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Don Pelele, el hombre que amaba la Calle Angosta

El músico y actor de varieté nació en Villa Mercedes, en 1923. Durante décadas brilló en la escena porteña junto a su amigo, Alfredo Barbieri, el padre de Carmen.

Por Gustavo Luna
| 17 de octubre de 2017
El único disco del artista.

Un día que su hija Marcela lo fue a ver al teatro “Metropolitan”, de Buenos Aires, mientras conversaban en el camarín, ella tomó la guitarra que él siempre tocaba en sus shows y le cantó “Calle Angosta”. La emoción que le provocó a Don Pelele escuchar esa cueca, el himno de su Villa Mercedes natal, no le impidió corregirle a su hija un par de notas que había hecho mal. Hoy, cuando recuerda esa anécdota ocurrida la última vez que lo fue a ver en un espectáculo de revista, Marcela Quiroga se ríe: para ella, ésa es una muestra de lo perfeccionista que era su padre, un músico, actor y humorista que brilló cinco décadas en la revista porteña, y cuyo nombre artístico se recuerda siempre vinculado al de otro capocómico, su amigo Alfredo Barbieri, el padre de Carmen.

 

Muchos creen que Don Pelele era porteño o bonaerense, señala Marcela, fruto de su matrimonio vía México con la vedette Dorita Burgos –él había estado casado y aún no existía el divorcio en Argentina–, la segunda de sus tres esposas.

 

Con la primera había tenido dos varones, Carlos y Pablo, y con la tercera, una bailarina de revista, tuvo a Carla. El comediante era de San Luis y llegó a la capital tras el sueño de ser músico.

 

Nació en 1923, en Villa Mercedes –una referencia indica que habría sido en un paraje o puesto denominado “Los Pereyra”, de las afueras de la ciudad–, y lo anotaron con el nombre de Francisco Pablo Quiroga Soria. “Papá siempre hablaba de San Luis, era un orgullo para él, me acuerdo que siempre tocaba Calle Angosta, amaba el tema”, evoca Marcela, que nació y vive en Buenos Aires.

 

Una sobrina de Don Pelele certifica el amor del artista por su ciudad natal. “Me acuerdo que cuando cantaba, en sus shows, siempre decía ‘cuando me acuerdo de Mercedes, cómo me pongo a llorar’”, cuenta Nora Quiroga, hija de Gerardo Quiroga, un primo hermano del músico y actor.

 

 Esta familiar conserva la referencia de que el futuro Don Pepele y sus padres vivían en una casa de la calle Las Heras 483, entre Marconi y Fuerte Constitucional. En esa propiedad había dos viviendas, una en la parte delantera, que ocupaban los abuelos de Nora, y otra en el fondo, donde vivían los padres de Francisco Pablo.

 

La madre de Nora conserva el recuerdo de que el padre de Don Pelele murió desnucado al golpearse en una bañera.

 

Es casi inevitable que a la cara de dientes grandes de Don Pelele se la evoque con una armónica junto a la boca. La tocaba tanto como la guitarra. De hecho, en su infancia fue su “instrumento consuelo”, porque en realidad su sueño, de niño, había sido aprender a tocar el bandoneón, según algunas citas biográficas, o un contrabajo, según Marcela.

 

Pero no era tan sencillo conseguir un instrumento de esos en la Villa Mercedes de los años treinta y, sobre todo, se volvía más inalcanzable por el magro presupuesto de sus padres. Las monedas que él logró juntar alcanzaban para una armónica. “Lo que me contó un día, lo único que me contó, es que trabajaba en una calesita para comprársela. En realidad, el sueño de él era la música, su sueño era un contrabajo. Pero mis abuelos eran muy humildes y no se lo podían comprar. Un día pasó por un negocio, vio una armónica en una vidriera y así es como salió tocan do la armónica, allá en Villa Mercedes”, le relató Marcela a Cooltura. Todos quienes lo escucharon dicen que fue un hábil armonicista (o armoniquista: los músicos y los lingüistas todavía no se ponen de acuerdo). En los archivos de Sadaic, figuran doce temas registrados a su nombre.

 

“A él le fascinaba la música, era genial, un monstruo. Tocaba la guitarra y la armónica, tanto la chiquitita como la mediana. Se juntaba con músicos grosos a improvisar, a hacer jazz, o cualquier otro género, en su jerga decían ‘vamos a hacer pizza’ cuando se juntaban a tocar. Era muy bueno tocando la armónica, Dios le había dado un don”, recuerda Dorita, hoy de 82 años, que a los 4 debutó en cine, dirigida por Lucas Demare, en “El hijo del barrio”.

