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Los hilos de la corona

El periodista y licenciado en relaciones internacionales abrió las puertas de su palacio de conocimiento sobre la realeza para analizar a las figuras de la monarquía más importantes del siglo. Máxima Zorreguieta, uno de sus objetos de estudio.

Por Astrid Moreno
| 06 de febrero de 2023

El especialista de la realeza Rodolfo Vera Calderón encontró su pasión por las monarquías por fuera de las tiaras, los vestidos pomposos y los amoríos. Es la historia, el legado y cómo cambian la vida de los pueblos que lideran lo que motivó al periodista y licenciado en Relaciones Internacionales a investigar las vidas de personajes como Isabel II y Juan Carlos I. A la reina de los Países Bajos, la argentina Máxima Zorreguieta, le dedicó uno de sus libros: "Máxima: la construcción de una reina".

 

 

—¿Cómo empezaste a interesarte por la realeza?

 

—Realmente es algo que fue casualidad. Mi madre y mi abuela siempre leyeron muchas revistas del corazón. En mi casa siempre se tocaron esos temas, crecí un poco escuchando sobre la realeza y me divertía mucho. Me parecía muy alejado y anacrónico pero al mismo tiempo me fascinaba. Para esto no se estudia, sino que es algo que aprendés interesándote, reteniendo datos y entendiendo los sucesos de la historia. Es muy interesante, a pesar de que uno a veces se queda en la idea de la tiara, el vestido, la parroquia y el palacio. Muchas veces, cuando estudiaba mi carrera universitaria, que es Relaciones Internacionales, era muy interesante ver cómo la historia tiene que ver con la realeza. Hay familias de medio oriente y realezas muy presentes que marcan la vida de los pueblos hasta el día de hoy. Hay países que continúan siendo absolutistas, lo que lo hace aún más anacrónico. Por ejemplo, Qatar, que estuvo en el ojo del huracán por ser la sede del Mundial, es un emirato absolutista donde el emir es el amo y señor. Esa relación me interesa mucho; también cómo los reyes marcan épocas, etapas y estilos. Me parece un mundo fascinante en el que hay muchas lecturas, más allá de lo que se ve o lo que la gente y la prensa rosa describen. Solo hay que ir un poquito más allá y estar expuesto a lo distinto e interesante de este mundo.

 

 

—¿Cómo fue que decidiste mudarte a Argentina?

 

—Me vine a estudiar Periodismo en 2004. Venía de hacer un master en Washington en Estudios Latinoamericanos, pero siempre tuve al periodismo como una espinita de lo que quería estudiar: me gustaba mucho porque mi abuelo fundó un diario en México. Me anoté en un programa que era un master de un año en Clarín y me vine a estudiar. La vida me fue dejando acá. Me radiqué y me encariñé muchísimo con Argentina, me parece un país único y fascinante en el mundo; me han dado mucho, estoy muy agradecido y me siento en mi lugar en el mundo.

 

 

—Tenemos realeza argentina. Escribiste un libro sobre Máxima Zorreguieta.

 

—Máxima es un personaje muy interesante que a mí me tocó descubrir. Yo ya conocía algo de su historia y de su vida, pero cuando me convertí en editor de la revista ¡Hola! trabajaba todos los temas de realeza. Escribí cientos de notas sobre Máxima y cubrí la asunción de su marido como rey. Por el medio en el que trabajaba no podía contar las cosas ignotas, sino que siempre mostrábamos el costado positivo del personaje. Pero, en el periodismo, uno se va enterando de cosas y anécdotas. En un momento renuncié a la revista y comencé a colaborar con la edición de España. Cuando Máxima iba a cumplir 50, me ofrecieron de una editorial escribir esta biografía. Me puse en contacto con Paula Galloni y entre los dos nos pusimos el trabajo al hombro: salió un libro que no es complaciente, que sale de la crónica rosa, que realmente describe a una mujer con sus luces y sombras que tiene mucha personalidad.

 

 

—¿Podrías describir a Máxima?

