15°SAN LUIS - Viernes 26 de Abril de 2024

15°SAN LUIS - Viernes 26 de Abril de 2024

EN VIVO

Las damas que esperaron a los soldados de Malvinas durante la guerra

Es un grupo de más de 30 mujeres formado por esposas e hijas de ex combatientes. Todas las semanas se juntan para compartir sus experiencias.  

Por redacción
| 01 de abril de 2018
En compañía. Todos los miércoles en el centro de ex combatientes "2 de abril" las "damas" comparten mates y charlas sobre Malvinas. Foto: Nicolás Varvara.

Treinta y cinco "damas" -como se llaman entre ellas- se juntan todos los miércoles a las 19 en el centro de ex combatientes "2 de Abril" en Belgrano antes de llegar a avenida Perón, en la capital puntana, aunque no siempre coincidan todas. Son las esposas y las hijas de los soldados que pelearon en la Guerra de Malvinas durante el otoño de 1982. Algunas, las que tuvieron suerte, recuperaron a sus amados después de dos meses y medio de angustia. Otras tuvieron que sufrir la pérdida y aferrarse a la vida por los hijos que dejaron. Los que volvieron vinieron cargando las secuelas de esa traumática experiencia, y fueron sus mujeres el sostén para ayudarlos a juntar los pedazos de una juventud destrozada, aunque honrosa.

 

El propósito de los encuentros semanales es conocerse entre las familias, acompañarse, organizar visitas a los colegios para que los ex combatientes compartan sus historias, hacer obras de caridad, desfiles y organizar la fecha más importante de su calendario: el 2 de Abril. 

 

Entre mates, alfajorcitos y risas alocadas por algún chiste al pasar, las damas armaban unas escarapelas con un botón que identifica al centro al que pertenecen. "éstas las vamos a repartir el lunes -por hoy- a la gente que venga al acto central", comentó Antonia Sosa de Lucero, esposa del presidente de la agrupación "2 de Abril", Ofaldo Lucero. 

 

Una espera interminable

 

"Nos juntamos para compartir, porque a nosotras también nos hace bien", dijo Susana Rodríguez. Ella es la mujer de Ángel Candia, otro soldado que volvió de la guerra.

 

Cuando Candia fue llamado a cumplir su deber, la pareja ya estaba casada y tenía dos hijos, un varón de 5 años y una nena de 3. Vivían en la ciudad de Punta Alta  que está al sudoeste de la provincia de Buenos Aires, muy cerca de la Base Naval de Puerto Belgrano.

 

"Era un 27 de marzo. Lo vinieron a buscar para navegar. Ninguno de los dos sabíamos a dónde iría, ni por cuánto tiempo", recordó Rodríguez. 
Candia partió en "El Aviso A.R.A. Alférez Sobral" un pequeño buque de la Armada cuya misión principal era realizar tareas auxiliares como remolque en el mar, balizamientos, apoyo a otras unidades y a las zonas costeras. Ninguno de los 60 tripulantes sabía a dónde iban. 

 

En Punta Alta el 99% de los habitantes eran familias de militares de la Marina. Y aunque no estaban tan cerca de la zona de conflicto, debían ser precavidos y prepararse para un posible ataque. Preocupada por no saber dónde estaba su esposo, pasaba todo el tiempo con una radio chiquita que le transmitía las pocas noticias que habían. 

 

"Cuando nos enteramos que habían tomado las Malvinas comenzó el temor. Pero yo debía mantenerme fuerte y salir adelante, sobre todo por los chicos. Fueron dos meses y medio muy difíciles. En el pueblo no podíamos prender las luces a la noche, en las calles no habían autos, teníamos horarios especiales para salir a comprar comida. No podíamos festejar cumpleaños; debíamos tapar las ventanas y hasta no se podían tirar las colillas encendidas de los cigarrillos porque en altura los aviones o helicópteros enemigos las podían ver", relató la mujer. 

 

Vivían en un departamento y en frente había un sótano que era el refugio de toda la cuadra. Ahí tenían bidones de agua, medicamentos, comida, sábanas, vendas y linternas. "Estabamos atentos a las alarmas que nos avisaban de algún posible ataque. Sentía que era parte de una película bélica, pero era real", expresó. 

 

Por la radio con la que dormía todas las noches, pudo sintonizar una emisora chilena. "A todos los del Sobral los dieron por desaparecidos", dijo con la angustia intacta como si reviviera el mismo momento. "Mientras tanto me tenía que hacer fuerte por los chicos. Teníamos que hacerles la vida lo más normal posible. Mi hijo de 5 años en ese momento, iba al jardín de infantes. A esa edad él entendía un poco lo que estaba pasando. En el jardincito les enseñaban a caminar agarrados de una soga y a tirarse en un pozo, eran prácticas comunes en caso de un ataque", agregó. "Mis familiares y otras personas me decían que vuelva a San Luis, pero yo no quería porque confiaba que iba a regresar, y cuando lo hiciera iría a mi casa en Punta Alta y así fue", contó. 