 

“Era un virtuoso de la armónica, que tocaba maravillosamente”, ha afirmado el periodista especializado en cultura y espectáculos Rómulo Berruti (el conductor, durante dieciséis años, del clásico “Función privada”, junto a Carlos Morelli).

 

El mismo crítico agrega que en el caso de Don Pelele, esa destreza era la habilidad complementaria que deben tener, como cualidad, los actores de revista.

 

En su libro “Teatro Maipo. 100 años de historia entre bambalinas” (Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2010), el historiador y periodista Carlos Szwarcer señala que Pelele, con su armónica, “era capaz de tocar cualquier género musical de manera impecable”.

 

Cuando tocaba la guitarra, “manejaba la armónica chica, de cinco notas, con la lengua, entonces le decía al público ‘si ven que sigo cantando es porque me la tragué’. Y la gente se mataba de la risa con esas salidas”, recuerda Dorita Burgos.

 

En un episodio en el que hace de detective disfrazado de enfermera, en la película “Coche cama, alojamiento”, de 1968, dirigida por Julio Porter, Don Pelele simula ese percance que solía anunciarle al público.

 

A Dorita le parece admirable la habilidad musical de su ex esposo sobre todo “porque él oía de un oído nomás. En el otro, atrás de la oreja, había tenido una verruga muy grande, de nacimiento. Cuando hablaba con alguien, ponía el oído y la gente no sabía por qué”. “Lo admiré mucho a mi papá como cómico, pero lo admiré muchísimo más como músico, lo que hacía con la armónica era moderno, lo que tocaba, los acordes. Era como si no fuera de ese tiempo, como un adelantado. Aparte fue un autodidacta, aprendió solito”, afirma Marcela, que, aunque no se dedicó a la vida artística, es música y llegó a cantar con su madre en la tanguería Tango Show.

 

“El Buster Keaton argentino”

 

Francisco Pablo Quiroga Soria emigró a Buenos Aires acompañando a un músico y consiguió trabajo en un varieté. Allí lo descubrió el cómico Gogó Andreu y lo llevó a trabajar en el salón Sevilla Colmao. Dorita no recuerda si alguna vez le contó cómo se le ocurrió el nombre artístico de Pelele, que según la Real Academia Española alude, de manera coloquial, a una “persona simple o inútil”.

 

“Vino a Buenos Aires porque pensaba en la música, no era que tenía vocación de ser cómico”, asegura su hija. “Fue de casualidad, en realidad –agrega–, porque estaba en un lugar donde actuaba un músico que no tocaba bien y la gente empezó a silbar, a decirle cosas, entonces mi papá se enojó, se puso muy mal, porque no le gustaba que les faltaran el respeto a los artistas, que les dijeran cosas feas. Entonces se levantó y empezó a decirle cosas él al pú- blico. Y la gente se empezó a reír mucho, no lo tomó como algo en serio”. Marcela dice que “siempre le pasaba eso, él decía en serio muchas cosas y la gente se reía”. Está excusado quien no haya distinguido cuándo Don Pelele hablaba en serio y cuándo no. El villamercedino hizo de las expresiones parcas, de la cara impasible, un arte, su sello. A diferencia de su compadre, Barbieri, experto en la gesticulación constante, “un auténtico bufo, desorbitado, gritón y con una tendencia marcada hacia la muestra excedida”, un formidable imitador paródico, “que es algo distinto del simple imitador”, sostiene Berruti.

 

Pelele, en cambio, “era el campeón de la media palabra que se completaba con el gesto, pero, cosa curiosa, ese gesto era serio, casi adusto. Fue el Buster Keaton del espectáculo argentino y siempre se sintió más cómodo actuando solo de frente al público”, afirma el especialista.

 

Szwarcer sostuvo que “fue un artista muy particular. (…) la gente pensaba que él preparaba las cosas, pero no, él era así, subía y miraba a la gente y se empezaba a reír y reír, y de repente se ponía serio, se callaba, y los silencios de él eran para matarse de risa”. Marcela revela que en la intimidad, en su vida familiar, también “era serio, no muy alegre”. “Aunque era de hacer, por ahí, gracias, chistes, me los hacía a mí, se disfrazaba. Hacían locuras con Barbieri, como entrar disfrazados los dos a un restaurant, tocando trompetas, porque también tocaba la trompeta mi papá. Pero parecía como si fuera triste más que alegre, hablaba muy poco. Era introvertido, se encerraba a escuchar música y a escribir”, recordó.