 

—Es muy calculadora, ambiciosa y amante del dinero. Tocó el cielo con las manos. Llegó al círculo más anhelado por su entorno. Creció en una familia sumamente burguesa, con un padre vinculado a la derecha, por no decir a la dictadura. Fue al Norland, un colegio que le dio muchas herramientas para poder resaltar y al que tuvo que ingresar porque no pudo ir a uno católico, como su madre hubiera querido, porque estaba floja de papeles, si se quiere decir. En ese entonces Argentina era muy conservadora y pacata. Entonces, su madre la inscribió en un colegio laico donde no era requisito tener la libreta de matrimonio de sus padres. Eso le terminó jugando a favor, porque se relacionó muy bien e hizo amigas que hasta el día de hoy la frecuentan y la contienen.

 

 

—Máxima es muy hermética con la prensa…

 

—Sí, descubrimos muchas cosas fascinantes sobre un perfil que nadie conocía y nos dimos cuenta que hay una Máxima que quiere contar un relato y una historia que no sé si se apega mucho a la realidad. Esto también tiene mucho que ver con la sociedad en la que creció, con el entorno en el que se crió, siendo reina se empodera y tiene la capacidad de influir en el relato de lo que se dice sobre ella en Holanda. En Argentina es un poco más difícil, porque hay más libertad de expresión que allá, en donde hay todo un tabú sobre la familia real. A mí me sorprendió mucho, no podíamos creer que un país donde ofrecen servicios sexuales en vidrieras y te venden marihuana libremente no se pueda investigar e informar sobre la familia real. Me parece irónico y totalmente extraño, pero es así. Se contrapone con lo que vemos de ella como una mujer sonriente, alegre y colorida. Máxima nunca dio entrevistas a medios que no sean del Estado y que ella pueda controlar totalmente el contenido y la dirección. No hay un espaldarazo de parte de la corona de lo que es la libertad de prensa. A mí me llama poderosamente la atención, pero así es cómo funciona.

 

 

—Por lo que comentás y el título del libro, "La Construcción de una reina", no fue casual que terminara como monarca...

 

—Su padre fue un gran operador, un hombre que siempre estuvo escalando los peldaños del poder y muy vinculado con grupos ricos, poderosos e influyentes. La primera mujer de Jorge Zorreguieta, con quien tuvo tres hijas, es Marta López Gil, una terrateniente de la zona de Pergamino. Así fue como él entró al mundo rural y agropecuario: él le manejaba los campos a su primera mujer y ahí es donde conoce a la mamá de Máxima. Jorge jugaba al polo amateur y María del Carmen iba a estos partidos para conseguir hombres ricos e influyentes. Empezó una historia de amor en la que, según pudimos averiguar, el padre de Máxima pudo traerla a Buenos Aires contratándola como niñera de sus primeros tres hijos. En ese entonces no existía el divorcio en Argentina, sino que tenía que ser de mutuo acuerdo, pero su primera mujer no se lo iba a dar y si iban a juicio, él iba a perder. Así que Jorge se fue a vivir con la madre de Máxima, pero no se pudieron casar hasta 1987; para ese entonces ella tenía 16 años. Así que creció con ese estigma de que sus padres vivían fuera de la costumbre y de como lo hacía el círculo donde se movían. Hubo ciertos factores que la fueron marcando y que ella fue, con el tiempo, queriendo enmendar con sus logros y actitud, como un contrapeso. La muerte del padre fue un alivio para ella, porque finalmente dejaron de escarbar en ese pasado; esa fue de las pocas cosas que le quitaron el sueño, pero al final se casó y, lamentablemente, su madre decidió no ir al casamiento, lo cual sorprende porque ¿qué madre, si su hija va a ser princesa, no va al casamiento? Eso lleva a pensar en qué entorno creció Máxima, con qué ideas creció y fue educada.

 

 

—¿Por qué la corona española no está tan legitimada por el pueblo como en Inglaterra?

