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Martín, un deportista que superó su discapacidad

Tiene 29 años, es solitario, pero su fuerza de voluntad lo posicionó en el mundo del deporte.

Por redacción
| 01 de mayo de 2018
Ciclista. En el 2013 descubrió la pasión por las dos ruedas. Al principio le prestaban la bicicleta. Ahora tiene dos, la última se la compró en Estados Unidos. Foto: Martín Gómez.

Martín Olivera tiene 29 años, vive en una modesta casa en el barrio Policial con sus padres y hermano. Tiene una hija de seis años, María Julia, y el próximo mes se convertirá en papá de Juan Martín. Desde que nació tiene una ausencia congénita en su mano derecha pero no le impidió convertirse en un profesional destacado en paratriatlón. Antes de comenzar este deporte practicó taekwondo y fútbol, incluso fue arquero. Comenzó a andar en bicicleta a los seis años cuando un vecino lo ayudó, pero recién en 2013 surgió el amor por las carreras, la natación y el ciclismo, cuando una de sus alumnas no podía competir porque estaba lesionada.

 

Su primera enseñanza fue atarse los cordones, ahí se dio cuenta de que, aunque le faltaba una mano, iba a lograr todo lo que se propondría. Su meta es correr distancias cada vez más largas y su objetivo, clasificar a un mundial. Para ello entrena diariamente y hasta se priva de salir y compartir tiempo con su hija. Gracias a su esfuerzo se destacó en varias carreras a nivel nacional e internacional y logró formar parte de la Selección Argentina. Ve a la vida como una carrera y piensa que las personas tienen que estar preparadas para lo que sea, pero sobre todo, a saber levantarse y seguir.

 

Olivera destacó aspectos de su infancia donde sus compañeros siempre se burlaban de él y su discapacidad. “Cuando sos niño mucho no te das cuenta. A mí  me resultó muy natural mi discapacidad. En la adolescencia me surgieron las dudas y comencé a sentirme menos. No fue una etapa muy crítica para el resto, pero sí para mí. Yo no demostraba lo que me estaba sucediendo. Me sentía diferente. Con el paso de los años uno va superando obstáculos y se va aceptando como es. Entendí que iba ser así el resto de mi vida. Ahora pienso que si no me amo yo, nadie me va amar”, recordó.

 

Los comienzos de su vida deportiva fueron a los seis años cuando siguió los pasos de su madre y comenzó taekwondo. Logró ser cinturón negro. Practicó esa disciplina hasta los veinte años. Luego pasó por el fútbol. “Yo era arquero y mi mamá jamás me dijo: 'Hijo te falta una mano porque no probás jugar...' Todo lo contrario fue y me compró unos guantes”, recordó Martín.

 

Tenía una bicicleta nueva en el patio de su casa, pero su mamá debía trabajar todo el día para llevar la casa adelante. Ahí apareció una persona que marcaría el futuro del deportista, su vecino “Cebolla”. Comentó que siempre que lo ve le agradece porque le enseñó algo que sería indispensable el resto de su vida. Desde entonces se unió a sus amigos del barrio, construía rampas y dedicaba todo el tiempo libre a la bicicleta. “Nunca hubiera imaginado que me iba a dedicar a esto. Incluso a los veintitrés tampoco me lo imaginé ni siquiera cuando terminé la carrera de profesor. En el año 2013 yo entrenaba a una chica que iba a correr una posta y a último momento se lastimó.  Me ofrecieron a mí y yo dije que sí. Desde ese día no puedo parar y no creo que pare el resto de mi vida. Encontré en el triatlón algo que no lo encuentro en otro lugar: libertad”, comentó.

 

Recuerda que su mamá le enseñó a atarse los cordones cuando tenía cinco años y eso lo convirtió en una persona independiente. Resaltó que para muchos eso es una tontera, pero para él, ése fue su primer logro. “A mí me falta una mano, no me falta la cabeza, así que me considero completo”, expresó.

 

Actualmente entrena varias horas del día: lunes, miércoles y viernes hace natación durante cuatro a cinco horas; miércoles y jueves le dedica varias horas al ciclismo; y los sábados entrena con el equipo de Ernesto Rosso y recorren de cien a ciento veinte kilómetros.

 

Para lograr el  éxito que tiene hoy en día, tuvo que privarse de compartir tiempo con su hija. "Justamente esto fue un tema de conversación con mi psicóloga. La verdad entendí que a los hijos hay que dejarle buenos actos. Sé que cuando sea más grande ella va a entender el sacrificio que hago día a día. Igual siempre que entreno se pone contenta. Llego de pedalear y me pregunta cómo estoy y cómo me fue. Además de eso hay que llevar una vida sana. Me tengo que privar de salir, de juntarme con mis amigos a comer o tomar una cerveza. Sobre todo cuando estoy en los días previos de la competencia”, agregó Olivera.

 

En las carreras su técnica es de ir de menos a más. Cuando estaba en la Selección Argentina se ponía nervioso, pero ahora ya lo sobrelleva. Piensa que las carreras  se van dando solas. “Siempre que puedo ir más fuerte, acelero. Pero lo más importante para mí es cruzar la línea de meta. Pase lo que pase siempre me propongo llegar. Recuerdo que en una de mis carreras no daba más, imaginé que mi hija me estaba esperando en la línea de llegada. Cuando llegué sentí mucha emoción, una sensación de llorar y recordé todo lo que pasé. Las carreras son muy duras, pero siempre las comparo con la vida, hay que estar preparado para todo, pero lo más importante es levantarse y seguir”.

 

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