La palabra de un testigo fue una ráfaga que echó por tierra el pilar en el que Mario Molina y su abogado sostenían su estrategia de defensa. Una fuente reveló ayer que esa declaración derrumbó de modo contundente la coartada que había dado Molina, acusado junto a su pareja Esperanza Alejandra Barzola de matar a golpes a Nazarena Molina, su hija de seis meses.
Molina, el único de los imputados que declaró en la indagatoria ante la jueza Penal Nº 3 Virginia Palacios, había asegurado que no había estado en su casa en el lapso en el que la menor recibió los golpes más recientes, que la llevaron a fallecer el viernes 28 de noviembre. Además de sacarse de “tiempo y espacio”, el joven cargó todas las culpas sobre Barzola. Dijo que ella tenía brotes de violencia, que le pegaba a Nazarena y a la otra hija que tienen en común, Valentina, de un año y medio.
Con el testimonio de ayer “quedó al descubierto la falacia que había dicho Molina”, consideró el defensor oficial Carlos Salazar, quien intenta demostrar por todos los medios que Barzola no tuvo responsabilidad en el final de la vida de Nazarena y que fue víctima de los castigos, las intimidaciones y el sometimiento de su concubino.
La narración que pone a Molina en una situación complicada es la del dueño de un campo ubicado a unos 20 o 25 kilómetros de San Luis Capital.
El domingo, Molina le contó a la magistardo que entre el miércoles 26 y el viernes 28 de noviembre había hecho tareas de desmalezado y destroncado en ese establecimiento rural.
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