 

—Juan Carlos I fue sucesor de Franco. La monarquía vino después de tener 40 años de dictadura franquista, cuando existía la pena de muerte por garrote vil, una forma muy cruel de morir. Fue un régimen totalmente autoritario en el que muere Franco y nombra como sucesor a Juan Carlos. Él asume en un país que venía de una dictadura tremenda y le toca crear todos los procesos para que España pueda hacer esa transición a la democracia. Es ahí donde lo aplaudo de pie: supo muy bien manejar a los actores y los intereses que estaban alrededor. Después se convirtió en una democracia y logró que entre en la Unión Europea. Sin embargo, la figura de Juan Carlos seguía ahí y mucha gente no se acuerda de cómo él propició ese proceso de democracia, más las generaciones jóvenes. Fue una monarquía a la que le costó mucho volver a ocupar ese lugar, que finalmente lo logró y mucha gente quiso mucho al rey y a su mujer, Sofía. Después, como pasa muchas veces, el poder corrompe hasta al más inteligente. Salió a la luz el tráfico de influencias, las comisiones, los amantes y eso de matar elefantes en medio de la sabana. Empezó a hacer cosas que lo llevaron a un autoexilio para que la monarquía no se viera perjudicada.

 

 

—En la historia de las monarquías se ven mujeres con reinados muy exitosos…

 

—A Isabel le tocó un período de la historia muy cambiante. Cuando llegó al trono había pasado una Guerra Mundial, la descolonización de África, después toda la Guerra Fría y vivir ese momento de tensión entre la Unión Soviética y Estados Unidos, en el que Inglaterra tenía el condicional de que había sido parte de los aliados que liberaron a Europa del nazismo. Fue un período donde todo el tiempo la figura del monarca tuvo un peso, desde un papel institucional, muy importante. Lo mismo ocurrió con la reina Victoria: le tocó la Revolución Industrial, el dominio colonial de Gran Bretaña y lo lideró una mujer. Es un tema de coincidencia y no si eran mujeres u hombres; también hubo grandes reyes. Luis XIV ha sido el monarca más emblemático en muchos sentidos, pero al ser mujeres muchas veces se les mal exigía ser más astutas e inteligentes.

 

 

—¿Cómo se enfrenta Carlos a tener que reinar luego de suceder a la monarca con más años en el trono?

 

—Isabel II afrontó muchas cosas y, a pesar de todo, seguía siendo una mujer respetada en una institución delicada pero fuerte; era como un poder constante en un mundo de cambios y eso lo vemos hasta el día de hoy. Sigue siendo constante el papel de la realeza en la política británica. Obviamente, desde que empezó la monarquía británica en el año 1100, las cosas se modernizaron y Carlos también cambiará cosas; tiene su estilo, había temas que no se tocaban que ahora entrarán en el debate público. Cada monarca también tiene sus intereses. A Isabel le encantaba la política y era una mujer que estaba muy interesada en los derechos de los trabajadores y la salud pública. Carlos ahora está muy vinculado al medio ambiente, es un hombre a quien el cambio climático lo desvela, está muy metido en la agricultura sustentable y en los tiempos que corren me parece excelente que un monarca los traiga al debate público.

 

 

—¿Qué tanto perjudica su reinado todo lo sucedido con Lady Di?

 

—Creo que ahí la mala de la película fue Camilla. A ella le tocó llevarse el lado más ingrato de esta historia, pero los tres fueron víctimas de un sistema encorsetado. Diana se convirtió en alguien a quien no podían controlar porque, por un lado, la gente la amaba y, en apariencia, eran la pareja perfecta. Representaban todo lo que se piensa que es la monarquía y lo que todo el mundo persigue y sueña, pero en el fondo, en el palacio, se detestaban y se decían cosas dolorosas. Ella se convirtió en algo incontrolable y eso, justamente, fue lo que molestó a Carlos.

 

 

—¿Camilla se llevó la peor parte?

 

—Recibió la crítica de toda la opinión pública y el rechazo de su propia familia. Sufrió mucho y, encima, tuvo que ganarse el cariño de un pueblo que la odiaba; eso tiene un mérito enorme. Lo hizo con mucha dignidad, muy discreta y paciente. Él será un buen rey porque tiene a la mujer que siempre amó a su lado y eso es fundamental para un monarca.

 

 

—¿Por qué creés que siguen existiendo las monarquías?

 

—El 40 por ciento de los países del mundo son monarquías, lo cual habla de hasta qué punto un sistema como la monarquía es mejor que una república. Hay una persona por encima de la política que le puede poner el límite y trae a debate temas importantes para el pueblo que los políticos no traen, porque no dan votos, como la salud pública o el abuso sexual infantil. Eso es muy interesante: cómo un monarca, al estar por encima de la política, puede meterse en cosas que son buenas para su gente.

 

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