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Clemente Tubois, de profesión ladrillero

En 1976 vino a San Luis. Trabajó de mecánico, podador, chacarero y agricultor. Sus ladrillos  adornan parte del Monumento al Pueblo Puntano y una estancia propiedad del ex boxeador Carlos Monzón.

Por redacción
| 29 de diciembre de 2018
Siempre juntos. El viejo ladrillero acompañado de sus hijos Hugo y Marcelo que también abrazaron el duro oficio. Fotos: Marianela Sánchez.

"Tengo las manos partidas/ de hacer ladrillos ajenos/ se está metiendo en mi sangre/ el barro del pisadero/ Hay días que me parece/ chapalear en un chiquero/ mirando aquellas casonas/ que se han hecho con mi esfuerzo/". Dice una estrofa de un poema del músico y folclorista Marcelo Berbel.

 

Y cuánta razón tienen estas palabras para el duro oficio de ladrillero. Un oficio que no conoce de feriados, fríos, vientos, nieve. lluvia o fiestas. Para ellos todos los días son iguales con frío o calor, llueva o truene.

 

Clemente Tubois tiene 78 años está casado con Rosa Elena Navarro de 72, tienen dos hijos, Marcelo y Hugo, que están casados con Mariana Lucero y Marcela Magallanes y tiene seis nietos, Karen Sheila Marcela y Hugo Jesús, Ibón del Valle, Sandra Natividad y Williams Alexis.

 

El anciano nació en Junín, Mendoza, pero su afán por conocer la provincia sanluiseña pudo mucho más y después de un largo periplo, se afincó donde quería vivir; San Luis.

 

Un ACV le puso freno a su salud pero no a su espíritu, laborioso como ninguno, supo ser podador de fincas, mecánico, agricultor, chacarero y ladrillero. Hoy mantiene fresca su memoria y recuerda con detalles su vida en San Luis.

 

Un vendedor ambulante de apellido Romero al que le decían "El Gallego", lo contrató como mecánico para su viejo camión marca Dodge que cada dos por tres se rompía. El hombre vendía de todo, ropa, frutas, verduras, vinos y a veces, y cuando podía, compraba y vendía hacienda. Fue un 26 de abril de 1976, así don Clemente fue conociendo San Luis, vivían en el barrio San Martín y dos años después cuando "El Gallego" falleció,  pudo traer a su familia.

 

El mendocino de Junín recuerda que dos años después de su primer viaje a tierras sanluiseñas, pudo traer a su familia y radicarse definitivamente haciendo chacras al frente del hoy barrio Unión y detrás de la nueva penitenciaria. Su esposa Rosa Elena anda rondando por ahí preocupándose de que todo esté bien. Al tiempo que el bullicio de sus nietas se hace más evidente.

 

"Estaba acostumbrado a los trabajos de campo y rudos. Al tiempo nos fuimos a vivir a Las Chacras donde tenía un taller  mecánico y también una chacra con toda clase de verduras en unos terrenos de Caferlatto y Di Pascuale, pero un amigo me volvió a convencer de que tenía que hacer ladrillos y nos volvimos a  esta zona, era el año 1984.

 

De alguna manera, Tubois, entendía que San Luis le daba la nueva posibilidad de elegir dónde y como trabajar, por eso aceptó y porque quería que su familia tuviera una mejor calidad de vida.

 

Los comienzos fueron duros, difíciles y complicados la vida laboral del ladrillero es un oficio que no conoce horarios, días patrios, feriados o inclemencias del tiempo. Y muchas veces deben rehacer su trabajo por cuestiones insólitas e insospechadas.

 

A su regreso de Las Chacras, don Clemente se dedicó a cortar ladrillos, tanto hizo por este oficio que aun hoy, después de muchos años, recuerdan que para la construcción del Monumento del Pueblo Puntano de la Independencia, la empresa Rovella y Carranza recurrió a sus servicio para la construcción de más de 4 mil ladrillones de época y de horma especial que tuvo que fabricar. Como también cuando le hizo más de mil ladrillos cuadrados para una estancia de Carlos Monzón en el sur de San Luis.

 

Clemente Tubois habla pausadamente debe ser por su enfermedad pero se nota que no es de levantar la voz, tranquilo de mirada profunda va contando su vida de chacarero, mecánico y  ladrillero. Oficios muy dispares pero que sirvieron para fundar una sólida familia. Lógicamente le ayudan sus hijos Marcelo y Hugo que nunca dejaron de estar a su lado para lo que fuera.

 

"La vida del ladrillero es muy dura, casi inhumana, de sol a sol, sin parar, sin feriados ni fines de semana, para el ladrillero no hay descanso, llueve o caiga piedra  tenemos que estar", dice.

