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Trasplante y regreso feliz a casa para Nahiara Ochoa

La niña de 10 años volvió a la Provincia después de haber estado 3 meses en Buenos Aires recuperándose de dos trasplantes de riñón que le realizaron en el Hospital Garrahan. Sufría una patología renal desde los 5 meses.

Por redacción
| 24 de noviembre de 2017
Una luchadora. "Nai" volvió a San Luis para empezar una vida normal. Foto: Martín Gómez.

La expectativa en los andenes de la terminal de ómnibus de San Luis era mucha. “Están por Villa Mercedes” decía uno. “Ése no es el colectivo”, mencionaba otro. La familia no era numerosa, pero se hacía sentir, mirando el horizonte, esperando la llegada de Nahiara. Y finalmente arribó cerca de las 8. Bajó con su abuelo y su madre, Eliana. La recibió su abuela con un fuerte abrazo, un amigo del abuelo también, como si compartiera la misma sangre, y le regaló un peluche. La emoción cuando apareció con su barbijo rosado no era para menos. La vida de Nahiara, de 10 años,  estuvo en riesgo por una patología renal, pero se salvó gracias a un trasplante realizado en el Hospital Garrahan, en Buenos Aires. Ahora ya está en casa y podrá vivir una vida normal, ésa que nunca tuvo.
Prácticamente desde que nació, “Nai” está con la espada y el escudo, lista para pelear, una lucha muy difícil que le impuso la vida. La poliquistosis renal es un trastorno caracterizado por el desarrollo de quistes en los riñones, que pueden crecer hasta lograr un gran tamaño, tal como le pasó la niña puntana. Eso le detectaron en un control pediátrico a sus 5 meses de vida. Ésa fue su larga batalla de 10 años, que por suerte la tuvo como ganadora desde mediados de año, cuando la trasplantaron exitosamente, gracias al órgano de un niño de Córdoba.
“Ahora va a poder llevar una vida normal, va a hacer cosas que antes no podía, como meterse al agua, viajar más. Yo siempre quise eso, que tuviera una vida normal. Cuando viajábamos, iba con las bolsas de diálisis, nunca dejé que ella decayera. Ahora va a tener más libertad por suerte”, aseguró con felicidad Eliana Sosa, diciendo por fin las palabras que tanto tiempo esperó que salgan de su boca.
Sin embargo, el comienzo fue muy difícil. Durante cuatro años estuvo con tratamiento de diálisis, que permite eliminar las sustancias nocivas o tóxicas que los riñones no pueden eliminar.
“Luego hizo dos años hemodiálisis. La conectaban tres veces a la semana, durante cuatro horas al día a una máquina. También le ponían un catéter conectada a una arteria. Con eso hubo problemas, porque tuvo ocho catéteres del lado derecho y tres del izquierdo”, recordó Eliana.
De ahí pasó a la diálisis peritonial, tratamiento que cumplió dos años. “La doctora me dijo que se lo hiciera en mi casa, entonces para poder hacerlo tenían que ponerle el catéter peritonial en el peritoneo, pero los riñones al ser tan grandes, le cubrían todo el abdomen, y no podían ponerle el catéter. Por eso le hicieron una nefrectomía del lado derecho, o sea le extirparon un riñón, quedó más espacio, y le pusieron el catéter. Ahí empecé a dializarla en mi casa, ellos me trajeron la máquina y todas las noches la conectaba por 12 horas”, señaló la madre.
Pero la extirpación de uno de los órganos y los años de tratamientos tampoco fueron la solución. Eliana rememoró: “Llegó un punto en el que ella no podía caminar porque la diálisis le afectó los huesos, se empezaron a deformar, sobre todo en la cadera. Por eso en unos meses la van a operar para ponerle una prótesis. Pero fue un momento en que la tenía que cargar yo o trasladarla en silla de ruedas, porque lloraba del dolor. En diciembre del año pasado le sacaron las glándulas paratiroides y de ahí en más recuperó fuerza en los huesitos y pudo caminar sin que le duela”.
Finalmente en el Hospital Garrahan, donde Nahiara se realizó las últimas intervenciones, le dijeron que el trasplante era una urgencia. En mayo subió a la lista de espera de donantes y el 23 de julio se realizó el trasplante de riñón, sustituyéndole el que le quedaba. La madre tomó dimensión del problema al ver los órganos naturales de su hija. Asegura que medían 25 por 10 centímetros, y pesaban casi 3 kilos cada uno, mucho más de lo normal.
“Después del trasplante, inmediatamente el órgano fue compatible con ella, su cuerpo lo aceptó. Pudo orinar por sí misma, así que muy bien en ese sentido”, manifestó Eliana.

 

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