 

 Dorita Burgos, doce años menor que Don Pelele, convivió diez años con él. Lo recuerda como “una personalidad muy, muy, muy especial”. “Era un hombre muy fino, muy delicado, no era de faltar el respeto. Pero cuando estábamos trabajando y no tenía ganas de contestar, no nos contestaba. Es más, cuando hacíamos un sketch en el teatro, Barbieri, él y yo, si algo no le gustaba, se iba para adentro y eso le hacía mucha gracia al público. Estaba un montón de tiempo adentro, tomaba algo atrás del escenario. La gente se reía y se reía, y lo esperaba. Barbieri decía: ‘¿ves que con este loco no se puede trabajar?’”.

 

En celuloide

 

Entre 1952 y 1980, Don Pelele participó en catorce películas, junto a Barbieri, Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Tato Bores, Juan Carlos Altavista, Nelly Beltrán, Juan Carlos Calabró, Thelma Biral, Amelita Vargas, Pepe Marrone, Jorge Luz, Aída Luz, Jorge Barreiro, Ricardo Lavié, Nelly Láinez, Mario Sapag, Adolfo García Grau, Olinda Bozán, Rafael “El Pato” Carret, Pepe Arias, Juan Verdaguer, Pedro Quartucci, Darío Víttori, Guido Gorgatti, Javier Portales, Ethel Rojo, Cristina del Valle, Antonio Grimau, Mariquita Gallegos, Ramona Galarza, Juan Ramón, el humorista español Gila. Siempre cosechaba elogios. El crítico del diario La Nación que escribió sobre la película “Villa cariño está que arde”, de 1968, se- ñaló que “del numeroso reparto se destacan, por su gracia y su eficacia, Altavista, Don Pelele y Jorge Porcel”.

 

“Aunque hizo unos cuantos programas de televisión, mi papá fue más un artista de teatro”, cuenta Marcela, que de vez en cuando iba a verlo actuar. “De chica siempre iba, me llevaban a verlo. Me tenían ahí escondidita en los camarines, porque los chicos no podían entrar. Y lo miraba siempre, entre cajas”, entre bastidores, recuerda. La última vez que lo fue a ver en un espectáculo –aquella ocasión en que le cantó la “Calle Angosta”–, Don Pelele encabezaba la obra junto a Barbieri. “Estaban también el gordo Porcel, Tristán, Calabró, Mario Sánchez, estaban Moria y Susana. Ahí tuve la oportunidad de conocer a Moria, a Susana ya la conocía”, contó.

 

Don Pelele actuó, al menos una vez, en su Villa Mercedes natal, cuando ya era un artista consagrado, recuerda su sobrina Nora. “Fue entre 1975 y 1980, se presentó en el Cine Plaza (donde en la actualidad está el bar “Coyote Plaza”), en una esquina de la plaza Pedernera. Nora era muy chica entonces.

 

Igual conserva en su memoria el encuentro familiar de la ocasión. “El recuerdo que tengo es de haberlo visto acá, cuando vino a ver a su familia, y tocó la guitarra. Estuvimos riéndonos un rato. Se lo veía totalmente alegre. No sé si era lo que él vivía para adentro”, dice.

 

A mediados de 1990, Don Pelele, un fanático del club Chacarita, sufrió una fractura de cadera que parece haber acentuado algunos achaques que ya sufría, entre ellos, un cuadro de desnutrición.

 

En una entrevista que le hizo Canal 9, el 29 de junio de 1990, ya internado, días antes de la operación en la cadera, se lo ve bastante desmejorado. Y daba la impresión de sentirse solo. Dijo que extrañaba a sus amigos, “Tita Merello, el gordo Porcel, Moria Casán, Calabró, Armando Rolón”. Murió por un paro cardiorrespiratorio el 1º de setiembre de 1991, en Buenos Aires. Tenía 68 años.

 

Lo sepultaron en el panteón de la Asociación Argentina de Actores, en el Cementerio de la Chacarita. Los concejales de Villa Mercedes Jorge Rosales y Oscar Montero han presentado en el Concejo Deliberante un proyecto para que una calle de la ciudad lleve el nombre de Don Pelele, como una manera de destacar la pertenencia del artista a San Luis. A Nora Quiroga le parece “una buena iniciativa, porque es un artista que salió de acá”.

 

Marcela, fruto del matrimonio de Francisco Pablo Quiroga Soria con Dorita Burgos, tuvo tres hijos. “Han salido todos graciosos, al abuelo Pelele, digo yo ¿no? Todos cantan y cantan bien. Han sacado más cosas de él. Porque era un músico maravilloso”, dice Dorita.

 

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