Pedro Orozco tiene 86 años, 70 de ellos como carpintero y sin fecha de retiro en vista aún. Él quería ser mecánico pero, como no le quedó otra, aprendió este otro oficio. El trabajo duro le demostró que casi no hay límites para lo que puede hacer. Se perfeccionó con uno de los mejores artesanos de la provincia, Vicente Lucero, formó a otros carpinteros por más de tres décadas y continúa con el taller que lo llevó a construir puertas, techos y hasta casas completas en otras partes de la Argentina.
"Sería muy bueno que en la escuela técnica enseñen el oficio como antes"
Tal vez, a simple vista, luzca como un hombre de su edad. Pero, a los pocos segundos de escucharlo, uno cae en la cuenta de que su espíritu parece no combinar mucho con su número de documento. No puede estar quieto mucho tiempo, cuando habla se asegura de que el otro entienda lo que quiere decir y, si es necesario, ilustra lo que cuenta con un dibujo. Parte de las mañas que adquirió en sus años de docente y todavía no puede abandonar. “Aunque por ahí tengo algún achaque, todavía no pienso en jubilarme. ¿Para qué? No puedo quedarme con los brazos cruzados”, se responde muy convencido, con un cuaderno y lapicera en mano, por si acaso.
Su casa dice mucho de él. Casi puede decir que la hizo en su totalidad con sus propias manos. El piso, el techo, los muebles, todas las puertas y las ventanas, las mesas, las sillas, hasta los muebles más diminutos y la escalera que conduce a la segunda planta son de madera. “Para hacer (la escalera) uno tiene que calcular que los pasos humanos tienen entre sesenta y cuatro y sesenta y seis centímetros. Desde la “nariz” –extremo superior donde se unen el peldaño y la alzada de los escalones- hasta el pasamano debe tener cierta altura. En Argentina los hacemos de ochenta y ocho centímetros, los ingleses, en cambio, las fabrican de noventa pero es porque ellos son más altos”, explica mientras señala cada una de las partes de su creación.
Como toda su familia, Pedro es de la localidad norteña de Cortaderas. “Vivíamos en el campo. Éramos ocho hermanos y mi papá era obrero rural, de esos que hacían de todo”, cuenta. Cuando cumplió los 16 viajó hasta la ciudad de Rosario y se internó en la escuela católica “Don Bosco”. “Estuve ahí cinco años. Como era, además, una escuela técnica nos enseñaban un oficio”, narra.
Pero su primera opción no fue la que todos imaginan. “Antes era importante ser mecánico, yo quería ser electromecánico. Pero como no alcancé a inscribirme, llegué tarde, sólo podía elegir entre orfebre, tipógrafo y carpintero. Me quedé con lo último”, reconoce con una sonrisa. El tiempo le guardó una sorpresa.
“Me empezó a gustar. Es un oficio creativo. Como la música y otras expresiones del arte, la carpintería tiene diferentes estilos. Fue una de las primeras cosas que nos enseñaron. Eso -señala una repisa de cuatro pisos que cuelga en una de las paredes del living, de madera bien lustrada, color caoba y con bordes curvos y calados- es de estilo inglés”, ejemplifica.
En el '51 Pedro se graduó. Con el título bajo el brazo, regresó a Cortaderas. “Mi idea era volver a Santa Fe, quería irme a vivir, pero no había plata (risas). Entonces, me quedé. Un día un amigo me pidió que le hiciera una puerta. Le dije que ahí, en mi pueblo, no podía construírsela porque no tenía ni el lugar ni las herramientas. Me dieron permiso en una carpintería de Villa Mercedes para hacer ese trabajo. Cuando terminé el dueño me dijo: ‘¿No te querés quedar?’. Acepté”, cuenta. Y no se fue más.
“Conseguí laburo en un negocio que estaba sobre calle Tucumán. A los dos o tres años, en el '54, entré en la escuela”, recuerda. En la ENET Nº 1 "Ingeniero A. Mercau" lo esperaba un gran artesano: Vicente Lucero. “Era un escultor, pero también hacía trabajos de madera, era un artesano innato –resalta todavía admirado de todo lo que aprendió de su amigo- Un día me dijo ‘vos, tenés cara de gaucho. Hizo un busto de madera con mi cara. No sé, me vio cara de gaucho”, expresa con risas de por medio. Pero no puede con su genio y pregunta: "¿Querés que te lo enseñe?". Ante el sí de esta periodista, sube, muy ansioso, hasta la segunda planta de su casa a buscar el retrato que su amigo, el artista, le obsequió. “Por supuesto, que lo hizo cuando yo era más joven”, aclara mientras muestra con mucho orgullo la creación de Vicente.
Mientras daba clases, abrió su propio taller al lado del departamentito que alquilaba en calle Intendente Leyes, casi Belgrano. “Al principio no tenía muchas maquinarias, todo lo compré de a poco. Trabajé diez o quince años con dos alumnos, cuando se fueron, otro viejo estudiante, Carlos Alberto Cardón, vino. Somos socios desde hace cuarenta y siete años ya”, cuenta sobre quien aprecia como un hermano.
Pedro dividía, como podía, su rutina entre la escuela y su comercio. Después de 32 años en la docencia decidió retirarse de las aulas. “Me dediqué, exclusivamente, a mi negocio”, dice. Aún así el tiempo parecía no alcanzarle.
“Hacíamos de todo. Techos, escaleras, una casa completa en Buenos Aires. También hicimos un par de cosas en Córdoba y, ahora, nos dedicamos a perforar los agujeros de las celosías, lo hacemos para toda la provincia”, comenta.
Pese a que trabajo no le falta, reconoce que ha habido muchos cambios. “En Argentina no se respetó la tala de madera. Es obligación si sacas un árbol poner dos de la misma especie. Lo que pasa es que–explica mientras se ayuda con las manos- para crear un roble, un cedro o un petiribí, un árbol con madera de calidad, tenés que hacer el grupo familiar, o sea, poner varias plantas juntas que se dan calor entre ellas y crecen. Eso no pasa con el pino, porque lo pones en hilera, lo cubrís para que no lo coman los pájaros y nada más. Y eso es lo que hacen, poner algún que otro pino”, explica con lamento. “La madera en nuestro país está desapareciendo”, revela.
Después de siete décadas y mucha "cancha", este particular hombre admite que no hay mayores secretos en el rubro. Aunque es cierto que existen maderas que son más duras y pesadas que otras, no hay mucha diferencia entre trabajar una u otra, una vez que tenés la práctica. "Hay maderas que ya no se consiguen. Muchos trabajan con la fibra fácil y, por eso, no sale lo mismo comprar una puerta en un lugar que, con marco y todo, te la venden a seiscientos pesos a que te lo hagamos a medida y con madera en nuestro taller", compara con un guiño.
"La carpintería es apasionante y muy creativa. Mientras me dé el cuero, no me pienso retirar", dice y se le dibuja una mueca.


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