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La aventura sigue después de los 80

Por redacción
| 26 de abril de 2015
David Kravetz quier ser el primero en introducir la raza Piamontese en la región.

Con casi ochenta años, David Kravetz colgó su título de jubilado y arriesgó otra vez en el negocio de la ganadería. “Dicen que las viejas mañas no se van nunca”, reconoce como si la actividad fuera algo que lo tiene completamente domado. Pero la apuesta vino redoblada, porque volvió el circuito con una raza poco conocida en el país, la Piamontese. En esta nota, el retrato de un hombre inusual, ahora poseedor de una especie reproductora igual de extraordinaria.

 


 “Esta raza la vi por primera vez en la exposición ganadera de Palermo en 2002 y me impactó la musculatura de los toros, su fisonomía”, contó en el recorrido por su campo “Los Pumas”, ubicado al sur de El Morro, a dos kilómetros de la ruta 148 y a poco menos de 40 de Villa Mercedes. Ese avistaje conquistó su memoria y permaneció en su retina durante años.

 


“Me costó mucho conseguirlos porque ya nadie te vende el animal maduro, las cabañas sólo te venden para inseminar o a lo sumo un ternero; y yo a mi edad ya no tengo tiempo para esperar el crecimiento y desarrollo del animal. Quería tener un toro”, relató sobre el nacimiento de un capricho que lo acompañó hasta el año pasado.

 


En julio de 2014 ya no quiso esperar más y emprendió el viaje en busca de su capricho. “Me dijo voy y vuelvo. Cayó recién al mes siguiente con los animales”, relató el cuidador de la hacienda del campo sobre la odisea de la compra. Es que en el país sólo hay seis cabañas que la comercializan, la mayoría en la provincia de Buenos Aires, de hecho los que ahora tiene los adquirió en una de Brandsen y otra cerca de Pergamino.

 


“Soy el único que tiene este tipo de toros por acá. No vas a encontrarlos ni en Mendoza, ni en San Juan, ni en Córdoba, ni en Santa Fe”, acotó Kravetz, orgulloso sobre su adquisición, mientras miraba en el corral a los cinco majestuosos animales de pelaje níveo, suave, corto y de una musculatura perfectamente delineada.

 


Para ingresar al campo hay que desviarse dos kilómetros de la Ruta 148 (hoy autopista 55) que va hacia el norte provincial. Con 380 milímetros caídos en lo que va del año, sobre el camino todavía quedan huellas de las lluvias de verano, que sólo la camioneta de Kravetz  sobrepasa. Anda en una Ranger-Americana, cuatro por cuatro color bordeaux, una joya del 80 con 65 mil kilómetros. De esas que crujen y suenan como un motor de guerra, que a veces pueden llegar a ser traicioneras. Pero la mantiene impecable, casi como nueva, al igual que su establecimiento.

 


“Cuando llegué al campo, había alambrados rotos, caídos, todo pelado. Había que levantarlo”, aseguró. Sus años no lo intimaron, se arremangó los puños y así puso en funcionamiento las 370 hectáreas con la única herramienta con la que contaba: su trabajo. “Tenía lo justo y necesario como para comprar lo que hiciera falta”, aseguró don David, que demostró que la austeridad y la voluntad son sus rasgos distintivos.

 


Hoy tiene un establecimiento con 11 potreros y pasturas de todo tipo. “Tengo cebadilla, pasto llorón, y el año pasado hicimos algo de sorgo forrajero, que lo vamos a dejar para pastaje porque no tuvo un rendimiento óptimo”, comentó.

 


Pero la historia no se baraja así de simple. Su linaje trabajador viene de su padre polaco y su madre rusa, que tras la Segunda Guerra Mundial emigraron de Europa en busca de la tierra de esperanzas que prometía la Argentina. "Eran de la rama de los judíos ortodoxos", contó. De ellos heredó una parcela del campo, que estos luchadores habían adquirido en 1952 en Buena Esperanza, y que diluyeron entre sus cinco hermanos.

 


Ellos siguieron relacionados con la actividad pecuaria en el sur provincial. Él, en cambio, rumbeó de joven hacia otras provincias. Vivió 25 años en Quilumpa, un establecimiento de 12 mil hectáreas en Santiago del Estero, que la “bancocracia” se encargó de quitárselo en la década del '90, según aseguró, aún con un dejo de bronca.

 


Sin embargo, a los episodios desafortunados, Kravetz los digiere con rapidez y profundidad. Tira dos frases condenatorias a la política nacional de los '70 y los treinta años que le siguieron; los episodios de su vida cuando lo tenía todo, una deuda en un contexto inflacionario que lo dejó sin nada, y lanza un aforismo como para salir con soltura de la amargura.

