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"El aplicador debe estar en sintonía con el dueño"

Más de 200 personas colmaron el teatro de la Upro para escuchar a Pedro Leiva, un especialista en el difícil arte de fumigar sin dañar las plantaciones ni la salud de la población.

Por Marcelo Dettoni
| 12 de agosto de 2018

Más allá de las polémicas, el uso de fitosanitarios es una realidad incontrastable de la agricultura y por lo tanto hay que pugnar por una aplicación segura, a través de profesionales certificados que puedan garantizar el cuidado de la salud propia y de la población en general. Por eso el Gobierno de San Luis se preocupa para que los aplicadores cuenten con todas las herramientas necesarias para hacer bien su trabajo. Y el primer mandamiento es dictar un curso cada año de asistencia obligatoria que se divide en dos días: el primero es para quienes se inician en la tarea o aquellos que si bien tienen experiencia, nunca la certificaron en la provincia; y el segundo es para revalidar la certificación alcanzada el día anterior y para aquellos que la tienen vencida, ya que tiene una vigencia de dos años.

 

La revista El Campo participó del curso de actualización que se llevó a cabo en la Universidad Provincial de Oficios "Eva Perón" de Villa Mercedes, que contó con más de 200 aplicadores, ya que los 144 que habían participado del curso de inicio del día anterior se sumaron otros que debían renovar el permiso que expide el Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción. La gran cantidad de gente que llenó el auditorio sorprendió hasta a los propios organizadores, que no esperaban tanto interés. “Suele haber un poco más de cien, aunque hay picos y este año se dio uno de ellos. Pasa también que vinieron varios aplicadores cordobeses que están interesados en trabajar en San Luis, porque acá la agricultura crece año a año”, evaluó María Rodríguez, funcionaria del área de Sanidad Vegetal y una de las organizadoras de los encuentros.

 

Consejos para aplicar seguro

 

El segundo orador fue el ingeniero agrónomo Pedro Leiva, un especialista en preparación de la maquinaria y la aplicación de fitosanitarios, con muchos años de desempeño en el INTA de Pergamino. Con un lenguaje llano y ágil, aunque a veces muy técnico cuando profundizaba en cuestiones relacionadas con la química, apuntó de entrada a la importancia del monitoreo, del que aseguró que “favorece la relación entre el aplicador y el cliente”.

 

“La polilla deja un huevo, a los cinco días es larva y 20 días después tenemos una plaga. ¿Existe un método para adelantarse estos 20 días a que se coman todo? Hay más investigado de lo que después se aplica. Cuando aparece la plaga pasa como con los taxis los días de lluvia: no se respetan horarios, métodos ni precauciones”, alertó.

 

“El INTA desarrolló un manual de insectos, no hace falta ser ingeniero agrónomo para saber qué nos ataca”, aseguró Leiva, quien se mostró partidario de métodos simples como la trampa de luz (“para saber cómo vamos”) y los reguladores de crecimiento, que “tienen una residualidad de tres semanas, se absorben en la hoja y no dependen del agua”.

 

El ingeniero aseguró que el trabajo de aplicador “tiene picos”, que hay que tratar de “hacerlos horizontales trabajando todos los días, para armar un círculo virtuoso. Lávenle la cabeza al cliente para favorecer su posición, y en el proceso favorecerán la de él también. Hay que tratar de hacer alianzas, hablar el mismo idioma”.

 

Ya yendo a las aplicaciones, aseguró que el sistema define la calidad. “La aspersión define el volumen de la aplicación, las hectáreas por tanque, la cantidad de herbicida; mientras que la aplicación propiamente dicha, hacer que la gota llegue a destino, implica la cantidad por metro cuadrado. Hay eficiencia cuando llega lo que yo he hecho, hay que tirar todo a la planta, nada al suelo”. Sobre las decisiones agronómicas a tomar, “en trigo los bichos están en hoja bandera o espiga, entonces la tarjeta va arriba; en soja la plaga avanza de abajo hacia arriba, entonces la tarjeta hay que ponerla abajo. Son 20 gotas por centímetro cúbico en aplicaciones comunes, con una variabilidad del 30%”.

 

“La calidad de aplicación es un proceso, no se compra en el supermercado. Hay paso lineales a seguir y verificadores: el monitoreo, la calidad del agua, el estado de la maquinaria”, explicó Leiva.

