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Alejandro Gaido, un estilo en la cultura puntana

Por redacción
| 22 de abril de 2014
| Ángel Altavilla

Vocación y tozudez pocas veces se diferencian, pero conocer a alguien que lleva consigo el gusto por la cultura es grato, y saber que si él no baja los brazos, otros lo seguirán en el camino, vale la pena.

 

"Aprender de cada ser con el que te cruzás en la vida: no tiene precio"


Alejandro Gaido es un referente de la música en San Luis, no sólo porque fundó hace más de 20 años una banda llamada Dixon, sino que trabajó en la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Tilisarao. “Desde que llegué sentí la necesidad de generar algo en cuestiones culturales y musicales, por eso acepté el puesto”, aclara Gaido, quien desde su Buenos Aires natal pisó suelo puntano por razones de salud, y con el tiempo hizo rancho en los pagos que fueron un sinónimo suyo. Desde allá venía a la capital, a ensayar con los integrantes que vivían acá.

 


“A Dixon lo formé en el '91, veníamos de una (banda) que se llamaba 'Veneno'… y éramos un veneno total”, ríe y aporta gracia al relato, una particularidad que no evita ni siquiera en vivo. “Ya son 24 años de la formación, con tanto tiempo encima uno ya se siente viejo, pero es un orgullo mantenernos vigentes tanto tiempo”.

 


No sólo coordinó horarios para ensayar o componer, sino que encontró músicos afines a un género que no es fácil. Mucho menos cuando se mudó a Tilisarao, para cambiar de aire sin dejar de tocar. Tampoco ayudó el deceso del bajista Marcelo Di Gennaro, quien enfermó el "Día del Amigo del '96", y murió a los dos días. “Eso fue un cimbronazo fuerte para cambiar pero lo que no podía era dejar la música. Reestructuré el grupo con los que tuvieran ganas de seguir”, dice mirando al costado. Se renueva la ronda de café y la pausa amerita levantar el ánimo.

 


Tanta constancia logró que ganaran un concurso provincial para tocar en Cosquín Rock, el festival más federal del país, el mismo día que Deep Purple, influencia directa del combo. “Fue un orgullo” dice, y tras un trago la taza toca la mesa. Mira fijo como si no creyera lo que va a contar: “Aunque desde ahí se armó una debacle porque no aprovechamos lo que ese festival nos generó, nos abrió un montón de puertas y de invitaciones a tocar por el país… pero algunos integrantes no estaban de acuerdo y pretendían que el hilo conductor fuera otro ¡hasta cambiar el estilo!” acota en tono fuerte, confirmando que no podía permitir esa herejía, y así fue que el primer grupo puntano que tocó en Cosquín se disolvió. “Hoy estoy con otros músicos, que trabajamos duro para recuperar ese lugar que en su momento ganamos” dice con la actitud que lo caracteriza.

 


Tratando de alejarse de lo institucional, compró una librería en La Toma, y de alguna manera sigue ligado a cuestiones culturales, incluso esperando la edición de un libro propio. “Un proyecto de años al que le di forma hace poco. Siempre me gustó escribir,  pero como nunca lo hice, recurrí a alguien para que lo corrija un poquito, y pronto saldrá a la luz”, anticipa, mientras abre otra veta cultural, la literaria.

 


Claro que cada paso que un hombre da está pautado por la mujer que lo acompaña. Y si en ese caso ella está a la altura de las circunstancias, entonces la carga es menos pesada. Su esposa, Eugenia Magallanes, y sus hijos Andrea, Sebastián, Cristian, Valentino, Santino y Ariana, saben que a papá le gusta tocar y lo heredaron. Incluso la más grande estudia música en la Universidad de San Luis, todos tienen la misma identidad musical.

 


“Muchas veces me vi en la necesidad de sacrificar bienes materiales para tener buenos equipos, mejores amplificadores, guitarras, incluso para que alguno de la banda sonara bien”, un cabeceo al mozo indica el pedido, y como en voz baja dice que alguna vez pudo cambiar por un modelo más nuevo el auto que tiene.

 


“No sé si llamarlo sacrificio pero sí dejar de lado cuestiones que eran el bienestar de mi familia. Pero siempre tuve su apoyo y nunca tuve problemas, por lo que prioricé tener una banda que sonara bien. Costó esfuerzo no sacrificio”, se reivindica.

 


“A mis cuarenta y cuatro años hago un balance altamente positivo porque me enriquecí muchísimo en la Secretaría de Cultura y con Dixon, conocí gente maravillosa con la que aprendés. Lo más beneficioso es aprender de cada ser con el que te cruzás en la vida: no tiene precio”.

 


Una vida llena de alegrías, tristezas, tragedia y gloria, pero de la que siempre salió adelante a fuerza de tesón: Gaido no puede decir que se aburrió todo este tiempo.

 


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