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“Corazón Victoria fue mi última esperanza para salir adelante”

Por redacción
| 28 de febrero de 2017
Recuperó su sonrisa. Orlando Guillermo Saá actualmente hace vóley, su deporte favorito, come y quiere comenzar a ir a la escuela lo antes posible.

La magia no sólo existe en el cine o en los cuentos fantásticos. Si no, pueden preguntarle a Ivonne Irusta, la mamá de Orlando Guillermo Saá, un chico de 14 años que desde los 10 estuvo encerrado en su casa, con miedo de comer y sin ganas de ver a nadie. Pero todo cambió cuando comenzó a ir a la escuela generativa del Club Victoria. 
A partir de esa decisión familiar Orlando pudo superar sus fobias sociales y volvió a alimentarse con normalidad, lo que lo ayudará a recuperar fuerzas. El nene se atragantó con comida: “Estaba solo, pero pudo salir adelante. Fuimos a distintos especialistas y físicamente quedó perfecto, creí que ahí quedaba todo. Pero no. Con el transcurso de los días todo empeoró”, contó Ivonne, quien agregó que haber anotado a su hijo en la escuela generativa Corazón Victoria fue la mejor idea que tuvo porque así salieron adelante.

 

Orlando come de todo ahora, lo único que le falta incorporar a su dieta es la carne.