 

"Ser fuertes por los chicos" hizo que muchas de las mujeres de estos soldados aprendieran a reprimir el llanto. Al recordar aquellos días, los ojos se les llenan de lágrimas que nunca caen, quedan atoradas."Pasó un tiempo hasta que tuve noticias. Cuando me llamó por teléfono desde Puerto Deseado, todas mis esperanzas se convirtieron en certezas, estaba vivo", exclamó. "Cuando lo vi llegar exploté de alegría, pero tenía algo raro en la cabeza", manifestó. 

 

Candia había sufrido un terrible golpe en el combate que lo mantuvo bajo junta médica durante un año y medio. "Tenía convulsiones cada vez que se agachaba. Mi hijo me ayudaba a sentarlo en el inodoro y en la cama, porque se bajaba la cabeza podía perder el conocimiento. Por la noche esperábamos a que se durmiera para apagar la luz. Lloraba todas las noches, a veces dormido. Todavía lo hace, aunque no como antes", concluyó. 

 

Caído en el ARA Belgrano

 

Sólo tuvo 18 días para estar con su hijo que acababa de nacer. El 16 de abril el cabo segundo enfermero, Osvaldo Francisco Martínez, se embarcó en el ARA General Belgrano para nunca más regresar. "El tenía 26 y yo 18 años cuando nos conocimos. Yo quería descubrirme y experimentar algo nuevo, entonces decidí ir a estudiar enfermería en el Hospital Naval de Puerto Belgrano en Punta Alta. Allí lo encontré y me enamoré de inmediato. Pero no nos podíamos casar porque no estaba permitido entre compañeros, entonces como él tenía ya 6 años de carrera, fui yo la que abandonó", relató María Cristina Aguilera.

 

Se casaron en 1981 y en julio de ese año quedó embarazada. En febrero de 1982, un mes antes de dar a luz, Martínez recibe su destino: el Crucero General Belgrano. "Estábamos sorprendidos. El me contó lo que estaba pasando, que se venía una guerra, pero me dijo: 'no te preocupes, este crucero va como un hospital'", recordó con la voz quebrada. "El 29 de marzo nació nuestro hijo, estuvimos los tres juntos hasta el día que zarpó. Casi tres semanas después que él se fue, decidí volver a 

 

San Luis para estar con mi familia, pero me entero lo que estaba sucediendo por la radio. Era muy difícil saber lo que pasaba en esa época. Pude volver a Punta Alta, y ahí fueron días de espera. Llegaba un avión con gente herida, pero nada... hasta que dos semanas después vino el capitán con una carta a darnos la mala noticia, lo habían dado como desaparecido. Estaba destruida, no lo podía creer. Aprendí a sobrellevarlo, el tiempo y mi hijo me ayudaron a seguir. Ya pasaron 36 años y todavía me emociono, porque siento que él sigue vivo en mí", dijo con una triste sonrisa. 

 

La espera en Reconquista

 

Norma Stansich se quedó sola con sus dos hijos. "Tenía que ser fuerte, por ellos. No sabía nada, ni dónde iba, ni a qué, y menos cuándo volvería", contó.

 

Su esposo, José Orellano, era técnico suboficial de la Fuerza Aérea, mecánico de los aviones Pucará. Se conocieron en San Luis, en un baile de carnaval. El la había "fichado" mucho antes, pero ella ni lo registraba. Él la saco a bailar y desde esa noche de 1974 no se separaron nunca más. En 1977 a él lo trasladaron a Reconquista, Santa Fe, a la III Brigada Aérea. Y lo acompañó su familia. 

 

Era 1982 y la felicidad se opacó. "Me dijo: 'me mandan a Malvinas, volvete con los chicos a San Luis'. Pero yo no me vine, me quedé en mi casa a esperarlo", recordó.

 

"La espera era horrible, porque vivíamos en el barrio militar y cada tanto veíamos como iban a tocar las puertas de las mujeres que quedaban viudas, y pensaba que la próxima podía ser yo. Por suerte vino mi hermana a acompañarnos. Pensás mil cosas, no dormís, estás continuamente nerviosa, y tenés que tratar de llevarla por los chicos por supuesto", relató.

 

Hasta que no regresó, Norma dijo que no tuvo noticias de José. Cuando volvió se disiparon las dudas, había alegría, "pero el post fue más terrible", señaló.
"Sufrió mucho después de la guerra, vivía en continua posición de alerta. Soñaba con lo que le había pasado, me dijo que creía que estaba preparado para eso, pero no. Había noches que lo encontraba dormido en un rincón de la habitación, todo transpirado. Por ahí escuchaba el ruido de una moto y se asustaba. Tenía mucho miedo de salir a la calle, de que nos muriéramos, y de morirse él. Fue muy difícil", manifestó la mujer mientras contenía el llanto.

 

Acompañarse y acompañarlos, esa es la forma en que se ayudan estas mujeres. Ellas tuvieron que ser valientes, no en el campo de guerra, sino en las batallas que pelean todos los días, por sus hijos y por sus maridos.

 

LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo