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La yerra, una tradición marcada a fuego

Por redacción
| 25 de septiembre de 2016
"Atrápame si puedes". Los gauchos revolean el lazo y lo arrojan para sujetar al ternero de las dos patas delanteras".

Con tal de poder tirar el lazo me voy a cualquier lado donde me inviten. Es como un deporte o una pasión”, expresa Juan Gil, un gaucho de veintinueve años. “Ésto es lo que a nosotros nos gusta, es una tradición que llevamos en la sangre”, complementa Sergio Lucero, de veintiséis. Los jóvenes no vacilan a la hora de definir lo que significa para ellos la yerra, una actividad que aprendieron de sus padres y que se esfuerzan en conservar y defender como un estilo de vida.

 

El término "yerra" deriva del hierro caliente que usaban los productores para marcar el lomo de la hacienda.


Es que la yerra, como todo entretenimiento que involucra animales, no está exenta de polémica y genera tantos amores como oposiciones. Pero para entenderla hay que ubicarla dentro del entorno campero en el que nació como una manera de afrontar las duras tareas con la hacienda de una forma más amena y entretenida, y apaciguar las horas de las largas jornadas rurales.

 



La revista El Campo acompañó a un grupo de hombres que forman parte del centro tradicionalista 'Raíces Gauchas' de Fraga hasta un campo ubicado en las cercanías de Liborio Luna para poder observar uno de estos eventos gauchescos bien desde adentro. Para poder analizarla desde las costumbres de quienes la practican y la llevan enlazada como una herencia fundamental.

 


Juan Gil, alto y de tonada bien marcada, es el presidente de la asociación fragueña y además, sin presumirlo, quien actúa como el líder de un grupo de amigos, jóvenes y no tan jóvenes, que comparten un mismo amor: las tradiciones gauchas. El cariño por los caballos, las jineteadas, las 'pilchas' como la boina y la bombacha, la guitarra y la música folclórica, son parte de ese combo inseparable que los muchachos lucen con naturalidad, y que los hace resaltar cuando pasean por la ciudad. 

 


Y en ese paquete hay un gusto especial por la yerra, una costumbre de campo que mezcla el trabajo y la diversión, que se resiste a morir aunque en muchos lugares haya sido desplazada por nuevas formas de tratar con la hacienda a la hora de marcarla.

 


Por eso unos diez varones se juntaron en el establecimiento ganadero La Valentina, invitados por el dueño Pedro Chagalj y el puestero Miguel Moreira, para capar unos sesenta terneros y convertirlos en novillos para consumo. Y de paso transformar esa mañana de labores en un día de esparcimiento.

 


Originalmente la yerra surgió cuando los productores debían marcar los animales para identificarlos con alguna nomenclatura que indicara su pertenencia. Como la tecnología y los métodos que había eran muchos menos que los que hoy existen, y que muchas veces había que atrapar la hacienda suelta en campos abiertos, los trabajadores se valían del lazo para sujetar a los animales y aplicar la marca. De hecho, el nombre yerra proviene del hierro caliente que se usaba para imprimir sobre el lomo del animal.

 


Acertarle al ganado en movimiento para poder inmovilizarlo requiere de una destreza que, entre jornadas que a veces eran monótonas, se volvía todo un desafío para los trabajadores.

 


Así, los gauchos empezaron a competir entre ellos para determinar quiénes eran los más habilidosos y eficaces en sus tiros. Luego, la costumbre se extendió a las diversas tareas que se hacen con la hacienda en el campo, como castrar a los terneros. Y esos días de trabajo se transformaron en una verdadera fiesta para toda la región, porque una vez terminada la tarea, no faltaba nunca un suculento almuerzo, con música y hasta baile.

 


Con el tiempo, muchas estancias comenzaron a modernizar sus instalaciones e incorporaron mangas y bretes para pasar a los vacunos y mantenerlos encerrados para vacunarlos, castrarlos o registrarlos. De manera que las yerras, como evento social, de a poco empezaron a caer en decadencia. Sin embargo, aún existen establecimientos que conservan la tradición de abrir sus tranqueras e invitar a quienes quieran llevar sus lazos y pialar a los bovinos.