 


“Estuve en la 1050 -de la dictadura militar- y en la 125. Fui a las marchas con (Hugo) Biolcati y (Alfredo) De Angeli en Entre Ríos”, comentó. Quizá el tiempo curtió su temperamento, porque luego cuenta un chiste, acompañado con una sonrisa  y una leve carcajada que intenta tapar, pero que se escapa en los movimientos sube y baja de sus hombros.

 


A su edad ya está despojado de formalidades, pero conserva la calidez. Viste camisa escocesa, boina, pañuelo al cuello y jeans azules gastados por el corral y el fuerte viento que envuelve las sierras del este puntano.

 


De pura raza

 


Don Kravetz es autodidacta, su conocimiento es pragmático. Toda su vida se dedicó a la cría y el engorde animal. Tras jubilarse y pasar algunos años con su mujer y sus hijos en Banfield, Buenos Aires -muy cerquita de donde vivía el gitano Sandro-, decidió volver y “darse el gusto” de comprar una raza italiana, poco vista en el país, pero que tiene más de 25 mil años de antigüedad.

 


“Mis hijos ya son grandes. Al mayor le gustan las motos, hace parapente y se mantiene con algunos laburitos en España; y al menor le queda muy poco para recibirse de médico. Lo que costó fue mi mujer...”, dijo con cierta picardía, aunque con cuarenta años de matrimonio, no necesitaron tantas palabras en el medio.

 


Ellos se quedaron allá y él regresó a San Luis para entrar nuevamente en actividad. En su casa de “Los Pumas” falta quizás la mano de una mujer, pero tiene todo lo que necesita un hombre. Guarda recortes de revistas descoloridas, es un asiduo lector de diarios y hasta intenta de vez en cuando incursionar en la escritura con una máquina de escribir Remington, a la vieja usanza. 

 


“Cuando volví, empecé con 42 vacas, 16 vaquillonas y 42 terneros. Son todas Hereford, aunque tengo cuatro Aberdeen Angus negras y dos coloradas”, explicó. A doce las entoró con las Piamontese: “Quiero ver qué tal salen ahora en agosto, en la primera parición”, indicó como si el resultado pudiera ser azaroso.

 


Lejos de eso, esta raza continental se destaca por los excelentes resultados que da en la cruza. De hecho, la asociación argentina que nuclea a sus productores asegura que en el mestizaje mejora “cuantitativamente y cualitativamente la producción de carne de todas las otras razas ya sean bovinas o zebuinas”, y da como ejemplo que si se cruza con una Hereford, el rendimiento es del 63 por ciento de carne de res.

 


Los animales imponen respeto, es una cuestión de tamaño. El más grande pesa casi 700 kilos y esta raza puede llegar a dar animales de hasta 1.200. Pero son dóciles y se adaptaron muy bien a la zona. Resisten las altas temperaturas y los ambientes húmedos.

 


Tienen un prepucio corto, que no los perjudica en pastos altos. Su precocidad reproductiva es muy alta, tanto en los machos como en las hembras. En un toro puro, se inicia la recolección de semen a los 13 meses y las hembras reciben su primer servicio entre los 14 y 16 meses.

 


De ahí que son muy activos y fértiles, pero su sello distintivo es la musculatura. “Son los fisicoculturistas de la ganadería. Yo los llamo doble pechuga, cuatro pecetos”, indicó Kravetz. Está a la vista, parecerían entrenados, son fornidos, cada músculo está perfectamente delineado. “Es como si levantaran pesas”, agregó.

 


Su carne es sana, magra, sin colesterol, y su desarrollo fisionómico da como resultado cortes de una terneza excepcional. “Al productor de hoy le interesan los kilos, el peso del animal, pero no tienen en cuenta la calidad de la carne. Esto es lo que aportan”, explicó con el entusiasmo de principiante pero con la mirada de la experiencia.

 


Eso explica los nombres de los cinco toros: Schwarzenegger, Rambo, Popeye, Toribio y Silvester Stallone, todos personajes musculados de la ficción. “Mirale bien los garrones y la postura.  Es algo especial porque el carnicero ya sabe dónde cortar”, insiste sobre las masas fornidas.

 


Además, son ideales para la cría extensiva. “Son finitos y largos al nacer, por lo que tienen una facilidad de parto del 95 por ciento”, comentó Kravetz que agregó que dan un destete a los 220 kilos.

 


“Quiero promocionar esta raza, porque son toros que tienen una estructura impresionante, que no se parecen a nada”, sentenció Kravetz, que dio a entender, una vez más, que ochenta años no son nada para encarar un nuevo proyecto, una nueva aventura.  

 


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