Fe que lastima

La cruz que hay que cargar en un mundo lleno de hipocresía es pesada. La fe es usada como herramienta del error, en un tedio ardiente de vanagloria. En el fanatismo, también se oculta la idolatría.

Recientemente, se realizó un encuentro interreligioso en la iglesia Catedral, a instancias de la Jornada Mundial por la Paz, impulsada por el Papa Francisco. Hubo oración, puesta en común, diálogo. Fue un buen ejemplo de amor, tolerancia y entendimiento. Ver a Dios en la mirada del otro. Al fin y al cabo, todos venimos de la misma fuente y vamos a ella.

Fue inevitable recordar el encuentro entre Francisco de Asís y el sultán de Egipto, durante la quinta cruzada. Los referentes puntanos rezaron juntos la oración del santo que dice: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Donde hay odio, que lleve yo el amor…”. Fue emocionante.

El obispo Gabriel Barba fue el anfitrión; estuvo acompañado por el sacerdote Daniel Chillemi. Y estuvieron presentes representantes de la Colectividad Judía, de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, de la Iglesia Cristiana Evangélica San Luis Centro, de la agrupación Social Cultural Africanista, de la comunidad Bahaí y de la Escuela Científica Basilio. Todos unidos por un mismo fin, sin importar las diferencias. No hubo grietas de ningún tipo.

Sin embargo, los ultraconservadores salieron a la lucha con la espada de la palabra y masacraron sin piedad. Varios faltaron el respeto. Fue la antítesis del amor de Jesucristo.

Desde “infiltración modernista”, pasando por las “herejías del Concilio Vaticano II”, hasta el pedido de un rosario para “reparar las ofensas” de monseñor dieron la vuelta en una batalla impensada. Lo único que les faltaba eran los escudos, el odio para combatir ya estaba enquistado.

El mayor enojo lo generó la bendición final, donde Barba no mencionó al Hijo. Es decir, en vez de expresar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, dijo “en el nombre del Padre y del Espíritu Santo”. Puede que la omisión haya sido por un simple error o en señal de respeto por el resto de los credos. De una u otra manera, la señal de la cruz se hizo. Y cualquiera que conozca a Barba puede inferir que es un hombre de un corazón puro. No es un brujo que busca el fin de la Iglesia desde sus entrañas.

Sin embargo, la piedad es algo escasa en el corazón de los guardianes conservadores. Muchos se preocupan y aborrecen los pecados de la cintura para abajo, tiemblan ante quienes encuentran a Dios en otras religiones, pero omiten conscientemente los pecados de la lengua (que son más crueles).

Por providencia, el encuentro fue más trascendente que el rechazo. Y dejó mensajes fundamentales. “Los jóvenes y los niños queremos vivir en paz. Que todos puedan estudiar y desarrollarse, vivir entre juegos y alegrías en sus casas y con sus familias. Dice el profeta Isaías: ‘Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del mensajero que proclama la paz’”, dijo la niña Bianca Gómez.

“Oh, Dios creador, fuente de igualdad, perfección y amor. Con fe y esperanza pedimos tu protección. Por la paz en este mundo necesitado de unión, sublime creador, armonía imperecedera, buscamos tu amparo en la palabra certera del amado maestro Jesús de Nazaret. Por la armonía en esta humanidad adolecida de perdón, venerable Jesús, que con tus sabias enseñanzas aprendamos a amar en vez de odiar, a respetar a nuestros hermanos, para que esta —tu amada humanidad— familia sea fortalecida en la fraternidad. Que la paz sea la luz que nos señale el sendero a la redención”, expresó César Ferreyra, de la Escuela Científica Basilio. 

Todos somos del mismo linaje. Fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios. Desde el culto que sea, hay que honrar el regalo de la vida tratando de hacer el bien, de amar al otro, no de cualquier manera, sino como a uno mismo. Por más golpes en el pecho que nos demos, por más ayuno que hagamos, por más veces que nos confesemos, por más rosarios que recemos, la mejor ofrenda que podemos dar a Dios es hacer el bien, ser instrumentos de paz, justos, dignos y fieles. No hay tristeza más grande que una fe seca.

En la práctica de la virtud se manifiesta el sendero de la paz.