 

"Nosotros hacíamos nuestras propias herramientas armábamos el pisadero, poníamos la tierra, pedíamos el aserrín en las carpinterías y el guano en el hipódromo y a veces en un viejo camión Chevrolet del '45, traíamos de Zanjitas la leña de quebracho jarilla o algarrobo".

 

El pisadero es un círculo que tiene unos ocho metros de diámetro, por unos 60 a 80 centímetros de profundidad, se va volcando la tierra, y se le agrega agua, guano y aserrín. Se utilizaba un animal y años después un tractor. Se comienza a girar mientras una rueda va y viene del centro del pisadero a un costado. Se pisa una hora o más, se descansa y se deja para el otro día y se repite ese trabajo hasta que uno mira que la mezcla está bien y tiene 'liga' de esa manera  sale un mejor ladrillo. "Nosotros ideamos hacer de cemento el piso del pisadero para que mantenga la humedad. Es una manera distinta de trabajar, se gana mucho tiempo". Dice uno de sus hijos.

 

"Cada quincena que pasa/se me viene abajo un sueño/el patrón no me asujeta/mas siempre le estoy debiendo./Tan solo me limpio el barro/cuando me tiño de vino/ mirando pasar la vida/echa carga rumbo al pueblo/pensando que se llevan /mi sudor en los ladrillos". Dice el neuquino Berbel en su poema.

 

El oficio de ladrillero tiene vericuetos difíciles de entender. Los Tubois le ponen pasión hasta para contar lo dura que fueron sus vidas como ladrilleros. "Una vez que se ha logrado ese objetivo comienza el corte del ladrillo, los que se van colocando en un sector denominado "playa" y con capacidad para unos 40 mil, una vez secados, comienzan a cocinar los adobes".

 

"Se colocan separados unos de otros en las primeras hiladas. Después se van cruzando dejando una pequeña luz entre uno y otro. A medida que esa mole de adobes se va levantando, se van haciendo las bocas, nunca son menos de  ocho o diez, las que son llenadas de gruesa leña".

 

"El proceso tiene varias etapas, Marcelo y Hugo cuentan casi a dúo que una vez que se llegó a la máxima altura, se tapa con mitades de ladrillos bayos o con restos de mampostería y se lo revoca con barro. Terminado ese trabajo, esperan que corra un poco de viento para el encendido del horno. El viento se encarga del resto, solo hay que cuidarlo". Dicen a coro.

 

Hugo señala que el horno debe estar bien "calzado" para evitar que el fuego se expanda y sea muy intenso y funda el adobe o que se quede sin fuego adentro y comiencen a desgranarse, si eso ocurriera hay que comenzar de nuevo, perdiendo tiempo y dinero".

 

Hugo Tubois agrega que los hornos de ladrillo los tenían funcionando en Algarrobo Blanco, un paraje ubicado a uno siete kilómetros de distancia de su casa en el barrio Unión. Dice que se iban en bicicleta y que muchas veces en las madrugadas tuvieron que salir corriendo porque la lluvia "les lavaba" los ladrillos o les apagaba el fuego en los hornos de unos 40 mil ladrillos.

 

Su hermano Marcelo puntualiza que su padre hizo un carro volcador que era tirado por un burro. Le había hecho unos herrajes para que el animal no tuviera que sufrir para hacer su trabajo, lo cargábamos a pala y cuando llegaba al pisadero, sacábamos unas trabas y solo se levantaba, Estaba muy bueno".

 

En otra oportunidad, don Clemente fabricó un sistema de quema con combustible para utilizar el horno. Se trataba de una red de cañerías con grifos y llaves. Se hizo pero no duró mucho, solo alcanzó a cocinarse el ladrillo que estaba cerca de la boca. "Fue un lindo experimento", agregan.

 

En 2005, Hugo hizo una peña en el club El Chorrillo para homenajear a los ladrilleros sanluiseños, fue un éxito y se les entregó un diploma de reconocimiento a todos estos hombres curtidos por el tiempo y la dureza de su oficio.

 

Quedan cientos de anécdotas. Como esa que la lluvia les arruinó un trabajo de varios meses o la otra, donde la nieve hizo estragos en las playas de secado de los ladrillos.

 

Hoy don Clemente está retirado, el ACV le quitó fuerzas pero no espíritu y vive rodeado del amor de su familia. Su hijo Marcelo es fletero y trabaja para los hornos de ladrillos acarreando tierra en su camión. Marcelo se dedica a la construcción. De alguna manera hoy, los Tubois, están ligados al duro oficio de ladrilleros.

 

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