 

Luego se dedicó a la calidad de las aguas, en la que influye de manera decisiva el PH. “Para destruir un plaguicida necesito un PH ácido (4 a 6), un 7 es neutro y entre 8 y 9, que es un PH alcalino, ese plaguicida queda protegido. Hay que corregir siempre el PH, si bajo de 8 a 4 aumento 10.000 veces la chance de tener éxito”. Y puso ejemplos: “Un insecticida como el clorpirifós, si el agua tiene un PH 8 dura dos días, bajándolo apenas a 7 pasa a los 35 días. A medida que acidifico el agua, extiendo su vida útil. En control del sorgo de Alepo con Roundup, sin corrector (PH 8) tiene 50% de efectividad  con un PH 5 llega al 95%”. Al final aclaró que el agua se corrige en el tanque, antes de cargarla al producto.

 

En resumen, el PH ideal va de 4,5 a 5; será normal entre 6,8 y 7,2; ya se pasa de calcio entre 7,5 y 8,1; y con más de 8,2 domina el sodio.

 

También se refirió a la turbidez, que no afecta a todos los productos por igual porque cada uno tiene una sensibilidad distinta.  La dificultad es baja en el caso del 24D, el dicamba y la atrazina, tiene un efecto medio en el fluazifop, alto en el glifosato y muy alto en el paraquat. A la dureza también hay que prestarle atención, porque provoca el "secuestro" del calcio y termina perjudicando la acción del glifosato. Será un agua blanda si tiene entre 0 y 75 partes de calcio por millón, semidura (75-150), dura (150-300) y muy dura (más de 300).

 

Si el agua es muy dura, hay una inactivación superior del glifosato, que puede variar del 14,1% en 100 litros por hectárea hasta 42,3% en 300 litros. “Por eso si no tengo chance de corregir el agua, es mejor bajar la cantidad para no perder eficacia en la aplicación”, remató el ingeniero agrónomo.

 

¿Qué gusto tiene la sal?

 

La salinidad también juega su papel, porque a mayor cantidad, se dificulta la disolución de los herbicidas. “Menos de 0,7 parte es excelente, hasta 2 es buena o admisible, de dos a tres pasa a ser un agua dudosa o no útil y con más de 3 no sirve. Piensen que el ser humano no puede tomar agua con más de uno de salinidad. La vaca de tambo, si toma agua muy salina produce menos leche, pero porque toma menos cantidad”.

 

Yendo directamente a las técnicas más efectivas de aplicación, explicó que “la gota gira al salir para vencer los distintos ángulos de penetración en el follaje”. Dijo que el abanico plano produce una aplicación pareja, “pero para el control de malezas con mucho rastrojo, no sirve porque la maleza está abajo, ahí es mejor el doble abanico porque moja de abajo-arriba y de arriba-abajo. Si bajo la presión, el abanico se abre y la gota se agranda; y viceversa si la subo”.

 

En la preparación de la máquina pulverizadora recomendó un pico aspersor con un caño de ¾ con cinco salidas: abanico plano, dos conos huecos, una para el fertilizante y una más para la pastilla antideriva (mezcla de agua y aire para que caiga y no se deslice). “Los conos huecos, uno con 50 litros para herbicidas con el que hay que pegarle a la yema de la maleza, si no pierde la hoja pero una lluvia la hace crecer más; y el otro con 120 litros para fungicidas, pero atención, sólo si la soja rinde arriba de 30 quintales por hectárea, si no es tirar la plata”.

 

Sobre las condiciones para pulverizar, aseguró que son “con una humedad de entre 75 y 80% para evitar la transpiración, entre 15 y 20 grados de temperatura para que no haya evaporación; un viento de no más de 14 kilómetros por hora (más no permite la ley y con menos de 4 kilómetros por hora hay deslizamiento) y con un avance de la máquina de 8 kilómetros por hora de velocidad”.

 

Ya sobre el final, Leiva insistió con que “hay que cuidar el suelo, de las 50.900 millones de hectáreas que tiene la Tierra sólo hay disponibles para la agricultura unos 1.500 millones. Fíjense las etiquetas de los plaguicidas, que califican la toxicidad con distintos colores en las etiquetas, recuerden que bajan la sensibilidad al dolor, actúan como una anestesia, lo que agrega peligrosidad”. Por eso recomendó a los aplicadores “hacerse un estudio de sangre cada seis meses, si no están intoxicados significa que trabajan bien. Y si van usar insecticidas, siempre elijan los de menor toxicidad”.

