SAN LUIS - Sabado 04 de Mayo de 2024

SAN LUIS - Sabado 04 de Mayo de 2024

EN VIVO

El castillo de Amaro Ojeda: está en El Chorrillo y se resiste al paso del tiempo

Por redacción
| 23 de julio de 2015
Acceso. La capilla donde estaba la imagen de la Virgen de La Merced, al fondo la casa de la familia Ojeda. El predio llegó a tener más de 900 hectáreas. | Foto: Alejandro Lorda.

Todo comenzó con una simple pregunta de una nena de 9 años a su abuela en una parada de colectivos de Juana Koslay, más precisamente en la calle 1º de Mayo y camino a la Aguada de Pueyrredón. Allí estaban, a la espera de un ómnibus que los trasladara a la ciudad de San Luis, María Eva Sosa y su nieta Pilar Macarena.¿Abuela porque esa iglesia es tan chiquita y no hay nada adentro?, consultó inocentemente la niña, a lo que la abuela asombrada le contestó: “No, no es una iglesia, es una capilla donde los dueños de esa propiedad veneraban a la Virgen de La Merced y que hoy ya no está”, dijo a modo aclaratorio.

 


Lo que pocos saben o prefieren no recordar es que la capilla en cuestión había sido construida cumpliendo un acto de puro amor, según la gente que vive en la zona de El Chorrillo. No cabe otra explicación. Dice la historia que a fines del siglo XIX ya no existían malones o montoneros que azotaran la zona de El Chorrillo y la capital sanluiseña, por eso, don Amaro Ojeda, su propietario, cumpliendo con la palabra empeñada a su esposa Mercedes, mandó a edificar una capilla u oratorio en el acceso de su propiedad, que tenía unas 900 hectáreas. Mientras tanto, compró e hizo traer de Portugal la imagen de la Virgen de La Merced, por especial pedido de su esposa a quien amaba entrañablemente.

 


El templo serviría para que las familias, los peones y los vecinos veneraran la imagen ya que no había iglesia en la zona. Don Amaro así, cumplía el pedido de su esposa, le manifestaba públicamente su amor y agradecimiento por transitar juntos tantos años en esa soledad y con tanto peligro.

 


Martha Edith Vivas Ojeda, bisnieta (Enrique, Roberto, y Ricardo son los otros) de aquellos pioneros, todavía hoy vive en esas tierras que supieron pertenecer a la gran familia Ojeda. Martha dice estar orgullosa de poder contar la pequeña historia “rescatada por familiares y vecinos, hijos y bisnietos de aquéllos que poblaron la zona llamada El Chorrillo”.

 


“A mediados del siglo XIX se construyó con adobones y adobes, una casa, en lo que hoy es el camino de la Aguada y la calle 20 de Noviembre de El Chorrillo, que perteneció a don Mateo Ojeda, quien había sido nombrado juez de Paz con jurisdicción en El Chorrillo, Cuchi Corral, San Roque, Las Chacras, El Volcán, Potrero de los Funes y muy posiblemente en Estancia Grande”.

 


Mateo Ojeda tenía que hacer cumplir la ley como juez y además poseía otra función: actuaba como “mirador”, una figura otorgada por el gobierno de aquellos años y que recibía a aquél que colaboraba en la seguridad de la incipiente población. Por eso, le habían entregado tantas hectáreas de  tierra. Según datos, comenzaba en lo que hoy es la calle América hasta la Iglesia de Fátima por ruta 20 y llegaba hasta la punta de las sierras.

 


Martha señala: “Los peones eran enviados a la cima de los cerros más altos y apostados en cuevas, cubiertos con ropa abrigada y con cueros, ‘oteaban’ el horizonte para distinguir alguna polvareda que anunciara la llegada de un malón. Inmediatamente comunicaban la novedad haciendo sonar una campana que avisaba a los lugareños y a la casa para que se prepararan ante una posible invasión. Al tiempo que enviaban un chasqui a San Luis con el mismo fin”.

 


Una generación siguiente tomó la responsabilidad de don Mateo. Nombraron a Amaro Daniel Ojeda, que en un principio fue juez de Paz y después procurador del ferrocarril. Don Amaro se había casado con Mercedes Serviliona Páez, una docente de la Escuela Normal de Mujeres de San Luis.