 


Ese es el caso de Pedro Chagalj, un santafesino que vive hace unos veintisiete años en los campos puntanos y que todos los años ofrece su estancia para que los gauchos disfruten. "Yo hago ésto para conservar la tradición y comer un asado con los amigos. A mí me parece que no tiene gracia pasar la hacienda por un brete, porque la pialada es una cosa que viene de años y no hay que perder las costumbres", argumentó el titular de la estancia que se especializa en hacer engorde a corral.

 


Los amantes de la yerra en general se conocen y están atentos a las invitaciones. Cuando los llaman se organizan y van presurosos, sin recibir más paga que el gusto de pialar y compartir un  día con amigos. Como retribución, el dueño del campo suele convidar con una comida, aunque es un requisito que queda en la buena voluntad del anfitrión. "Cada paisano va adonde lo llamen, por el sólo gusto de pialar. Después se come un asado, se juega al truco, se puede montar. Hay patrones como don Pedro que te agasajan con una comida, pero hay muchos que no, y nosotros vamos lo mismo. Llevamos la carne y hacemos el asado nosotros", contó Gil.

 


En gran medida la actividad sobrevive gracias a los encargados de los campos, que son los que insisten ante sus jefes y organizan el momento de hacer trabajos con la hacienda. Miguel Moreira, elogiado por sus pares por su habilidad con el lazo, es el puestero de La Valentina y quien invita a sus amigos de Fraga cada vez que hay que hacer algún trabajo con la hacienda.

 


Las yerras se realizan sobre todo en invierno, porque si hay que castrar a los terneros, con el sol y las moscas es más factible que algún bicho infecte la cicatriz de la sutura. "Desde el arranque del año, cuando calman los fríos, la gente ya comienza a trabajar los campos. Por lo general se hacen una vez al año, pero hay gente que compra terneros que vienen enteros y pialan cada vez que hace falta", detalló el correntino, quien hace unos once años trabaja en campos de la región de Cuyo.

 


Moreira es uno de los que se esfuerza por estirar las costumbres. "En un tiempo se perdió un poco, pero hoy por suerte volvió la gente a hacer yerra y así recuperamos el placer de poder compartir un domingo con amigos. Nosotros que estamos en el campo, esperamos la yerra para poder juntarnos y compartir con amigos", expresó el encargado. Gil contó que ellos ya saben cuáles son los campos que organizan yerra y en qué épocas del año. "Pero mientras más conocidos uno tiene, más posibilidades hay de que lo inviten", aseguró.

 


Los hombres se oponen a las críticas que denuncian que los deportes camperos maltratan a los animales. "Hay muchos que están en contra de una pialada porque lo volteás. Pero si ese trabajo lo hacés en un volteador son dos puntas que lo aprietan para que no se mueva y termina quizá más golpeado que en una yerra", sostuvo el fragueño; y agregó: "El país se hizo a caballo, no había ninguno de estos sistemas nuevos. Es una tradición, un saber que no se debe perder. Si le hiciéramos caso en todo a la gente que está en contra, no habría nada de campo. Todo serían máquinas y aparatos y habría menos trabajo para la gente".

 


Por su parte, su amigo Sergio, más conocido como Keko, dijo que la yerra es parte de un estilo de vida, una herencia que aprendieron de sus padres, quienes de chicos les enseñaban a acomodar el lazo y a arrojarlo. "Pero además de una diversión, es un trabajo. Si hay que curar un ternero, lo pialamos y lo encerramos", sostuvo. "A mí me gusta que los más chicos aprendan. Me gustaría tener un varón para enseñarle,  y es un orgullo que el día de mañana digan que uno le enseñó", remató Gil.

 


Destreza en el corral

 


Rápido y sin perder tiempo, apenas llegaron al campo de Chagalj los muchachos de 'Raíces gauchas' saltaron el alambrado y entraron al corral. Cada uno con su lazo preferido, de boina, alpargatas y facón en la cintura, entraron en calor y se predispusieron para el arribo de los terneros.

