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Unos cuantos contrastes insoportables y absurdos

Por redacción
| 18 de septiembre de 2022

La Argentina de los contrastes parece inagotable. Pareciera que todo puede suceder. Que la sucesión de imágenes antagónicas es permanente. El margen para que puedan ocurrir situaciones particulares y contrapuestas parece inagotable. En casi todos los ámbitos. Muchos sucesos no encuentran explicación. Y lo más difícil de comprender es la convivencia entre algunas situaciones que enorgullecen y otras que degradan hasta límites indeseables. A veces, parecen situaciones menores, o sin demasiada trascendencia, pero no dejan de ser evidencias de una degradación preocupante.

 

El mejor jugador de básquet argentino, Emanuel Ginóbili, cuatro veces campeón de la NBA con San Antonio Spurs, fue elegido como nuevo miembro del Salón de la Fama, al que se unió el sábado 10 de septiembre tras una ceremonia para la camada 2022. El ingreso a ese selecto grupo reconoce y premia a jugadores que demostraron una gran destreza y popularidad en el básquet a lo largo de su carrera, a entrenadores y a árbitros con una gran contribución al mundo de este deporte. Es el primer basquetbolista de la Argentina en lograr esta distinción y el quinto sudamericano. Luego de surgir en la Liga Nacional de Básquetbol con Andino de La Rioja, el escolta pasó a Estudiantes de Bahía Blanca y desde allí dio el salto a Europa para jugar en el Reggio Calabria y en Kinder Bologna. En San Antonio ganó el anillo de la NBA en 2003, 2005, 2007 y 2014, formando un trío de excepción con el base francés Tony Parker y el pivote estadounidense Tim Duncan, bajo la conducción del entrenador Gregg Popovich. El jugador número 20 de los Spurs, cuya casaca cuelga en el estadio, fue dos veces elegido para el Juego de las Estrellas (2005 y 2011), obtuvo el premio al Mejor Sexto Hombre en 2008 y se despidió de la NBA con un total de 14.043 puntos, 4.001 asistencias, 3.697 rebotes y 1.392 robos. Al mismo tiempo, Ginóbili se dedicó a hacer historia en el seleccionado argentino como miembro de la Generación Dorada que logró el subcampeonato en el Mundial de Indianápolis 2002, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos Atenas 2004 y la de bronce en Beijing 2008. "No estoy aquí por mis logros individuales, sino por lo que obtuve en equipos como los que me tocó integrar en los (San Antonio) Spurs que dominó la década del 2000", sostuvo el bahiense, de 45 años, en un pasaje de la ceremonia que se desarrolló en el James Naismith Basketball Hall of Fame de la ciudad de Springfield, estado de Massachusetts, en los Estados Unidos. Un logro formidable de un argentino serio, sensato y admirable.

 

En la medianoche de cada domingo, un canal de televisión abierta presenta un programa de debate futbolístico. Varios periodistas que asumen el famoso rol de panelistas y un conductor que intenta coordinar los contrapuntos. El último domingo se había disputado lo que los expertos llaman el superclásico, encuentro que suele exacerbar las pasiones y generar los más variados comentarios y las más disparatadas interpretaciones. A poco de iniciado el mencionado programa, comenzó una discusión bastante subida de tono. En medio de la disputa verbal, un periodista de más de cincuenta años de trayectoria en distintos medios fue calificado de ridículo por uno de sus colegas. Esto generó una respuesta supuestamente sorpresiva: un insulto absolutamente impropio para cualquier ámbito, y mucho más para un medio de comunicación. Como paso siguiente se puso de pie, se colocó frente a su compañero y comenzó a arrojarle reiterados golpes de puño que no llegaron a destino. Una imagen tristísima. Un disparate que no puede pasar desapercibido. El calibre de los insultos espanta. Un verdadero despropósito. El conductor del programa quedó vacilante, amagó alguna reacción, fue a un corte y no supo cómo seguir. Y eso que suele ser alguien que frena a sus compañeros cuando lanzan ciertas ideas. “Eso es muy fuerte”, suele ser su latiguillo para detener algunos discursos que no son de su agrado. En épocas muy tristes, hubo censores y organismos rectores de lo que se podía y no se podía decir. Que nunca vuelvan. Pero parece imprescindible que de alguna manera se eviten semejantes despropósitos. El público no merece semejantes faltas de respeto, propias de quienes se cargan de narcisismo, quieren imponer sus posturas y se desubican con demasiada frecuencia.

 

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