El tenor Rodrigo Ortiz, con la voz en la mano

En poco más de un año, Rodrigo Ortiz abrió puertas que jamás hubiera imaginado en su San Francisco natal. Aquel chico, que paseaba entre sierras y fue ayudante de carpintero, es el primer alumno puntano en la historia del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, una meca del canto lírico en América Latina. Pero además, es becario de la Fundación Música de Cámara y la semana próxima subirá por segunda vez al escenario del Salón Dorado del Teatro Colón.

En marzo de 2014 llegó a Buenos Aires para aspirar, junto a trescientos cantantes latinoamericanos, por uno de los puestos para ser alumno del Instituto Superior. “Fueron audiciones multitudinarias, de varios días, con cuatro evaluaciones, donde quedó gente en el camino. A la segunda etapa llegamos poco más de treinta”, dijo orgulloso Ortiz.

Ese segundo paso fue más exigente que las dos arias que debió interpretar en la primera parte. Fueron entonces otras dos piezas, aunque en el salón principal, ante tres mil butacas vacías, acompañado de un pianista y frente a un cuerpo de profesionales que quería comprobar si con su técnica vocal podía llenar el lugar. Al final ingresaron diez, de los cuales cuatro son tenores.

Rodrigo admitió que fueron instancias muy exigentes, pero le ayudó su formación de compositor y dirección musical que estudió, tras egresar de la escuela “Nicolás Antonio de San Luis” en 2003. En el último paso cumplió también con una evaluación, aunque no excluyente, de práctica escénica.

Ahora, mientras cursa el segundo año de la carrera de Canto, con especialidad en canto lírico, el tenor sabe que no puede bajar los brazos, pues tras una titularización a los cuatro años hay un quinto para hacer la maestría, pero deberá volver a validar su talento en audiciones.

Su rutina diaria comienza muy temprano, a las siete de la mañana, para poder tener a las diez la voz lista para tomar las clases en el instituto. A la tarde las clases son en la Fundación, cuyas salas aprovecha también para ejercitarse, hasta las diez de la noche. Y en su casa, siempre tiene algo de repertorio para preparar.

“Para mí es muy importante este sitio que ocupo, siento que es hasta milagroso. Estoy en el mejor lugar donde puedo estar y se debe a la ayuda de un montón de gente”, reconoció el joven que a los siete años cantaba folclore. Cuando terminó la secundaria ganó una beca de la Fundación Cultural Patagonia que le dio alojamiento en Río Negro para estudiar Composición. Allí conoció al maestro Roberto Britos con quien estudió. “No tenía un centavo y él me ayudó”, recordó. A partir de ese momento arrancó una carrera de estudios, perfeccionamiento y funciones que lo llevó incluso hasta la Ópera de Washington. En 2013 viajó regularmente a Buenos Aires para tomar clases con la maestra Graciela de Gyldenfeldt hasta que audicionó para el Instituto del Colón. Otro docente importante en su carrera es el maestro Guillermo Opitz, director de la Fundación que lo becó.

“En San Luis siempre he tenido el apoyo también, porque además de la preparación y el tiempo, esta carrera significa un esfuerzo económico extraordinario. Un día me di cuenta que tenía tres cartas de recomendación de las máximas autoridades de la lírica del país y ni un peso para pagar el pasaje de colectivo”, recordó entre risas. Dentro de sus mecenas locales están la Fundación Fisal, la Universidad de La Punta y el senador Adolfo Rodríguez Saá.

Cada tanto regresa a San Luis, alguna vez a cantar, pero sabe que si quiere seguir creciendo no puede detener su entrenamiento, de lunes a lunes.