 

A esa altura de la charla, el auditorio ya estaba más concentrado en el examen que les iban a tomar pocos minutos después que en las especificaciones técnicas del disertante. Cada uno comenzaba a jugarse su futuro en busca de la ansiada certificación que les permitiera trabajar en San Luis con todos los resguardos que impone la ley y la previsibilidad que otorga una provincia que cumple con todos los protocolos sanitarios.

 

Cuidado con las derivas

 

Para hablar de uno de los grandes peligros que tiene la aplicación de fitosanitarios, como es el de las derivas, Leiva comenzó con un repaso de las buenas prácticas agrícolas, para llegar a la conclusión que, en el ítem conservación del suelo y el agua, muy pocas veces se cumplen. “Sabemos que hay que rotar cultivos y forrajes y sin embargo hacemos más soja que maíz; la labranza cero no existe; la fertilización balanceada está en deuda porque según la Fundación Fertilizar sólo se repone el 40% de lo que se consume y tampoco hay una sistematización de tierras que nos permita hacer un kilo de carne con cada milímetro de agua”, repasó con desazón.

 

Tampoco dio buenas noticias en cuanto al manejo integrado de plagas, “porque con el valor que tiene hoy el combustible es imposible hacer un buen monitoreo”, y despertó las risas del auditorio cuando dijo que “la calidad de aplicación de los plaguicidas es lo único que más o menos se cumple porque es coercitiva, si no, ni siquiera vendrían a este curso…”.

 

La deriva se produce entre la aplicación y la aspersión. Sobre el volumen y el tamaño de la gota, explicó que “a gota más chica, más evaporación porque entra en contacto con el aire y se achica, por eso Europa prohíbe las aplicaciones aéreas”. Pero también aclaró que “el avión es más peligroso, pero no quiere decir que no se pueda usar para esta tarea, piensen que para las aplicaciones terrestres se necesita un volumen diez veces mayor de productos. En insecticidas la relación es 50-5, en herbicidas 100-10 y en fungicidas 150-15 en cuanto a litros por hectárea”.

 

Dijo que “la deriva puede producirse con aspersión de cualquier plaguicida, se evidencia más con los herbicidas, pero es mucho más grave con los insecticidas”.  Agregó que “la humedad relativa, que es un gran factor condicionante, es opuesta a la temperatura, son importantes los parámetros: hasta cuándo, qué cosa… Tengan en cuenta que la humedad cae rápido y se recupera lento. El punto de quiebre de la humedad relativa es del 60%, con un límite inferior del 40%, más abajo no se puede corregir. Y en ese espacio intermedio pueden ayudar los coadyuvantes, porque actúan como antievaporantes. Tengan en cuenta que con baja humedad y alta temperatura no se puede aplicar, eso es innegociable”.

 

Al hablar del viento, otro factor condicionante, explicó que las pastillas antideriva pueden mitigar cuando se trata de una aplicación de herbicidas en barbecho, donde no hay follaje, sólo malezas. “Con el túnel de viento, la deriva es cero, es ideal para la aplicación de insecticidas y fungicidas en cultivos desarrollados. El túnel tiene una velocidad de salida del viento de 14 kilómetros por hora, fuerte y distribuido uniformemente, no importa el viento exterior”.

 

Leiva contó que viajó a Dinamarca para aprender más sobre esta tecnología y trajo los kits para implementarlo en la Argentina. “Hay túneles disponibles de entre 18 y 36 metros, con el aire provisto por una turbina”, contó, antes de relatar una anécdota sucedida en un campo pampeano: “Aplicaron herbicidas (24D, glifosato y metsilfurón) sin viento y terminaron quemando 60 hectáreas de centeno”.

 

Por eso hay que evitar pulverizar con un viento inferior a los 2 kilómetros por hora, lo ideal es entre 3 y 7 kilómetros, aunque hasta los 10 se pueden considerar como condiciones "buenas". Ya entre 10 y 15 hay que evitar los herbicidas y con más de 15 directamente ni intentarlo. “Las aplicaciones más riesgosas se dan por la tarde, porque allí interviene la inversión térmica, que ocurre cuando la tierra está más caliente y el aire es más frío en su capa inferior”, detalló el especialista del INTA.

 

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