 


“Don Amaro ‑dice Martha‑ decide ampliar y hacer una construcción más amplia de la casa por lo que se trasladaron por un tiempo a una propiedad que tenían en la calle Pringles al 1000 mientras don Amiotti, el constructor, reformaba la casa de El Chorrillo”.

 


La casa de la calle Pringles era una extensa propiedad. Allí vivieron varios años hasta que terminaron las obras en la casa que pasó a llamarse "La Casona" por su tamaño. En tanto don Severo Fernández cuidaba el predio de El Chorrillo y hacía cumplir los turnos de los "miradores" o "bomberos" en la punta de los cerros.

 


Según la bisnieta, en la superficie se agregaron dos grandes dormitorios y una explanada, pero además se construyeron dos sótanos, con accesos muy bien disimulados.

 


"El primero de los sótanos cubría gran parte de la construcción y ahí se guardaban todo tipo de alimentos: carne salada, jamones, granos, y en grandes baúles, frazadas y ropa de abrigo para paliar los grandes fríos que azotaban la zona”, relata y agrega: "Se usaba como refugio familiar y de los vecinos ante una invasión, los peones y vecinos voluntarios se ubicaban arriba de los techos y guarnecidos por las almenas, defendían la casa”.

 


"El otro sótano era más pequeño ‑continúa‑ pero muy importante para la defensa. Allí se guardaban las armas, revólveres, trabucos, sables, espadas, arcos, flechas, lanzas, arcabuces y la pólvora. Nadie, excepto don Amaro o doña Mercedes, podían bajar a ese lugar para sacar y repartir las armas a los custodios que defendían la zona. Las llaves estaban celosamente guardadas en un sitio secreto”.

 


Martha cuenta que del sótano de mayor tamaño, salían tres túneles, uno al sureste y dos al noroeste para utilizarlos si debían huir.

 


"Entre los descendientes de Amaro y Mercedes, no nos ponemos de acuerdo del recorrido exacto de esos túneles, ya que en el siglo XX, sus entradas y salidas fueron tapadas de tal forma que hoy no se distingue sus accesos”, dice con seguridad.

 


“Con el tiempo la casona recibió el nombre de ‘El Castillo de los Ojeda’ dice Martha, se había construido una huerta detrás de la casa y un muro de pircas que rodeaba el amplio terreno donde había bebederos para los animales ante el anuncio de un malón”.

 


Martha relata los hechos y las costumbres de la época, contada por sus mayores y también recolectada entre otros familiares y vecinos de la hoy popular localidad de Juana Koslay. “Por la seguridad que ofrecía la casa, muchos viajeros que trasladaban carros con mercadería en carretas de Mendoza a Buenos Aires o a Chile, pedían permiso para pasar la noche en el lugar que estaba tan bien protegido por lo que la llamaron, ‘La posta de los Ojeda”.

 


La capilla u oratorio funcionó hasta la década del '60, muchos detenían su marcha para rezar,  hubo bautismos y novenas. La puerta siempre estuvo cerrada, sin llave para que la Virgen fuera venerada permanentemente. "Lamentablemente los nuevos dueños le cambiaron el aspecto edilicio y dejó de ser una casona familiar para convertirse en una propiedad para otros fines y todo se perdió”, se quejó.

 


Cuando el obispo Juan Rodolfo Laise se enteró del cambio radical de la edificación, mandó a retirar la imagen y la hizo traer al Obispado. "Todos sentimos el despojo, la familia hizo varios intentos para recuperarla, y en honor a los primeros habitantes de El Chorrillo, queríamos construir una capilla similar pero nunca tuvimos una respuesta”, dice a modo de lamento.

 


Martha le agradece a su tía Amalia, viuda de Ojeda, a los vecinos, a todos los que aportaron datos, información y descripciones de lo contado, a las profesoras Beatriz Gómez y María José Zanluchi por el libro "Los silencios toman la palabra".

 


Y resalta que “La Casona”, “El Castillo de los Ojeda” o “La posta de los Ojeda” vive en la memoria y el corazón de los descendientes, de los lugareños y de todos aquéllos que todavía viven en el predio original que se convirtió en el tiempo, en lo que hoy es El Chorrillo, Juana Koslay.

 


LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo