SAN LUIS - Domingo 29 de Junio de 2025

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Los Nellar, hábiles comerciantes y pioneros en el rubro cerealero y de la panificación

Por redacción
| 15 de octubre de 2015
Navidad de 1983. Ramón, Leopoldo, Oscar y Juan Carlos (arriba). María del Carmen, Estela, don Leopoldo Nellar, Norma y María Matilde (abajo) en la casa paterna.

El matrimonio Nellar-Sabá se formalizó el 7 de abril de 1947. Leopoldo había conocido a Matilde Sabá, muy cerca de su negocio, por avenida Justo Daract pasando Almirante Brown, en la capital provincial. Allí uno de sus hermanos tenía una forrajería y ella venía siempre de vacaciones.

 


En julio de 1949 tuvieron su primer hijo, Juan Gabriel, que llevaba el nombre de los dos abuelos, pero tres días después falleció. "Mi madre tuvo dos mujeres (Norma y Estela) y cuando quedó embarazada por cuarta vez, se encomendó a San Ramón, patrono de las mujeres parturientas", revela Oscar Ramón. "Así nació Juan Carlos, después Leopoldo, Ramón y yo, a todos nos puso Ramón en su honor. Cinco años después nacieron las mellizas, pero ellas obviamente no siguieron esa tendencia. Ésa es la historia de por qué todos nos llamamos Ramón", revela.

 


Oscar dice que su abuelo Gabriel –que había inaugurado en 1894 “La Media Luna”, una tienda en Junín y Colón– fue concejal de la ciudad ad honórem en 1907 y ocupó cargos muy importantes dentro de la sociedad puntana. Su temprana muerte sorprendió a muchos, fundamentalmente a su familia. María Abdala había perdido a su compañero de toda la vida y de ello se hizo cargo su hijo Leopoldo Santos.

 


Él había comprado una propiedad a sus tíos Abdala y abrió las puertas de la “Panadería Nellar”, cuando en la capital había unos pocos negocios dedicados a ese rubro. Hizo valer su amistad y ofreció sus productos de panificación al GADA 161. Con el tiempo el Ejército fue aumentando su caudal de soldados llegando a tener unos 1.500 conscriptos. Les ofreció polenta, sémola, maíz blanco molido (para la mazamorra y el locro), todas comidas proteicas y calóricas. “Era común ver en la puerta de la molienda a los carros conducidos por soldados y tirados por caballos percherones, que llegaban a retirar sus productos”, explica.

 


El negocio de Leopoldo se fue ampliando y en 1960 compró una máquina para hacer polenta, sémola más una peladora y moledora de trigo, que todavía están en uso. “Mi padre agrandó el comercio hasta convertirlo en una molienda, sin descuidar la panadería. Le vendía todos sus productos a unidades militares con asiento en Uspallata, Puente del Inca, Tupungato, San Juan y toda la zona cordillerana. Venían en camiones a buscar la mercadería”, detalla.

 


Dice que cuando se avecinaba una fiesta patria y el Ejército debía colaborar ofreciendo chocolate caliente, tenían que fabricar más de 1.700 bollitos dulces para que los repartieran entre los niños.

 


Oscar recuerda con orgullo a su padre, precisa que en 1956 Leopoldo tenía 38 años y fue nombrado presidente del Banco Provincia. Dos años después, Julio Alberto Domeniconi, gobernador de San Luis, lo designa ministro de Hacienda, Economía y Obras Públicas. También integraban el gabinete Antonio Esteban Agüero, Carlos Maqueda, el escribano Ricardo Bertín y Cruz Ortiz, entre otros. Bajo su órbita ministerial se trajeron a San Luis, cinco fábricas. De Checoeslovaquia, la de cemento, por la que se enfrentó a todos porque pensaban que estaba comprando ideología, pero nada lo amedrentó al ministro y fue instalada en La Calera. La de calzado; la de alfombras, que funcionó en el templo Santo Domingo; la de Ropería y Manchapo; el frigorífico terminal del oeste de CAP, en Villa Mercedes; la fábrica de leche Artimer. También tuvo intervención en la construcción del edificio del Correo Argentino en San Luis y fue uno de los fundadores de la Cámara de Comercio e Industria.

 


El por entonces ministro vivió una situación particular en su gestión. Debió viajar a Buenos Aires y llegó a entrevistarse con el presidente de la Nación, Arturo Frondizi, para pedirle que liberara la prohibición que pesaba sobre las máquinas traídas de Checoeslovaquia para armar la fábrica, que habían sido retenidas en el Puerto de Buenos Aires. Y la apuesta le salió bien.

 


"Mis hermanas siempre cuentan que los checos habían traído de su país un inmenso jarrón de regalo para el ministro pero que él se encargó protocolarmente de rechazarlo. Ellos insistieron y se lo regalaron a mi madre que lo exhibía en casa. Mi padre jamás recibió un regalo o una dádiva. Era muy correcto y respetuoso”, asegura.

