mi viejo en Bariloche y ahí empezamos con el mundo Berlina en 2004”, contó Ferrari.

 

De cervezas artesanales, Ferrari había probado, pero muy poco, eran los 2000 y todavía el auge por el desarrollo de las bebidas de autor era un nicho poco conocido y explotado. A La Mimosa de los Andes le encontró muchos errores, pero todos por desconocimiento en la técnica de fermentación, de maceración y hervor, sin embargo, reconoció que ese fruto tuvo como acierto las ganas y el espíritu que transmitía. “El sabor era terrible, pero tenía un espíritu hermoso, inquieto, muy vivo, esas cosas creo que las seguimos reflejando en la birra de hoy, pero con más amabilidad a la hora de tomarla”, remarcó.

 

Tenía 19 años Bruno cuando descubrió que la cerveza se vendía y había gente dispuesta a invertir. En ese mismo acto, entendió que lo que estaba haciendo era algo serio. Y preguntando a gente con más experiencia concluyó en que había facultades donde se podía estudiar sobre la elaboración de cerveza.
 

 

De esa experiencia, Ferrari entendió que el aprendizaje es un camino de ida y que no existe un podio de llegada. Sabe que cuanto más aprende más le falta conocer, pero a él eso lo divierte al punto de convertirlo en su forma de vida.

 

“Creo que el fuerte de la cervecería artesanal en Argentina viene de todo aquel que entiende que esto es una cultura y no una moda, entonces hay mucho para crecer. La cultura no tiene techo, no empacha, ni engorda, hay mucho espacio para crecer".

 

Poético en su manera de expresarse, el inventor dijo que cree en las almas y en las manos argentinas para la cerveza y para las bebidas en general. "Creo que la debilidad que tenemos es que a veces hay mucha gente improvisada con intenciones de lanzarse en el movimiento, sin darse tiempo de aprender; existe una curva exponencial de aprendizaje que hay que tener para saltar de un hobbie a un oficio. Pero por otro lado, también creo en la potencia de tantos hobbistas que hay haciendo birra, porque eso también es un semillero y de ahí se sale y aparecen paladares inteligentes para jugar las birras”, reflexionó. 

 

 

 

El especialista advirtió que Argentina tiene una gran virtud, hay una plantación muy grande de lúpulo que se da muy bien en la zona de El Bolsón, en la Patagonia. “Los lúpulos crecen en dos grandes franjas en el planeta, en el paralelo 40 y 42, que son dos cinturones en ambos hemisferios; en el norte crecen en toda la zona de Norteamérica, en Yakima Valley, y atraviesa Reino Unido. En el sur, pasa por la Patagonia argentina, Chile y cruza la zona de Nueva Zelanda y Australia. Quienes están cerca de esos dos cinturones están bendecidos y nosotros estamos muy bien”. 

 

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