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Para poder crecer, primero es necesario saber sufrir

Apenas con conocimientos rudimentarios sacados de internet, compró 2.000 gallinas ponedoras, pero por errores propios se le murieron 500. Igual está dispuesto a seguir.

Por Marcelo Dettoni
| 09 de septiembre de 2018
Blancas y coloradas. Rauch está orgulloso del trabajo que hizo con sus ponedoras.

Walter Rauch es un luchador. A los golpes, responde con más trabajo; a la crisis le contesta redoblando la apuesta. Y además es un amante del campo. Nunca fue su trabajo principal la actividad rural, siempre se dedicó a la construcción, levantando una casa por aquí, o colaborando en una obra por allá. Con changas o trabajos estables, eso fue lo que le permitió darle de comer a su familia.

 

Y también para comprarse las tres hectáreas que tiene en la zona rural que comienza un poco más allá del Cabildo Histórico de La Punta, cuando termina el asfalto y arranca una calle de tierra bien aplanada, por la que se puede circular sin inconvenientes a costa de levantar una intensa polvareda. A ambos costados hay terreno virgen, con vegetación autóctona, alambradas y alguna que otra construcción acompañada con pequeños corrales. Gente esforzada que vive de pequeños emprendimientos familiares como la cría de animales, la fabricación de dulces y encurtidos y también de algunos chacinados para autoconsumo y la venta puerta a puerta. Rauch es uno de ellos.

 

Con el desarrollo del Plan de Fomento Productivo Rural, son varios los productores que decidieron iniciar una nueva actividad: la cría de gallinas ponedoras. Se trata de un negocio de fácil instalación, porque no requiere de una gran inversión, y resultados relativamente rápidos una vez que comienzan a comercializar los huevos.

 

El Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción ayudó a esta movida de difusión de la actividad avícola con la entrega de kits especialmente diseñados, que en algunos casos incluyeron los animales para arrancar de cero y en otros la infraestructura indispensable para armar los corrales o ampliar los ya existentes. La respuesta de los pequeños productores fue inmediata y el kit avícola fue de los más pedidos en los relevamientos.

 

En este último grupo está Rauch, quien apostó por las ponedoras luego de años de luchar con crías más complicadas y a largo plazo con porcinos y cabras. Recibió en los últimos días chapas y rollos de alambre para poder desarrollar con más comodidad  la actividad que, espera, le permita “vivir del campo”, como siempre soñó.

 

“La verdad es que con las ovejas me iba bien. Llegué a tener 60 madres y el año pasado saqué 100 corderos para la venta. Pero si bien vivo en una zona de campo, está muy cerca de La Punta, entonces tengo los problemas lógicos de una gran ciudad. Los perros que andan sueltos y en jauría, a los que la gente suelta para vayan a comer donde puedan, me terminaron matando el 75% de los corderos. Una pérdida tremenda. Al final terminé vendiendo las madres a un vecino que tiene mejor infraestructura y yo apunté a las ponedoras”, cuenta Walter, a quien los problemas no se le terminaron con la liquidación del rebaño lanar, como se verá más adelante.

 

Su campito "La Loma" es un terreno muy prolijo, sobre una calle de tierra que está a no más de cinco kilómetros de La Punta. Allí tiene hoy 1.500 gallinas ponedoras en un galpón que levantó con sus propias manos, usando como soporte inicial una vieja construcción que ya existía cuando compró. Allí distribuyó varios bebederos conocidos como "teleféricos" (se calcula uno cada 50 gallinas) y los comederos (debe haber uno cada 30). Son implementos vitales en esta actividad, ya que las aves, animalitos en general muy tranquilos a pesar de vivir algo hacinados en época de producción, sólo pelean cuando tienen hambre.

 

Se nota que el alambrado es bueno, de aberturas bien pequeñas, y fuerte. Además el corral, que le va quedando chico con el paso de los días porque las gallinas crecen y se ponen inquietas, está limpio, una condición fundamental para que los huevos no se contaminen con los excrementos, que Walter limpia metódicamente todas las mañanas, para luego echar cal sobre el piso y después viruta, lo que mejora la calidad de vida de las ponedoras.

 

Ese guano que retira del corral, que es muy rico en nitrógeno, lo utiliza como abono y fertilizante en el armado de una huerta flamante, que recién está comenzando, pero de la que también quiere sacar frutos en poco tiempo para diversificar la producción en el corto plazo. Varios huerteros vecinos le quieren comprar esos desperdicios, pero por ahora resiste y los entierra en su propio suelo en busca de mejores cultivos.

 

Con las cinco chapas y los cinco rollos de alambre que le proveyó un equipo del ministerio podrá ampliar ese espacio y mejorar su productividad, ya que quiere llegar a las 5.000 aves en poco tiempo, aunque las condiciones económicas del país hacen que sea prudente en sus ambiciones futuras.

