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Además de golpear a su mujer en la cabeza, la estranguló

Un forense determinó que Dalinda Quevedo murió asfixiada. El femicida, Edgar Amaya, se suicidó.

Por redacción
| 23 de agosto de 2018
Camino a el retamo. Hasta allá llevó Amaya a su mujer. El cadáver fue hallado en el monte. Foto: Gentileza Daniel Páez Oros.

La furia femicida del ex agente penitenciario Edgar Justiniano “Guito” Amaya no se limitó a asestarle a su esposa, Dalinda Quevedo, un garrotazo en la cabeza antes de suicidarse cortándose las venas. La lesión causada por el golpe fue la más evidente que los policías de Quines advirtieron al examinar en forma superficial el cadáver de la mujer de 53 años, cuando lo hallaron el martes a la tarde, en el monte, a metros del camino de tierra que va al paraje El Milagro. Pero este miércoles, el médico forense Luis Lucero Arienti, al hacerle la autopsia, determinó que el golpe que la víctima recibió en el parietal derecho no fue lo que le causó la muerte, sino que murió asfixiada por estrangulamiento.

 

El perito le explicó a la Policía que Dalinda tenía lesiones en la tráquea, causadas por la presión que el homicida ejerció, probablemente con las manos, hasta sofocarla, reveló el jefe de la Unidad Regional V de Policía, comisario general Martín Fernández.

 

Es casi imposible saber si Amaya primero la asfixió y luego le pegó en la cabeza, o si fue al revés. Cerca del cuerpo la Policía halló dos elementos que podrían haber sido el arma homicida, un hacha y un palo que tenía manchas de sangre.

 

No ha trascendido cuál puede haber sido el motivo por el que el ex guardiacárcel de 55 años, que durante un tiempo breve trabajó como contratado en el hospital de Quines, se resolvió a asesinar a su esposa, empleada del hospital de Candelaria.

 

Lo que se sabe es que a pesar de llevar años de convivencia, la relación entre ellos no era buena. Dalinda lo había denunciado hace cuatro meses por violencia de género.

 

El lunes feriado, entre las tres y las cuatro de la tarde, el matrimonio salió de su casa de la calle San José en su Volkswagen Bora negro. Cada tanto solían ir hacia el paraje El Retamo, ubicado a poco más de veinte kilómetros de Quines, hacia el noroeste, porque Dalinda era de allá.

 

Esa noche la pareja no volvió a su casa. Probablemente solían quedarse a dormir en el paraje, porque sus hijos no avisaron a la Policía que no habían regresado a su domicilio.

 

El alerta sobre el crimen lo dio el encargado de un campo del corredor agrícola Quines-Candelaria, que pasaba junto a su hijo por el camino contiguo al canal revestido que lleva agua del río Quines a los productores. Cerca del cementerio se encontró con un auto estacionado a un costado de la huella.

 

Con solo asomarse vio, por la ventanilla semiabierta del Bora, que había un hombre sentado al volante, inmóvil. Y luego comprobó que estaba ensangrentado, muerto.

 

Amaya se había hecho profundos cortes en los brazos con un cuchillo. El arma, un puñal del tipo de los que usan los hombres de campo, fue hallado junto a él, informó el comisario general Fernández.

 

Este miércoles, el forense determinó que el hombre murió por un “shock hipovolémico”, una súbita pérdida de sangre causada por las heridas cortantes.

 

Como su esposa no estaba con él, la buscaron por los alrededores, pero no la encontraron. El hecho de que la familia siempre iba hacia El Retamo orientó la búsqueda hacia allá.

 

La huella de un auto que había entrado por el camino de tierra, desde la ruta nacional 79 –la que va a Candelaria y La Rioja–, hacia El Retamo, y que a los tres o cuatro kilómetros había dado la vuelta, los hizo buscar en los alrededores de donde el conductor había hecho esa maniobra.

 

A unos veinte metros campo adentro hallaron a Dalinda.

 

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