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Pialadas y castraciones en el Pueblo Ranquel

Esta vez sin yerra, la comunidad vivió una jornada plena de tradiciones, con productores invitados y la participación de jóvenes estudiantes de la carrera de Ciencias Veterinarias.

Por Marcelo Dettoni
| 05 de agosto de 2018
El arte de enlazar. Uno de los invitados intenta pialar a un ternero de raza Hereford. Fotos y Video Denis Norambuena

La castración de los terneros tiene un fuerte significado en el campo. No sólo por la importancia en cuanto a la selección y el manejo de la hacienda, también porque es un día ideal para compartir, en el cual otros productores especialmente invitados se suman al ritual, ponen a disposición del dueño del campo toda su habilidad y sabiduría y, con el esfuerzo de todos, llevan adelante una tarea difícil, esforzada, pero en un marco de alegría y cordialidad.

 

La revista El Campo compartió una jornada que en un principio iba a ser de yerra con el marcado a fuego de los animales y terminó solo en la castración en el Pueblo Ranquel, una enorme extensión de 70 mil hectáreas sobre la ruta 27, a 160 kilómetros al sur de Fraga y camino a Unión, donde dominan los pastizales naturales, es posible observar las ágiles carreras de los venados de las pampas y la inmensidad se devora todo hasta donde alcanza la vista.

 

Fue un día frío y gris, en el que el calor lo pusieron los hombres de campo dentro de los corrales. Porque este cronista puede dar fe que no es nada sencillo enfrentar a terneros asustados, que se resisten a la captura momentánea y, cuando pueden, encaran a sus "rivales"  dentro del corral. Encima, cierta falta de selección a tiempo obligó a encarar también algunos novillitos que deberían andar fácilmente por los 200 kilos con el único recurso del lazo.

 

Es todo un arte la pialada, porque los animales corren enloquecidos de una punta a la otra y hay que ser muy certero para dejarlos pasar primero y tirarles desde atrás a las patas traseras para hacerlos caer ajustando la piola en el momento exacto. Del resto se encargan los otros, algunos ayudando a mantener tirante el lazo y los demás arrojándose sobre el ternero para inmovilizarlo y poder quitarle los testículos, una tarea que hacen, cuchillo en mano y arrojo suficiente, los más experimentados.

 

Otro recurso es enlazarlos por el cuello, pero esa técnica requiere de mucha fuerza, porque al tener tracción, los bovinos siguen corriendo y pueden llevar a la rastra a un par de personas. Entonces hay que tomarlos del cuello y hacerles una especie de toma de catch para poder voltearlos. Una vez que alguien lo intentó dos o tres veces, ya no queda aliento ni fuerzas para seguir. A esa altura el frío es una anécdota, todos transpiran, festejan cuando la pialada o la enlazada tienen éxito, se revuelcan en la tierra arenosa de esos campos sureños para retener a los animales en el suelo, piden por el que tiene la bolsa en la que se acumulan los testículos sangrantes, se chicanean si falla el intento, lanzan algún que otro grito al viento y vuelven a empezar.

 

 


En el corral reservado a los estudiantes de la UCCuyo, los ranqueles ayudaron con el lazo y los chicos castraron.

 


Fue una jornada de lindos contrastes. Porque los jóvenes estudiantes de los últimos dos años de la carrera de Ciencias Veterinarias de la Universidad Católica de Cuyo, que participaron gracias a un convenio que la casa de estudios tiene con el Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción (ver recuadro), encararon un trabajo de “grandes” con un profesionalismo digno de mención y mucha alegría; y al mismo tiempo funcionarios y empleados del ministerio de divirtieron como “chicos” mientras daban una mano grande en la castración de un lote muy numeroso, de más de 450 cabezas.

 

La actividad estuvo dividida en tres corrales. En uno castraron los estudiantes, en otro los funcionarios y algunos productores invitados, y en el tercero los ranqueles, quienes exhibieron una gran habilidad con el lazo, tanta que algunos de ellos terminaron trasladándose al espacio donde estaban los jóvenes para darles una mano con la pialada, para que ellos pudieran cortar testículos con más comodidad bajo la atenta mirada del profesor que los acompañó y del decano de la facultad, José La Malfa, quien no podía ocultar el orgullo por verlos metidos de lleno en la tarea.