 


Oscar, que está al frente de la molienda, dice que en 1962 su padre y un señor de apellido Vílchez de Villa Mercedes, fueron a una interna para dirimir quién sería el candidato a gobernador por la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI). "Ya estaban en vías de dividirse ‑continúa‑. Oscar Allende fundaría el PI (Partido Intransigente), Rogelio Julio Frigerio el MID (Movimiento de Integración y Desarrollo). Domeniconi apoyaba a Vílchez. No pudo ser, un golpe militar acabó con las esperanzas de todos, pero siguieron siendo amigos con Domeniconi”.

 


Esa incursión, llevó a Leopoldo a desvincularse de la política y dedicarse de lleno a su empresa, "pese a que nuestra casa era permanentemente visitada por políticos de la época", rememora su hijo y agrega: "Él era como un consultor, un gran consumidor de libros y diarios, a tal punto que en San Luis fue el primer suscriptor de La Nación”.

 


A partir de ahí volcó todo su esfuerzo en la molienda, compró un terreno en el pasaje 8 (hoy calle Alberdi) y se convirtió en la única de San Luis que le vendía a todo Cuyo y en algunos casos a Villa Dolores y Río Cuarto. Ese negocio junto a la panadería seguían creciendo y llegaron a tener veinticinco empleados. En 1973 compró un molino harinero en Módena, Italia, que fue el primero en la provincia con capitales puntanos. "Mi padre estaba industrializando el pan, con esa máquina hacía harina de trigo. Recuerdo que compraron una propiedad al frente de la casa paterna con salida a la avenida Ejército de los Andes, allí se construyeron los boxes para el caballo moro que tiraba la carretela con más de cincuenta bolsas de pan por viaje a los cuarteles del GADA 161. Era una tarea de Celestino Fassetta que vivía sobre avenida España", añade.

 


"Celestino se jubiló con nosotros, fue un fiel empleado toda la vida, intachable, su hijo Omar Celestino también trabajó en la molienda. Con los años se fue a trabajar a la fábrica de Poxipol. Allí se jubiló, de vez en cuando pasa a saludarnos, vive en la calle Francia antes de Marcelino Poblet, como también lo fue Edgardo Rojas", admite.

 


El 11 de julio de 1975 la desgracia golpeó las puertas de los Nellar. Un tumor maligno terminó con la vida de Matilde Sabá, más conocida como "Matula". Era bondadosa, generosa y colaboradora, todo el mundo hablaba maravilla de ella. “Mi madre fue operada por el doctor Matera en el Hospital Militar pero a los veinte días, falleció, tenía 57 años y mucho para dar. Nos habían pegado un gran golpe, mi padre y mi abuela María (Sete) de 90 años, fueron los pilares donde nos apoyamos”.

 


Según Oscar, en los días previos su abuela había sufrido un accidente doméstico, se fracturó la cadera y dormía en la planta baja de la casa. "Mis padres dormían en la planta alta. Cuando mi madre se descompone, entramos en desesperación, todos buscábamos a la abuela y no estaba por ningún lado. Nadie sabe cómo, pero la encontramos junto a mi madre. Nunca más le dolió la cadera y no fue operada, fue como una especie de milagro”, expresa aún sorprendido.

 


Leopoldo, en cambio, murió el 2 de enero de 1984, víctima de un ACV. "Pero ya en 1981, lo habíamos perdido, fue un gran dolor su partida. Habíamos quedado los hijos que teníamos el empuje de nuestra juventud, pero la situación económica era angustiante", aclara y ahonda: "Le debíamos a los bancos Nación, Provincia, BUCI y Desarrollo, pagamos todas las deudas comunes, judiciales, laborales y a los abogados, actuamos como buenos hermanos que somos: unidos y solidarios. Salvamos las instancias de remate que nos agobiaban, con grandes esfuerzos y grandes sacrificios. Tuvimos que vender algunas propiedades pero eso fue lo de menos”, reconoce la herencia que recibieron.

 


Con una sonrisa dice que se refundaron. “Mi hermano Juan Carlos es abogado; Norma es licencia en administración de empresas; Estela es química y farmacéutica; Leopoldo, médico; las mellizas son maestras jardineras; Ramón integra el plantel de Sidersa en Justo Daract y en la casa materna tiene la fundación Matilde Sabá en homenaje a nuestra madre; y yo estoy al frente de Molinos San Luis”, ennumera y saca pecho porque admite que ahora están más fuertes que nunca. "Eso nos enseñaron nuestros antecesores, somos portadores de un apellido con historia, que nosotros debemos respetar y llevar adelante con orgullo, los Nellar algo hicieron  por la historia de San Luis”, sostiene con un gesto cómplice.

 


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