18°SAN LUIS - Domingo 28 de Abril de 2024

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Sedevacantismo, ignorancia y odio

Entristece. Las redes sociales manifiestan decenas de comentarios ofensivos y agravios hacia el Papa Francisco. Comunista, peronista, progresista, kirchnerista, y tantas otras calificaciones (algunas de ellas irrepetibles), abundan frente a sus acciones y modo de llevar adelante uno de los ejes fundamentales: la doctrina social de la Iglesia. Las apreciaciones van más allá de la opinión y golpean en lo hondo de lo personal y espiritual. Muchos con sed de un quiebre en su liderazgo.

 

Esta estructura de irreverencias se profundiza incluso en la mirada de fieles católicos que arremeten la figura del Sumo Pontífice en un embudo abrumador. Es entonces que irrumpen tres conceptos oscuros: sedevacantismo, ignorancia y odio.

 

Lo que acontece no es nuevo. Deviene de la época posterior al Concilio Vaticano II, donde miles de personas se negaron a ciertas afirmaciones de la reunión de obispos y la reforma litúrgica. En oposición a diferentes ideas, quebraban el mandato de la obediencia.

 

El sacerdote, teólogo y especialista en demonología, José Antonio Fortea, lo define de un modo muy concreto. En una entrevista publicada en su canal de YouTube, subrayó que los adeptos a estas ideas eran conscientes de que incurrían en una grave contradicción porque defendían la desobediencia alegando la tradición. Mientras que uno de los principios de la tradición era la obediencia al Santo Padre.

 

Tras mucho tiempo de divagar sin encontrar una solución teológica, empezó a aparecer una corriente que afirmaba que se podía justificar esta suerte de rebeldía si el Papa no era tal. Y la única forma de que no lo fuera, era que la sede estuviera vacante (de ahí sedevacantismo).

 

Pero para comprender esta fantasía que data de largo tiempo y que en los últimos años ha tomado impulso, hay que conocer los pormenores del cónclave donde se define al sucesor de Pedro. Se trata de una reunión de los príncipes de la Iglesia en la que oran para que Dios los ilumine y puedan votar al Papa. Es un encuentro profundamente espiritual, pero tal como lo describe Fortea, además es un acto jurídico en sí mismo, con implicaciones legales eclesiásticas de extrema precisión. 

 

Cuando se vota y el candidato acepta, no cabe la menor duda del hecho jurídico que acontece. Los cardenales pasan uno a uno a besar el anillo. Y ya después, en la misa de inicio de pontificado, los cardenales vuelven —pero esta vez delante del clero y el pueblo— a besar su anillo, es decir, todos reconocen que el Papa es el sucesor de Pedro. No hay ninguna duda.

 

Aun así, miles de hermanos católicos atacan la figura del líder espiritual, lo critican, lo defenestran. Incluso lo consideran un usurpador (y tantas otras teorías conspirativas que no dan lugar a la coherencia). Estas manifestaciones están basadas en la ignorancia, y la ignorancia lleva al odio.

 

El odio ha agrietado la sociedad a límites impensados y ese humo negro hoy se transforma en una intolerancia que se aleja por completo del evangelio, causando un aborrecimiento generalizado. Como dice el atisbo bíblico, “quien no está conmigo, está contra mí. Y quien no recoge conmigo, desparrama”.

 

En el odio a Francisco hay en realidad un odio y una manifiesta aberración a los planteos de la fe. En la línea de lo que postuló el padre Pepe Di Paola en la reciente misa de desagravio a Francisco, “el Papa es aquel que guía”. Y en esa iluminación, la columna vertical es el Evangelio, que nos plantea el amor al prójimo como el mandamiento más importante; no un amor de cualquier manera, sino que hay que amar como a uno mismo. Esa es la base de la doctrina social de la Iglesia, la base de la fe. La base en la que el Papa quiere tender puentes en un mundo lleno de muros.

 

En quienes somos creyentes viene bien retomar la oración franciscana por la paz, que dice textualmente: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que allí donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, ponga yo perdón; donde haya discordia, ponga yo unión; donde haya error, ponga yo verdad (…)”

 

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