 

El capado de los terneros es fundamental en cualquier técnica de manejo de un rodeo. “Quitándoles los testículos cortás con una fuente de testosterona muy importante. Es el paso del ternero al novillito, que luego puede venderse con ese peso para faena o bien seguir con una recría y convertirlo en novillo, una categoría muy importante para la ganadería argentina, porque es la que reclaman los países que compran carne en el mundo. Y justamente al país le faltan novillos”. El que explica con conocimiento de causa es el veterinario Martín Rodríguez, el jefe del Programa Producción Agropecuaria, uno de los que usó con precisión el cuchillo, elemento reservado para pocos porque hay que hacer el tajo rápido y en el lugar justo, sin dudar, bancando la resistencia del ternero.

 

 

La castración comienza con un tajo preciso en la bolsa escrotal para retirar los testículos una vez que otro corte los separa del cordón espermático o vinza.

 


El primer corte es en la bolsa escrotal, algunos sacan los testículos de a uno, otros introducen la mano y con un segundo corte sobre el cordón espermático (conocido en el campo como vinza), quitan los dos al mismo tiempo. Todos van a parar a una bolsa o un tacho. “¡Hembra!”, grita alguien que se acercó a un animal recién pialado, dando fe que la selección dejó que desear. Rápidamente lo sueltan y van por otro, porque cada uno representa un desafío distinto. Incluso uno tiene un testículo solo, porque el otro se reabsorbió en el abdomen, su destino será el engorde y la faena.

 

“Dejalo que se canse un poco más”, aconseja uno de los empleados del ministerio, jadeante, agotado y algo frustrado con un ternero grandote que se hace esquivo a sus intenciones. Al final lo voltean entre seis y, con la técnica de introducirle una mano en la boca, mágicamente lo calman para castrarlo con facilidad. Para entonces Víctor, un grandote que suele oficiar de chofer y asador en los viajes oficiales, ya no quiere más: venía de hacer tomas tipo Karadagian en tres animales consecutivos a los que había agarrado del cuello cuando los demás se daban por vencidos. Se llevó tres merecidas ovaciones, pero ahora pide agua y se apoya agotado sobre el alambrado. Ya no volverá a la pista a colgarse otra medalla.

 

“Con la castración comienza a cambiar el fenotipo, los animales se engrasan de otra manera. Y a la vez prevenís los problemas dentro del rodeo, porque ya no tenés toros que te compliquen el manejo, sólo los que vos dejás tras una selección previa, que siempre van a ser los mejores padres de plantel. Se puede capar al nacer o al destete, acá eligieron este último período, otros prefieren el primero porque dicen que el animal sufre menos. La efectividad suele ser la misma”, agregó el jefe de programa en un alto de la tarea, para luego aclarar que tras el capado colocarán un antibiótico y antiinflamatorios, más alguna vacuna clostridial para evitar enfermedades como la mancha y la gangrena.

 

En los últimos años se difundió una nueva categoría, que se conoce como Macho Entero Joven (MEJ), que es fruto de evitar el capado para poder ganar en musculatura, usando los testículos como "anabolizantes", pero en los campos de manejo tradicional se sigue la tradición de toda la vida, y en el Pueblo Ranquel no podía ser de otra manera, porque es una comunidad apegada a las técnicas históricas.

 

 


Castración. Se hace para que los machos que no fueron seleccionados para toros no causen problemas de manejo dentro del rodeo.

 


Rodríguez es la antítesis de esos funcionarios que están detrás de un escritorio y desde allí imparten directivas con poco conocimiento de la realidad que se vive más allá de su despacho. Él disfruta yendo al campo, ejerciendo las políticas que emanan de Terrazas de Portezuelo pero a la vez su profesión de veterinario. Este cronista lo observó en innumerables viajes revisando cabras enfermas en corrales mínimos de algún pequeño productor, ayudando en medio de una piara para poder vacunar a un cerdo o, como ahora, fajándose con terneros que se resisten a la castración. Todo su equipo hace lo mismo: cambia papeleo por acción, sin descuidar las tareas administrativas por supuesto.

 

La castración lleva toda la mañana, hasta pasado el mediodía, cuando será el tiempo de ir a comer un asado a una zona con viejas edificaciones de campo que sirven para guardar los elementos de labranza. Claro, eso será después de otra tradición tan arraigada como la pialada: comer los testículos cocinados al disco. Aquí y allá humean dos gigantes de metal, con recetas distintas. Los ranqueles apenas los acompañan con unas cebollas cortadas, sal y pimienta. En cambio en el disco de los funcionarios hay una preparación mucho más esmerada a cargo del especialista, Miguel Rodríguez, el jefe del Programa Arraigo Rural, un chef de campo excepcional, con una organización digna de cualquier programa del canal El Gourmet.

