Lucas Merlo, un villamercedino que investiga en la Antártida

De niño le atrajeron la observación de los fenómenos atmosféricos y el cielo. Lo único que soñaba era ver las famosas auroras, esas pinceladas fluorescentes que surcan ágilmente el firmamento y que sólo se observan en los extremos del globo terrestre. A los 31 años cumplió su anhelo. Hace ocho meses que el villamercedino Lucas Merlo vive en la Base Belgrano II de la Antártida. Es meteorólogo y, desde el sitio argentino, ubicado a 1.300 kilómetros del Polo Sur, registra las adversas condiciones climáticas.

Cuando terminó el secundario en el Colegio Nº 15 "Agustín Mercau", Lucas viajó a la Capital Federal donde se graduó como Observador Meteorológico de Superficie. Hace diez años vive en Esquel, en Chubut, con su esposa María Belén y sus hijos Augusto, de 3, y Lucio, de 9 meses. Allí trabaja en el Aeropuerto brindando información a los pilotos sobre las condiciones para los despegues y aterrizajes.

El desafío de conocer el Continente Blanco surgió el año pasado cuando se enteró que buscaban especialistas y no dudó en postularse. “Me metí porque soy personal militar de la Fuerza Aérea, antes de meteorología estudié en la Escuela de Suboficiales. Pasé varias instancias, completé exámenes físicos e intelectuales hasta que se me dio. De chico fui scout y  ahí empezó a gustarme la observación, el cielo, los campamentos, así inician mis ganas de estudiar meteorología porque en ese momento me atrapaban las auroras. Esta base es la más austral, lejana y donde se da este fenómeno atípico que es único”, explicó.

El arribo se concretó el 15 de diciembre del año pasado. Junto a una tripulación, el mercedino fue trasladado primero en vuelo desde Buenos Aires a Ushuaia, la puerta del fin del mundo. “Fuimos hasta el glaciar Unión, que es una base turística temporal de Chile, y en otro vuelo nos llevaron a un glaciar a 5 kilómetros de la base. Pero sólo partió la mitad de la dotación y a mí me tocó hacer noche en ese lugar. Dormimos en carpa a la intemperie. Esa noche caí que estaba a en la Antártida”, confesó.

La Belgrano II es la más cercana al polo. Está en la meseta antártica y se erige sobre un florecimiento rocoso llamado Nunatak que da seguridad al sitio ya que los alrededores son placas de hielo gigantes. Merlo convive con veinte personas más: científicos de la Dirección Nacional Argentina, personal del Ejército que aporta la logística del lugar y Mario Suárez, otro meteorólogo de Córdoba.

Las condiciones climáticas son, indudablemente, extremas. En los ocho meses que lleva su estadía, tuvo que afrontar una mínima de 38º bajo cero y una térmica que llegó a los -53º. Recién el 19 vislumbraron por apenas unas horas los brillantes rayos del sol, que iluminaron tímidamente el macizo helado. Esa aparición marcó el final de los cuatro meses de noche absoluta que había iniciado en marzo.

A pesar de las diferencias irrefutables de vivir en Esquel, Merlo indicó que “es lindo. En la profesión aprendemos muchísimo porque se dan fenómenos que en el continente no ocurren, como parhelios (la reflexión de los rayos solares en las partículas de hielo en las nubes), auroras, temperaturas extremas, vientos; eso es atractivo y constantemente nos mantiene encendidos, con ganas. La experiencia es única, te cambia la vida, aprendés mucho, valorás más las cosas y aprendés a vivir diferente, adecuado a un clima extremo”.

Los dos especialistas trabajan día por medio y realizan observaciones cada tres horas de los distintos instrumentos que miden variables atmosféricas. “Arrancamos a las 8:30 con trabajo de campo y registro de los fenómenos: nubosidad, visibilidad, altura y movimiento de la nube y qué tipo es. Luego se llega hasta el campo meteorológico y se hace la lectura de termómetros, de instrumentos que miden la nieve, el heliofanógrafo, que registra las horas sol del día. En la oficina tenemos los barómetros para conocer la presión en superficie, anemómetro que miden la intensidad y dirección del viento, entre otros”, detalló.

Los datos los envían al Servicio Meteorológico Nacional para conocer las condiciones de la Antártida y armar estadísticas.

Cuando no trabajan, el dúo se une al resto del grupo y, a pesar del clima hostil, encuentran momentos para relajarse y divertirse. “Los sábados a la noche hacemos pizza y se hacen juegos. El fin de semana hubo un campeonato de ping pong, también hay de play station y el domingo estrenamos una película que habían bajado, porque el internet es medio lento por acá. Tenemos un gimnasio, un comedor, está muy bien acondicionada, dicen que es de las bases más lindas”, comentó.

Estar ahí también implica que una vez a la semana, todos juntos salgan de la estación para picar hielo. “Cargamos trineos y lo traemos a un derretidor de agua para tener el caudal de la semana. Eso nos une y es parte de la mística de la base”, sostuvo. En los primeros meses, un avión les arroja con paracaídas los insumos, alimentos y combustible que los abastecen por un año.

La vuelta de Lucas sería el próximo 15 de diciembre si lo buscan en avión. Si en cambio va el Irisar, el reconocido buque rompehielos, la espera se extenderá hasta febrero. “En este momento ya estoy listo para volver, estoy bien, pero ya estoy listo para volver”, confesó entre risas. No es para menos. En el continente planea fundirse en un abrazo con su esposa y sus pequeños.