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El "Gringo" apostó al trabajo y metió un pleno

Por redacción
| 12 de febrero de 2017
Simpatía. Su puesto está ubicado en la entrada de la feria artesanal. En su lugar en el mundo vende y entretiene a los clientes.

Si uno encuesta a la población de Merlo, deben ser pocos los que saben el nombre y el apellido de ese hombre alto, de barba canosa y sombrero de ala ancha, ojos increíblemente azules y sonrisa permanente que recorre la villa con su camioneta ploteada y tiene un puesto, el primero, el que está a la vista de todos, en el Paseo de los Artesanos que está a una cuadra de la plaza histórica.

 


Para todos, Daniel Miglioranza es ‘el Gringo’, el artesano que llegó de Rojas, provincia de Buenos Aires, sin un centavo en el bolsillo pero con muchas ganas de trabajar con honestidad. El que no para de saludar vecinos mientras habla con la revista El Campo sobre su historia, el largo camino que recorrió desde su desembarco en Merlo y la actualidad, que lo tiene como uno de los referentes de una comunidad heterogénea, llena de gente que, como el Gringo, pensó que era una buena idea venir a tentar a la suerte a los pies de los Comechingones.

 


“Me vine de Rojas, un pueblo de agricultores y ganaderos que se fue haciendo grande, hace 13 años. Había perdido todo. Me metí en un plan que tenía el gobierno de la provincia de Buenos Aires, que financiaba micro emprendimientos productivos. Armé un criadero de codornices y la producción de huevos la vendía en Río Cuarto. Pero me fue mal, no pude hacer frente a las cuotas y me remataron la casa y el pequeño campito en el que tenía el establecimiento”, cuenta con nostalgia y frustración, dos sentimientos que de todas maneras ya quedaron atrás.

 


“Yo le digo a todo el mundo que ésa es la gran diferencia entre San Luis y el resto del país: acá te subsidian si ven que vas a hacer algo a favor de la provincia, no te ahogan con impuestos ni tenés que devolver el dinero, o al menos te condonan una parte o te lo descuentan de las tasas municipales o provinciales. En cambio en otros lados todo el riesgo está del lado del productor, por lo que en las épocas malas, que en la Argentina son cíclicas, terminás fundido”, reflexiona a la distancia, luego de casi una década y media de aquel suceso desgraciado.

 


En Rojas dejó atrás un matrimonio que no funcionó y una hija, Natalia, que hoy tiene 25 años y cada vez que lo visita le pone luz a su vida. Tampoco es que él cortó lazos con su pueblo natal, allá está su mamá, así que hace algunos viajes para visitarla y de paso ver a sus amigos de antaño. Pero su presente y su futuro están en Merlo, donde cada vez se anima un poco más con su emprendimiento productivo.

 


“La otra opción que manejaba era irme a Posadas, pero hace mucho calor en la Mesopotamia y yo ya estaba viejo para empezar de nuevo y encima luchar con el clima. Entonces Merlo me pareció ideal, por clima, por paisaje, por posibilidades, todo”, relata el Gringo, quien de entrada nomás se benefició con un proyecto de esos que lanza la provincia para apoyar a los emprendedores. “Me enteré que estaba el Plan Mil, que había creado Adolfo Rodríguez Saá, entonces presenté un proyecto en la Municipalidad de Merlo. Pero alguna mano traviesa lo cajoneó, porque sin dudas no quería que venga gente de afuera a trabajar, con el concepto equivocado de que venimos a quitarle empleo a los locales. Una pavada, pero lo cierto es que me boicotearon. Por suerte pude llegar a hablar con el intendente de entonces, Jorge Álvarez, quien me abrió las puertas para que pudiera establecerme”.

 


Los comienzos, como suele ocurrir con quienes no tienen un respaldo económico, fueron complicados. “Dormía en el furgón que había traído de Rojas, estacionado en la terminal de ómnibus. Hacía dulce de leche casero con un calentador y una chapa para proteger la llama del viento. Después el intendente me prestó un galpón del parque industrial en el que estuve un año, ahí empecé a acomodarme”, recuerda Miglioranza, quien nunca bajó los brazos ni pensó en volverse. “Al poco tiempo comencé a organizarle el tambo a quien me proveía la leche, hacía tacto y selección de las vacas, todas tareas que había aprendido de chico en el campo. Todo servía para ir ganando algo de plata y poder ampliar mi propio establecimiento”.

 


El despegue llegó cuando el propio Álvarez, a esta altura de la historia todo un benefactor para el Gringo, le donó un lote de 20 metros por 75 en el parque industrial, que recién iniciaba su despegue. No desaprovechó ese empujón: comenzó a construir su casa y se largó a cultivar productos hortícolas y uvas para armar su viñedo, el más conocido de Merlo. A esta altura había rearmado su vida junto a su esposa Marcela Fernández, una psicóloga que es directora del Programa de Violencia de Género y Discapacidad, con quien tiene a Catalina, de seis años.