 

“Hace apenas cuatro meses que me dedico a las ponedoras, así que estoy esperando por los primeros huevos de mi producción”, cuenta con entusiasmo, mientras proyecta dónde colocará las chapas para su nuevo techo. Walter es un tipo tenaz, que no se amilana ante el primer inconveniente. Y él no solo sufrió con los corderos, tuvo otro que hubiera hecho bajar los brazos a cualquiera: “Compré 2.000 gallinas cuando arranqué con este emprendimiento, pero entre el invierno, que fue el más crudo en los últimos 20 años, y mi falta de experiencia en la cría, cometí algunos errores que hicieron que unas 500 se murieran de frío, porque se empezaron a picar entre ellas, la sangre les llegó al cogote y se helaron. Cuando agregué una estufa a leña ya era tarde”, cuenta con resignación, antes de aclarar que ningún tropezón es caída.

 

Pasa que Rauch, como tantos otros emprendedores audaces, intentó aprender el oficio a través de tutoriales de internet, sin asesoramiento profesional de ningún tipo. Eso lo llevó a cometer errores de manejo que ahora el Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción quiere subsanar con sus propios técnicos, siempre dispuestos a dar una mano a los pequeños productores aún en los rincones más remotos.

 

“Con esta ayuda de la provincia quiero seguir ampliando el criadero. Además los veterinarios del ministerio se acercaron para darme algunos consejos, siento mucho respaldo en ese sentido. Me hablaron sobre cuestiones sanitarias y pequeños detalles en la recría que ayudan a mejorar la productividad, sin sufrir pérdidas costosas como la que tuve yo de entrada”, asegura el hombre, que se da maña para todo, lo que le permite bajar costos, por ejemplo con el alimento.

 

Armó con una vieja garrafa de heladera una picadora de maíz casera, agregando chapa en la parte superior para volcar el maíz, remaches y cuchillas en la estructura interna. “Me falta ponerle un motor monofásico de un caballo y medio para hacerla funcionar. Todo el aparato me costó mil pesos y una picadora en el mercado está $18 mil, así que ahorré bastante”, dice con una sonrisa. No le falta razón: hoy está un peso el kilo de concentrado y con su máquina casera puede bajar ese costo a 60 centavos. No es poco en un gallinero donde las ponedoras comen 120 kilos por día y, como quedó claro líneas arriba, afilan los picos si no tienen el alimento suficiente.

 

Su medio de vida siempre fue la construcción, aunque el campo le tira desde hace años. Como está todo medio parado en lo que hace a mi trabajo, quiero dedicarme cada vez más a la cría de ponedoras hasta ver si la puedo convertir en mi ocupación principal”, explica. Por eso quiere elevar el número de gallinas en un terreno en el cual sobra espacio porque no son suelos aptos para sembrar soja o maíz, pero falta infraestructura.

 

Para los huevos que obtendrá a partir de mediados de setiembre ya tiene clientes, porque varios comercios de La Punta le hicieron reservas, motivados por la calidad, la condición de caseros y un precio competitivo. Además venderá de manera particular en la puerta de su campo, porque no son pocos los turistas que se animan a traspasar los límites de la ciudad y adentrarse en la zona rural en busca de oportunidades. “Si los números son los correctos, cada gallina tiene que dar cerca de 280 huevos por año, es una buena cantidad”, calcula conforme.

 

Las 1.500 ponedoras tienen 4 meses y están terminando de alimentarse con un preparado especial que se brinda en la recría. A partir de ahora Rauch comenzará a darles un alimento conocido como de prepostura. “Varía el porcentaje de proteínas, calcio y maíz, pero sigue siendo una mezcla de expeller de soja, maíz y núcleo. Además les doy conchilla, un producto de mar que aporta calcio para que la cáscara del huevo no se rompa fácilmente”, explica.

 

A la hora de la postura de los huevos va a armar nidos dentro de tambores de 20 litros. “Van a ser unos 200, creo que es la cantidad justa para las 1.500 gallinas, que ponen a la mañana y al mediodía”, cuenta, para agregar que “arrancan entre los cinco y los seis meses con la producción, dependiendo de la raza, la nutrición y el ambiente que las rodea”. Cuando compró, eligió dos razas, las blancas son Leghorn (ver recuadro) y otras coloradas para poder obtener huevos de los dos colores.

 

Además del kit, el ministerio le acercó un veterinario, Juan Pablo Rey, quien se encargó de darle consejos básicos para evitar otra mortandad como la del invierno. “Le entregué una carpeta con técnicas de cría y otros conceptos que tiene que tener en cuenta en su producción. Siempre que podemos, venimos a los campos de los pequeños productores a dar una mano, no solo con materiales, también con asesoramiento”, contó Rey, quien detalló cómo cuidar la sanidad de las gallinas: “Hay que vacunarlas apenas nacen, hacerles un tratamiento contra el coccidio y cuidarlas mucho de la salmonelosis, porque es una enfermedad que se transmite a los huevos y de ahí al ser humano, porque es una zoonosis”.

 

Además de huevos, Rauch quiere criar pollos parrilleros, una actividad en la que ya tiene experiencia. “Arranco ahora, en setiembre, para que estén listos para vender en las fiestas. Los que quieran venir a festejar a casa que traigan asado de vaca, porque pollos voy a poner yo a la parrilla”, cierra con su eterna sonrisa, la que le permite pasar los malos momentos y apostar siempre por un futuro mejor.

 

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