Más urbanos y vulnerables
La pobreza, aunque ha disminuido en América Latina y el Caribe en lo que va de siglo, muestra una nueva cara, la de la amenazante vulnerabilidad de la población en esa situación a medida que se vuelve menos rural y más urbana.
El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), deja claro que no sólo hay más pobreza urbana, sino que también un mayor porcentaje de la población es altamente vulnerable.
Hay una franja de la población que permanece por encima del umbral de pobreza, pero a la que una enfermedad, o la pérdida de un ingreso en el hogar, la empuja por debajo de la línea.
Ya no es suficiente con sacar a las personas de la pobreza; hay que pensar en el siguiente paso, continuar ese camino, que la población pueda consolidarse, con una clase media estable que tenga mecanismos para que en momentos de estrés o choque su consumo no tenga caídas fuertes.
Es una época en que los choques son más comunes -por eventos climáticos extremos, por ejemplo- y existe mucha volatilidad económica - financiera, en un mundo mucho más interconectado en el que cualquier golpe en cualquier parte del mundo produce un contagio muy directo.
A partir de la década de los años ’50 del siglo pasado, América Latina y el Caribe experimentó un rápido proceso de urbanización, convirtiéndose en una de las regiones más urbanizadas del mundo.
Actualmente, el 82% de la población vive en áreas urbanas, en comparación con el promedio mundial de 58%, según el (PNUD).
En las últimas dos décadas, la región avanzó en la reducción de la pobreza extrema y la pobreza en general. Aún con retrocesos desde 2014, registró en el año 2022 su tasa de pobreza más baja (26%), con ligeros descensos estimados para 2023 (25,2%) y 2024 (25%).
La pobreza abarcaba en 2023 a 27,3% de la población de la región, que tiene 663 millones de personas. Eso significa que 172 millones de personas en la región no cuentan con ingresos suficientes para cubrir sus necesidades elementales (pobreza general).
Entre ellas, 66 millones no pueden adquirir una canasta básica de alimentos (pobreza extrema). Pero son cifras mejores, hasta en cinco puntos porcentuales, con respecto a 2020, el peor año de la pandemia.
Pese a los avances, preocupa que la velocidad de reducción de la pobreza que empieza a desacelerarse, porque la región está creciendo menos.
La proporción de personas pobres que viven en las áreas urbanas de la región aumentó de 66% en el año 2000 a 73% en 2022, y el cambio es más dramático entre quienes viven en situación de pobreza extrema, pues la proporción de los pobres extremos urbanos pasó de 48 a 68% en el mismo período.
La pobreza urbana aumentó notablemente durante la crisis de las materias primas de 2014, -y también durante la pandemia-, lo que revela que la pobreza urbana es más propensa a aumentar en tiempos de recesión económica que la pobreza rural.
Los hogares urbanos están más vinculados a la economía de mercado que los rurales, lo que los hace más vulnerables a las fluctuaciones económicas y a los cambios en el empleo que las acompañan.
Por contraste, los medios de vida rurales permiten a los hogares estrategias como la agricultura de subsistencia, la reasignación de trabajo, el apoyo de la comunidad o la venta de activos como el ganado, para hacer frente a los choques. Son opciones que los residentes urbanos generalmente no poseen.
Otro rasgo destacado en el nuevo rostro de la pobreza urbana es que suele concentrarse en asentamientos informales en las periferias de las ciudades, donde el hacinamiento y el acceso limitado a servicios básicos crean desafíos adicionales.
Más urbanos, y más vulnerables.


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