 


El dueño de la estancia tenía un lote de sesenta crías de unos seis meses que debía castrar, para luego engordarlos como novillos y venderlos para consumo. Por eso los vacunos ya estaban apartados en un corral a la espera del trabajo.

 


La mañana había comenzado con un viento un poco fresco, pero en cuanto empezaron a moverse, el frío se hizo a un lado y hasta el sol comenzó a coquetear con la llegada del mediodía.

 


Los hombres de la agrupación, más los trabajadores de La Valentina, iban abriendo la tranquera para que los terneros fueran ingresando de a uno. A medida que el animal entraba y empezaba a correr, cada uno esperaba su turno para mostrar su habilidad y su mano. Es que pialar no es para cualquiera, supone el dominio de una técnica que, como todo deporte, se adquiere a fuerza de práctica e intentos.

 


"Se aprende desde chico. En mi caso mi familia viene del campo y mi papá solía salir con sus amigos y me llevaban cuando yo era niño. Ahí me empezó a gustar. De chiquito uno es más inútil y a medida que vas tomando experiencia, solo te vas dando cuenta cómo tenés que hacer para mejorar", relató Gil, uno de los que más se destacó con el lazo.

 


La pialada consiste en lograr atar las manos (patas delanteras) del animal, al arrojarle el lazo que está amarrado de tal manera que forma un círculo que se anuda al ajustarlo. Para acertar a las patas del ternero en plena carrera hay que calcular en un breve instante la velocidad a la que avanza, la distancia que recorrerá y en consecuencia apuntar hacia ese lugar.

 


Cuando el tiro es lo suficientemente efectivo y alcanza las manos del bicho, el pialador debe calzar la soga a la altura de su cintura e inclinar su cuerpo hacia un lado para hacer contrapeso a la fuerza que imprimirá el animal para intentar escapar.

 


Una vez que el bovino cae, los gauchos corren y atan con una soga más pequeña las patas, de modo que cuando el ternero intente ponerse de pie, tambalee y fracase en el intento. Cuando está  asegurado, hacen pasar a otro y repiten el mecanismo. Recién cuando lograron inmovilizar a tres terneros se disponen a extraer los testículos con un corte certero. Allí aplican un desparasitario en aerosol en la zona de la herida, para que el tajo cicatrice y no se infecte.

 


Luego les desatan las manos y los terneros se reincorporan y vuelven sin problemas al corral que le designen.

 


Pero hay distintas formas de arrojar la soga. La más común consiste en tirar al derecho, es decir hacer girar el lazo por sobre la cabeza en el sentido de las agujas del reloj. El lanzamiento de revés es uno de los más vistosos y se festeja casi tanto como cuando un futbolista improvisa una gambeta o tira un caño, y consiste en invertir el sentido del revoleo. Otro tiro es el conocido como 'chivero', que se lanza directamente sin hacer girar la soga cuando el animal está cerca.

 


Cuando hay un tirador que se destaca, se nota a simple vista. "Es fácil saber si el gaucho es bueno, se nota cuando tira porque el lazo está bien armado. También cuando lanza desde lejos y acierta, pero los mejores tiros son los de revés", ejemplificó Lucero.

 


Otra de las variantes que cada paisano tiene que tener en cuenta es el tipo de lazo que usará. "Eso está en cada uno. Yo uso uno más fino por mi brazo. Otro que es más alto y tiene brazo más largo, usa uno más grueso. Cada uno se acostumbra a un tipo de lazo", explicó.

 


Los trabajadores tardaron menos de dos horas en castrar a todos los terneros, e incluso hacerles marcas y cortarles los cuernos a aquellos que lo necesitaban. Después se reunieron en la casa de Chagalj en medio de la estancia y disfrutaron de unas empanadas con una bebida fresca. Pero esa sólo fue la entrada, porque más tarde siguió un rico cordero asado y luego una truqueada para despuntar el día. Algunos también se animaron a montar a caballo y así trataron que la tradición gaucha viva, aunque sea un día más.

 


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