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Simón, el brujo de El Chorrillo

El hecho habría ocurrido en 1700 cuando San Luis era una gran aldea. Las creencias y lo supersticioso acaparaban los principales comentarios de los aldeanos.  En el caso estuvieron implicados un capitán, su esposa, una india renga y un mulato mendocino.

Por Johnny Díaz
| 27 de agosto de 2018
Simón hacía de "médico" del pueblo, porque tenía ciertos "poderes" curativos que los lugareños no podían entender. El alcalde mandó a detenerlo y a engrillarlo.

Según creencias cristianas tradicionales sobre la brujería o pactos diabólicos, el pacto quedaría establecido entre una persona y Satanás o cualquier otro demonio.

 

Los hechos dicen que la o las persona ofrecerían lo más valioso que tengan o su alma a cambio de favores diabólicos poderosos.
La sabiduría popular no siempre es sabia. Existen afirmaciones que, más allá de su veracidad, se instalan en el inconsciente colectivo y es muy difícil erradicarlas.

 

Dice la Historia que este caso sucedió en San Luis, allá por el año 1700, cuando por esa época el capitán Antonio Salinas y su esposa vivieron sucesos rayando  lo supersticioso y lo diabólico, hasta que lentamente se fue convirtiendo en leyenda.
Salinas vivía en las afueras de lo que hoy sería la ciudad de San Luis, precisamente donde brotaban los hilos de agua. En ese lugar, que desde los primeros tiempos, vecinos y derroteros lo conocían con el nombre de El Chorrillo. (Lugar de donde brota agua según historiadores sanluiseños).

 

Allí, el Portezuelo le daba nuevo rumbo al impetuoso viento de las pampas volcándolo sobre el rancherío de la Nueva Medina del Río Seco, es así que de ahí mismo salió “El mandinga” a hacer de las suyas.

 

Roberto Quevedo y Fabricio Billiardi, dos periodistas de San Luis, nos cuentan que “El capitán Salinas advirtió un día que Teresa de Acosta, su legítima mujer, no solo discurría por algunas casas más nerviosa que de costumbre, sino que arrastraba su pierna, como si hubiese andado saltando cercos, cosa que no era posible en aquella dama”.

 

“Asimismo el pacífico capitán, o don Antonio como lo llamaban algunos, notó que otros caminaban como su esposa y torturaban a un indio llamado Simón; quien se dio maña para invitar a salir fuera del pueblerío a doña Teresa, con el pretexto de devolverle la salud perdida”. Manifiestan.

 

“Teresa y su hermanastra, María de Orozco, esposa del capitán Luis Lucero, solían caminar y conversar por las noches en las inmediaciones del rancherío de la zona. Un día, al regresar juntas a la casa de Teresa, en medio de la oscuridad, oyeron aletear un ave que no pudieron identificar”. Cuentan a dúo.

 

La conversación aumenta en intriga y nos posesiona imaginariamente en el San Luis de esos años, cuando era un poco más que una aldea y las creencias o supersticiones podían más que la fe y la realidad.  “La situación se tornó espeluznante cuando observaron que la silla, ubicada fuera del rancho de Teresa, se mecía y crujía, como si alguien la moviera y, al mismo tiempo, oyeron voces como de una criatura que lloraba”.

 

“No había sido don Antonio el que movía la silla, aunque se decía y lo sabía todo el pueblo, era aficionado a entenderse con seres de otro mundo. Por eso la dueña de la casa, asustada, le contó lo sucedido al alcalde provincial (lo que hoy sería el intendente). Ante la antipatía que el funcionario le tenía al indio Simón, mendocino y ladino como lo señalaba, no dudó en acusarlo a él”.

 

La intriga va en aumento, el silencio se hace casi total, solo se escucha la palabra autorizada de los narradores. El viento hace crujir una puerta en el fondo de la casa, las mascotas giran en torno al cómodo living donde estamos sentados. La televisión suena sola y, a lo lejos, a nadie interesa, el relato nos atrapa.

 

Roberto dice: “Simón hacía de médico del pueblo, porque tenía ciertos “poderes” curativos que los lugareños no podían entender. Debido a esa confusa situación en la casa de doña Teresa, el alcalde mandó asegurar con grillos al diligente “cura males” Simón, ordenándole que declare y que explique por qué invitaba a algunas damas del pueblo a salir de sus casas por la noche ofreciéndoles una solución a sus dolencias”.

 

“Ante esa situación y ante el intenso interrogatorio impuesto por el alcalde y sus oficiales,  el habilidoso ‘doctor’ afirmó que todas las desdichas de la señora Teresa eran obra de Mariana, una india renga de un pie de la encomienda del capitán Francisco Díaz Barroso, la cual se hacía entender con el diablo, tocando con sus manos un tamborcito, convocándolo de esa manera”. Señala Fabricio Billiardi.

 

“Simón defendió a capa y espada su 'tesis doctoral' e insistió en que la bruja, sin vuelta de hoja, era la tal Mariana, y que el maleficio que ella tenía en su pierna se lo había trasladado a la intranquila doña Teresa”.

 

Apremiado por el alcalde y bajo la atenta mirada de un escribano, el “médico ambulante” explicó sus procedimientos, diciendo que aquella noche que la invitó a salir de su casa a doña Teresa no le hizo otras ceremonias que refregarle la mano sobre su pierna y darle un beso, en el paraje conocido como "Del Lagarto" donde presumiblemente estaba el daño

 

Para acertar en el fallo, quiso el alcalde saber quién le había enseñado a Simón el arte de curar, y el mendocino puso sobre la mesa su carta de triunfo: “Pues sabrá, que estando el verano pasado en Estanzuela, a mediodía, echado bajo la sombra de un chañar que hay cerquita del rancho, cayó de arriba (como del cielo) un niño vestido muy elegante, como de media vara de alto, y me dijo: 'Como son tan pobres aquí, te voy a dar poder para que cures a los embrujados'". 

 

“Lo harás sobando con la mano en el lugar del maleficio. Y si llegas a sentir que la mano se te amortigua, dejarás de curar al enfermo, porque ya no tiene remedio. Pero si no se te amortigua, continúa. Y dicho esto, se fue el niño atado por un lacito para arriba, como para el cielo y se perdió”.

 

No se podía creer lo que estaba ocurriendo. Al diálogo entre Simón, el escribano y el alcalde le siguió un profundo silencio, casi sepulcral. La perplejidad había ganado el recinto. Quedaron en estado obnubiloso. 

 

Como perdido quedó también el alcalde al escuchar semejante argumento. A pesar de todo, Simón fue liberado casi tratado como un loco y fue obligado a marcharse del pueblo; y en cuanto a la otra india, Mariana, desapareció luego que el “médico ambulante” fue desterrado de El Chorrillo. Nunca más se supo de ellos. 

 

Roberto Quevedo y Fabricio Billiardi son dos periodistas sanluiseños, directores de Periodismo Urbano.
 

 

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