 

Rodríguez ahorró sus fuerzas y no entró al corral, él está para otra cosa. Trajo desde San Luis en envases plásticos separados una base de ajíes y cebollas, papas, champiñones y una cajita de vino blanco que se consumirá entera una vez que los testículos comenzaron a crujir en el disco. Hasta los más remisos, entre los que hay que contar a quien escribe, sucumbieron a la tentación de probar y terminaron mojando el pan en los bordes con fruición.

 

 

450 son las cabezas que pasaron bajo los cuchillos de capado. La castración es una forma efectiva de quitar la fuente de testosterona de los terneros machos. Pasan a ser novillitos.

 


La recorrida constante por los tres corrales deja la misma sensación: todos disfrutan la tarea. El único momento de silencio y frustración se da cuando un ternero Angus negro cae pialado con el cuerpo sobre una de sus patas delanteras. Termina quebrado y alejado de la tropa, a pesar de sus esfuerzos por levantarse y caminar. Irá a engorde intensivo y luego a faena antes de lo pensado, pero son gajes del oficio, accidentes que muchas veces no se pueden evitar.

 

Por lo demás, el desfile de animales de raza Angus, Braford y algún que otro Hereford careta es incesante y prolijo. Los ranqueles prefieren pialar tres o cuatro, inmovilizarlos atando una pata delantera a una trasera y luego hacer todas las castraciones juntas. Lo mismo hacen los chicos de la UCCuyo, mientras que en el tercer corral animal que cae al suelo es capado inmediatamente. La reacción de los bovinos es casi siempre la misma: resistencia, algún mugido cuando caen y son retenidos y luego una desaceleración brusca de las pulsaciones, que incluso obliga a empujarlos para que se levanten una vez capados. Quedan quietos, amontonados en un corral, con miradas perdidas. Para los neófitos, es un espectáculo un poco penoso, aunque con el correr de las horas uno se va acostumbrando. Esa hacienda seguirá engordando en los pastizales naturales que tiene la enorme extensión ranquel. Luego, será vendida en la feria mensual que organiza Alfredo Mondino en Buena Esperanza, o bien en el tradicional remate televisado que hace en Del Campillo, Córdoba, lo que les permite no tener gastos de flete para llevarla a una subasta física.

 

Hoy el Pueblo Ranquel está intentando recuperarse luego de algunos años con problemas internos y algunos manejos económicos poco claros que desembocaron en la salida de Daniel Sandoval, el lonco anterior, y su reemplazo por Víctor Baigorria. “Hace ocho meses que estamos junto con otros dos representantes al frente de la comunidad, hay mucho por hacer, tenemos que arreglar kilómetros de alambrados y las aguadas, sacar la arena que se acumula en los tanques australianos y levantar de nuevo los molinos que tiró el viento”, enumera Baigorria, quien asegura que ya sacaron muchos animales viejos y que van a comprar más hembras para reforzar el plantel de cría. “Y si se puede, la idea es sembrar llorón, una pastura que nos permitiría hacer recría”, completa el lonco.

 

 


Por eso todo lo que se recauda ahora en los remates se reinvierte en el campo, para recuperar el tiempo perdido y la esencia de una comunidad que siempre contó con el apoyo del gobierno provincial. Otro ingreso les llega por medio de los alquileres, ya que Mondino maneja unas 10 mil hectáreas dentro del predio, y la firma Cuatro Damas otras 10 mil, mientras que los mendocinos de Biurri arrendaron 7.500.

 

“Hoy contamos con 3.000 vientres entre Angus colorados y negros, Braford y Hereford; y 140 toros, que son pocos para semejante rodeo, al menos tenemos que llegar a los 220”, reflexiona Marcos Navarro, el veterinario designado por el ministerio para atender la sanidad animal en el establecimiento. El joven profesional, de apenas 32 años, tiene un gran desafío por delante: “Queremos poner 72.500 metros de boyero y otros 18.000 de alambrada de seis hilos. Y está pendiente la recría, hay 5.000 hectáreas disponibles para hacer llorón y digitaria, dos megatérmicas que ya demostraron su efectividad en distintos campos del sur de San Luis. La preñez de 2018 nos dio 1.500 nuevos terneros, pero también hay que mejorar los índices, que están en un 55% de efectividad. De a poco y con mucho trabajo estamos dispuestos que el Pueblo Ranquel, que hoy tiene 50 adultos y 50 niños, vuelva a ser el que fue hasta hace poco tiempo atrás”.
 

 

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