“En 2012 Guille era un chico normal, de buen comer, hacía deporte, iba a fútbol en La Torre, a la Escuela San Marino y era hiperactivo. Un día como cualquier otro en mi casa se ahogó y se le hizo una raspadura en la laringe, estuvo inflamada, eso le afectó las cuerdas vocales y se asustó mucho. Empezó a tener miedo a la comida sólida, se alimentaba con leche, puré y yogurt. Pensé que ya íbamos a superarlo, pasaron los meses y él iba haciendo un retroceso, llegó a tomar sólo leche. Terminó el año y al siguiente lo cambiamos de escuela, empezó en la Rivadavia. A los 10 años comenzó a tener fobia social”, especificó la mujer, y siguió: “Inició las clases sin ganas de comunicarse con sus compañeros y físicamente estaba por debajo del peso normal, parecía mucho más chico de la edad que tenía. Comenzó con ataques de pánico. Cuando lo dejaba en la escuela, me iba a trabajar, al ratito me llamaban para que lo fuera a buscar. Me asusté y lo llevé a psicólogos y especialistas, pero después de un tiempo no quiso ir más. Me dijo que si él supiera lo que tenía, podía dar respuestas. Decía que quería comer, pero no podía”. 
El tiempo de Guille, como le dicen en su casa, u Orlando como lo llaman en la escuela, transcurría dentro de su habitación. “No tuvo más contacto con sus amigos, no hizo deportes y no fue más a clase.
Lo único que lo mantenía en contacto era estar con un gato que tenía, terminamos el ciclo como pudimos. Al año siguiente lo anoté en el Cristo Rey. Lo vieron, cardiólogos, fonoaudiólogos, psicólogos, nutricionistas, gastroenterólogos. Un sinfín de especialistas. Cómo habrá sido el retroceso que pensaban que tenía Síndrome de Asperger, porque veíamos que podía armar y desarmar su computadora”, contó la mamá.
“Él prefirió que le inyectaran suero, lo único que aceptaba era un complejo vitamínico porque tenía miedo de tragar, era un trauma muy fuerte. Cuando le dieron el alta, me sugirieron que lo llevara a Mendoza”, continuó.
Ivonne ya había bajado los brazos, la tristeza era cada vez mayor y el niño perdía más peso. “Hasta que conocí la escuela generativa Corazón Victoria, ahí en la avenida Lafinur. No sabía qué era. Pero me llamó la atención porque escuché que se trabajaba con las emociones y no era por grados el sistema. Además no había aulas, sino que los chicos estaban divididos por grupos. Para colmo, todo estaba orientado al deporte, entonces pensé: mi hijo no puede hacer nada, si se agita le dan taquicardias o se asfixia. Pero sentí que con intentarlo no iba a perder nada. Lo dejé el primer día, él me dijo que le parecía interesante”, expresó, ahora feliz con su decisión. 
Actualmente el jovencito tímido y de pocas palabras come casi de todo, lo único que falta agregar a su dieta es la carne. “Quedé impactada porque los cambios fueron muy rápidos. De repente no quería faltar a la escuela, estaba listo para ir todos los días. Me traía los deberes y los hacíamos juntos. No recibía más llamados telefónicos de urgencia para que fuera a buscarlo. Estaba activo, contento, hasta me pidió muñequeras porque juega al vóley. Yo no lo podía creer. Además en tan poco tiempo empezó atletismo, anda en bici”.
Lo mejor de todo es que a partir del entusiasmo y de las ganas de divertirse que le originó la escuela, Orlando “empezó a comer. Por eso para mí es un milagro. Me contó que cuando se pone nervioso se va a la bicicleta y ahí se relaja pedaleando, dice que eso le llamó la atención. Me explicó que cuando le pasaba eso en las otras escuelas, no sabía qué hacer. Y allí le dieron la libertad de ir cuando él se sintiera mal”, aseveró la madre.
Agradecida con las docentes que supieron escuchar y comprender lo que le pasaba a hijo, Ivonne no se explica cómo lograron entrar al corazón de su hijo. “La maestra me dijo que llegó tímido y que fue difícil al principio, y yo no sé ni cómo lo integraron, ni cómo llegaron a él. Pero estoy sumamente agradecida. En la escuela habla con los compañeros, se comunica, sigue las órdenes para realizar las actividades. Es más, durante las vacaciones, todos los días me hizo llevarlo al club porque a pesar de que ya habían terminado el ciclo, él quería seguir haciendo vóley, y además tomó clases de actividades prácticas y manualidades”.
En su habitación el niño colgó un póster de la película "Avatar", un skate sobre una repisa, una tele y un espacio con comida y agua para 'Timón', su pomposo gato blanco.
Orlando dijo poquitas cosas durante la charla con El Diario. En sus manos tenía un artículo de cuando comenzaron las clases en el club, lo guardó porque en la foto principal estaba él, con su camiseta de rayas negras y blancas, golpeando la pelota con toda su fuerza. Estaba haciendo su saque potente, no dijo muchas cosas más, pero expresó que le gusta mucho jugar al vóley, “hacemos básquet, pero no lo entiendo mucho”, agregó.
A cada cosa que contaba su mamá, él asentía con una sonrisa, con un guiño o con un gesto. Orlando es un nene cálido que dejó de lado las golosinas porque tenía miedo de comerlas; que se perdió horas de juego con sus amiguitos porque no podía comunicarse con ellos. Pero todo eso fue quedando atrás porque cada día suma y sabe que si no come, no tiene energías para hacer lo que ama.
“Siento que es hora de que juegue todo lo que no jugó en los últimos años. Recién está comenzando, sólo hizo tres meses de escuela y en este poquito tiempo logró todo lo que no pudo en los cinco años anteriores. En Corazón Victoria hacen atletismo y gimnasia con obstáculos. Hoy practica de todo. Tanta actividad física le da hambre, entonces tampoco para de comer. Le cambió el ánimo, ordena su habitación, hace su cama, de hecho la decoró él. Le gusta cocinar y me pide ayuda, pero lo hace y es genial. Hace puré, huevos, come frutas enteras, toma licuados, come galletas”, dijo Ivonne.
Sentado en una silla, escuchando atento a su madre para corregirla, Orlando se animó a expresar: “Todavía no pensé qué quiero ser cuando sea grande, ni lo pensé. Pero la materia que más me gusta es ciencias naturales”.
Orgullosa y agradecida, Ivonne manifestó: “Verlo sonreír es lo más importante para mí y para su papá, que aunque estemos separados, vivimos todo el proceso juntos. Esta nueva forma de enseñanza no sé cómo es, pero funcionó para mi hijo. Tienen las mismas materias, traen cosas para investigar, pautas para hacer deberes. Sé que para muchos papás es común ver que sus hijos comen, pero para mí después de todo lo que sufrimos es una satisfacción importante”. Y añadió: “A veces perdía la paciencia, lloraba, me enojaba, renegaba y le rogaba que comiera. Los médicos nos repetían siempre la misma frase: 'Si no come, se muere', porque estaba muy debajo del peso normal. Mi agradecimiento es público, esto es un milagro. Estoy aliviada, con esperanza de que siga bien en este camino, que me siga sorprendiendo, que pida más para comer y que pronto hagamos un rico asadito. Quiero que siga socializando, pero lo que más deseo, con mucha fuerza para el próximo enero, es festejar su cumpleaños con una torta rica, comprada o hecha, y que la coma, porque durante los últimos años lo hicimos con tortas heladas. Ésta sería la señal de que sigue creciendo fuerte y sano. Cuando el Gobernador dijo eso de que los chicos tienen que ir con gusto y con ganas a la escuela, acá se da, lo veo en mi hijo. No quiere faltar nunca”, concluyó.

 



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