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El salto del Valle de Pancanta: la Negra Libre

Dicen que su nombre se debe a una tragedia. Es uno de los saltos más visitados de la provincia. Se llega después de caminar unas cuatro horas bordeando ríos, arroyos, quebradas y cañadas. Está ubicado a unos 70 kilómetros de la capital de San Luis.

Por Johnny Díaz
| 27 de junio de 2018
Foto: Martín Gómez.

Cuentan los lugareños que el nombre del salto La Negra Libre, ubicado en las profundidades de las sierras del Valle de Pancanta, es portador de una trágica historia protagonizada por una mujer y quienes por esos años asolaban la zona.

 

Según los dichos y comentarios de los habitantes, la denominación surge en honor a una mujer cautiva que huyó de sus captores y se arrojó al vacío en busca de la libertad que nunca antes había tenido. Le decían La Negra.

 

El salto está situado a unos 70 kilómetros de la capital sanluiseña y a unos pocos de Las Verbenas. Después de una caminata de unas cuatro horas bordeando ríos, arroyos, cerros y quebradas se llega a una profunda cañada donde surgen inmaculadas tres caídas del agua que recorren unos 80 metros de altura hasta conformar una especie de pileta natural de unos 25 metros de ancho y unos 18 a 25  de profundidad, de acuerdo a la época del año.

 

La Negra Libre es uno de los lugares turísticos más visitados del amplio cordón montañoso de San Luis lleno de misterios y de intrigas.  Sus altas paredes muestran signos inequívocos de que anidan cóndores.

 

Hoy el éxodo turístico que supo tener parece haber sufrido un impás. Los nuevos dueños de los campos por donde serpentea el río Pancanta alambraron los dos accesos, según dicen "para evitar la proliferación de daños que hacen quienes concurren al lugar". Otros opinan que los cuatreros hacen de las suyas y los más rescatados se conforman con señalar que "a los nuevos dueños no les interesa el turismo".

 

Juan Ramón Pérez es el propietario de un campo ubicado en el kilómetro 60 de la ruta 9 que une El Trapiche y La Carolina, en la zona de Piedra Blanca y se autodefine como fanático de River Plate, de hecho su tranquera está pintada con los colores de esa  institución.

 

Para llegar a su casa hay que pasar por una ermita de la Difunta Correa que está a la vera del camino y recorrer unos mil metros. Está en medio de una quebrada y en el inicio de una pronunciada bajada.

 

Es la típica casa de campo que se identifica con la zona, varios corrales de pircas y una frondosa arboleda compuesta de pinos y sauces-mimbres terminan de componer el lugar. Gallinas y pollos cacareando van y vienen por doquier mientras los perros se encargan de olfatear todo lo que los rodea.

 

"Hace más de sesenta años que vivo acá,  de La Negra Libre se han dicho y se dicen muchas cosas. Yo lo que puedo decir es lo que me contaron personas que hace mucho tiempo fallecieron y por generaciones fueron dueños de estos campos. Los anteriores dueños de estos campos  solían contar que sobre la costa del río Pancanta, arriba en la confluencia con el río La Carolina, habitaban pequeñas comunidades  Huarpes, Comechingnes, y  Michilingues más los que bajaban de la Gruta de Inti Huasi", dice mientras golpea con su bastón el piso de su casa.

 

"Esas grutas fueron usadas por grupos de originarios nómades que se movían según las estaciones del año desde las sierras altas a los valles para conseguir alimentos, incluso algunos se afincaron río arriba construyendo casas y corrales de piedra. Eran bravos guerreros y como todo indígena, hábiles jinetes, cuando ellos bajaban seguro que se enfrentaban con los criollos defendiendo posiciones", relata.

 

"Todavía hoy ‑continúa‑ si usted sube a esas alturas, va a encontrar en esas cuevas restos de que en ellas alguien vivió porque hay puntas de flechas, de lanza, lugares donde hacían fuego, restos de utensilios y también paredes de lo que alguna vez fueron casas".

 

A la charla se suma su esposa Petrona, que ceba mate y nos invita con pan casero. Reafirma lo dicho por su marido y agrega:  "Fue en uno de esos malones que de un campo cercano se llevaron lo que encontraban a su paso y lo que no podían lo quemaban como si fuera una ofrenda al Dios Sol que ellos veneraban".

 

"En uno de esos malones se llevaron una mujer a quien todos las conocían como 'La Negra'. Esa mujer estuvo mucho tiempo cautiva en las tolderías y en las cavernas, en terrenos de la hoy estancia de Pancanta de más de diez mil hectáreas, era una esclava más que un día tuvo la oportunidad de huir de las garras de sus bravos captores", detalla.

 

Ramón Pérez entrecierra sus ojos, parece meditar cada palabra para no equivocarse y dar una información errónea. Entre mate y mate señala: "Esas grutas fueron habitadas por grupos nómades que se movían según la época. Incluso, según dicen, que fue de una de esas tribus que La Negra se escapó y en su huida lo único que pudo traer como alimento fue una alforja llena de duraznos silvestres".

 

"Contaban que deambuló por la zona totalmente perdida y cuando escuchaba un relincho llegaba la noche, como podía se escondía no solo de los indios sino también de los pumas y las alimañas".

 

Pérez no acepta interrupciones, mate en mano sigue hablando: "Hasta que unos días después, con hambre y cansada de huir sin rumbo, fue encontrada por sus perseguidores y viéndose acorralada emprendió veloz carrera por el río y se tiró a las aguas de un salto que tiene más de 80 metros ante el estupor de sus perseguidores, encontrando la muerte y dándole paso a la inmortalidad como 'La Negra Libre".

 

Hoy quienes visitan La Negra Libre no conocen su historia y el por qué de su nombre. Si bien esta versión no está escrita en los libros, cuentan que la mujer nunca dejó la alforja cargada con duraznos y que los durazneros que hay en la zona son producto de aquella huida.  "Mire -me dice- para que tenga en cuenta, hubo varios incendios, se quemó todo, el fuego arrasó lo que encontró a su paso, menos los durazneros. ¿Por qué será?".

 

Ramón Pérez agrega que mucho tiempo hizo de guía a La Negra Libre, los llevaba a caballo o a pie, en un camino muy escarpado y peligroso donde muchas veces dejamos los caballo para seguir a pie. Son varios los kilómetros a recorrer. Yo mostraba los murallones naturales donde anidan los cóndores. Generalmente los fines de semana me ganaba unos buenos pesos". Por último Ramón agrega: "Una vez llevé un contingente de ciento treinta personas incluidos los curas. Vinieron de la Basílica de Luján, incluso en el patio de mi casa dieron una misa".

 

Hoy los dueños de los campos han cerrado los accesos por Loma Alta y por el río. Dicen que es por culpa de quienes prenden fuego y no lo apagan y de los pescadores que sacan truchas de poco tamaño y las dejan morir. Una pena porque es un lugar encantador y en el que los turistas se van maravillados.

 

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