 


Hoy el viñedo luce completo y en crecimiento. “Traje clones de la firma mendocina Mercier. Tengo merlot, bonarda, cabernet, syrah, malbec y chardonnay, con el que hago mistela, ya que los otros son todos tintos”, describe durante la visita de la revista El Campo en un sábado de sol pleno sobre el noreste de San Luis.

 


Tiene alrededor de 25 parras de cada variedad y se largó a hacer algunos blends para innovar y acrecentar las ventas, tanto en el puesto como en la recorrida que hace por los comercios de la zona, siempre con su inconfundible camioneta ploteada con el sello del establecimiento, que reemplazó al viejo furgón-dormitorio.

 


Su bodega, por la cantidad de litros que produce, que son menos de cuatro mil, está catalogada como ‘casera’. Incluso le sobra el rótulo, porque en la última cosecha, debido a la falta de uva, procesó apenas 200, aunque tiene capacidad para 1.100 litros.

 


Está inscripto en el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), que tiene una sede en Córdoba, y hace un tiempo viene tramitando el Registro Nacional Productivo (RNP), que le serviría para trascender las fronteras de Merlo con sus dulces, vinos y licores. “Tengo todo listo, falta una inspección bromatológica, aunque en los últimos meses está medio parado todo, así que habrá que esperar”, se resigna, ya que sin la ayuda económica y logística del Estado es muy difícil llevar adelante estos papeles.

 


El Gringo no pierde oportunidad de aprovechar cada plan que lanza el Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción, sobre todo con la Ley de Valor Agregado en Origen, que premia con reintegros de hasta el 80% a las inversiones que transformen materia prima en otras agroindustriales, como es el caso del vino. “Ya me anoté tres veces. La primera en 2014 compré una autoclave y una cocina industrial, el año pasado agregué tachos de acero para el vino, una descobajadora y una prensa, y ahora estoy esperando una paila de 200 litros con mezcladora, pulmón para leche y enfriador, un aparato sensacional que trabaja en escalera y me dejará el dulce de leche listo en muy poco tiempo. En este último pedido gasté $102.800”, cuenta con entusiasmo.

 


Los encargues de material de acero los hace a la metalúrgica Giménez, de San Juan, del que ya es un cliente privilegiado. Nos hicimos muy amigos con el dueño. La primera vez que hice un pedido ni me conocía, tampoco le di adelanto y el tipo me trajo todo. Un arriesgado, pero confió en mí y ahora tenemos una relación excelente. Todo se lo compro a él y recomiendo a otros colegas que lo hagan, porque trabaja muy bien a pedido”, devuelve gentilezas.

 


Miglioranza se toma muy en serio las cuestiones sanitarias. Su fábrica tiene las autorizaciones municipales que necesita e incluso decidió invertir en una autoclave, que trabaja a 120 grados centígrados para evitar el botulismo en los productos lácteos. “Con ella hago 100 kilos de dulce de leche en cuatro horas, con la olla son 50 kilos en 11 horas”, compara el artesano, que recomienda con fervor su dulce con rhum o pedacitos de chocolate para aquellos que quieren aventurarse a ir más allá del consumo habitual.

 


El puesto del Gringo es de los más concurridos del Paseo de Artesanos y tiene la ventaja de estar justo en la entrada, pero no siempre fue así. “Empecé en el fondo, como todo el que llega nuevito, y de a poco fui ganando mi espacio. Hoy no sólo tiene su espacio para vender, también es inspector municipal, se encarga de la cobranza del canon a sus colegas y de abrir y cerrar el portón de entrada los viernes y sábados, que es cuando funciona la feria fuera de temporada. Con la llegada del verano, ya será un trabajo diario, porque Merlo florece con los turistas que irán hasta lo del Gringo a comprar vino o fernet casero. “Hasta los cordobeses me lo compran, debe ser bueno ¿no?”, pregunta con un guiño cómplice. También podrán degustar escabeches y dulce de leche, tomarse un licorcito casero de higo, naranja o mandarina, o bien llevar envueltos para regalo los frascos de las mermeladas, que estarán listos en la temporada estival. Todo fruto de la mano de un hombre que llegó con lo puesto y se ganó su lugar a pulso.

 

No pregunten en la villa por Daniel Miglioranza porque nadie sabrá decirles quién es. Eso sí, si dicen que buscan al Gringo todas las manos apuntarán al hombre del sombrero de ala ancha que derrocha simpatía y encontró en este rincón de los Comechingones un nicho que lo hace feliz.

 

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