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Gaucho de pura cepa y defensor de la tradición

Desmiente la fama de vago del hombre de campo y lo ubica como un trabajador especializado. "Con él empezó la identidad", dice.

Por Magdalena Strongoli
| 06 de enero de 2019

Carlos Herman Fernández es mucho más que un representante de la Federación Gaucha de San Luis. El hombre es un profundo conocedor de las primeras tradiciones argentinas, entre las que sobresalen los míticos gauchos que también quedaron plasmados por José Hernández en el "Martín Fierro". Fernández defiende esas tradiciones que algunos consideran perdidas, o al menos no las tienen en cuenta a la hora de conformar un bosquejo del ser nacional. Como si solo tuviera valor lo que ocurre en las ciudades, dejando al campo en segundo plano. Por eso son vitales gauchos como él.

 

El 6 de diciembre quedó establecido hace muchos años en la Argentina el Día Nacional del Gaucho. Es una especie de reconocimiento a lo que representaron para el pueblo de a pie y de a caballo en las estancias diseminadas por las grandes extensiones nacionales. "El gaucho es la representación y el punto de partida de la identidad de nuestro país. Ese hombre participó en la primera industria argentina, que era aquella proveedora del cebo de vacas cimarronas para la elaboración de velas y jabones. También participó en la exportación de carne salada, luchó por la soberanía nacional y en épocas de paz trabajó para engrandecer las estancias a partir de sus conocimientos y habilidades manuales. En los momentos de ocio, mientras su mujer le preparaba una comida típica, el gaucho al lado de un fogón recitaba versos o cantaba tonadas con su guitarra", relató Fernández, quien escribió cuatro libros con algunas coplas y además confesó que escribe cartas de puño y letra con versos que surgen de su talento para imaginar situaciones vividas en los campos de antaño. El gaucho es un hombre típicamente argentino y mestizo, que nació de la unión de los primeros inmigrantes europeos con las comunidades aborígenes que habitaban estos suelos. En el punto donde se unen las tres provincias cuyanas: San Juan, Mendoza y San Luis, habita la Comunidad Huarpe. Es un enclave pequeño en el noroeste puntano, en la zona de Sierra de las Quijadas, una región muy árida, recorrida por el río Desaguadero. El Gobierno de San Luis se encargó durante una de las gestiones de Alberto Rodríguez Saá de restituirle sus tierras ancestrales y apoyar sus emprendimientos productivos. Siempre escasos, porque no habitan parcelas productivas y el agua siempre escasea, pero se especializaron en la cría caprina y en la confección de prendas típicas y con eso sobreviven con dignidad renovada, apoyados de manera incondicional por el Estado puntano.

 

"Los huarpes eran una tribu muy pacífica, que se vincularon rápidamente con los españoles que entraron por la Sierras de los Comechingones y que finalmente se instalaron en el noroeste de la provincia. Allí formaron parejas con las mujeres de ese pueblo originario. La laguna de Guanacache, que rodea la zona en la que viven los huarpes, les impuso en aquellos años del siglo XIX vivir de la pesca. Armaban canoas de siete metros de largo con totora y junco para navegar esas aguas. En vista de ese paisaje encantador, los españoles empezaron a quedarse y formaron familias", cuenta el gaucho puntano.

 

"Los incas del Perú, que venían por este lado de la Cordillera para cruzar a Chile, usaban a esas comunidades para llevar sus cargas y también les inculcaron sus labores. Les enseñaron cestería, alfarería y la siembra de maíz o quinoa. El riego entre surcos fue otra de las técnicas que aprendieron de esa cultura que era más avanzada. En cuanto a los animales, solo se dedicaban a la caza  de algunos guanacos y avestruces y tenían algunas llamas", agrega.

 

Una particularidad que Hernández hizo visible en el libro por excelencia del gaucho argentino, fue la manera en la que hablaban los hombres de esa época y los valores bien arraigados que tenían y que en muchos casos quedaron olvidados. Puntano de pura cepa, Fernández se autodefinió como un nostálgico que desde muy joven decidió dedicarse a la tarea de reivindicar las tradiciones de su país. "Las nuevas generaciones deben conocer sus orígenes. Por eso yo me considero un férreo defensor de las tradiciones nacionales", explica el escritor, que por las vicisitudes de la vida habitó en la ciudad y trabajó toda la vida en un organismo estatal, pero nunca dejó de lado sus raíces.

 

Fernández está casado con Marta, que es peluquera. Juntos tuvieron dos hijos varones. Uno de ellos siguió los pasos de su papá en la cultura y se dedica a la música. En la actualidad deleita a sus seguidores con folclore cuyano, que es su actividad secundaria.       

 

La palabra "gaucho", explicó el historiador, no tiene un origen claro. "Algunos aseguran que viene del portugués. Otros dicen que como el mestizo que andaba por las pampas era muy solitario se lo denominaba "guacho", que significa sin padres, y mutó a gaucho. Por definición, un gaucho es el hombre diestro en el manejo del caballo, que puede lidiar con las haciendas chúcaras o salvajes", explica sobre un tema que él investigó a través de distintos autores, sin poder arribar a una definición concluyente.

 

Fernández cuenta que aquella acepción se dio después de que el conquistador español, Pedro de Mendoza, ingresara en el territorio nacional y diseminara el ganado, principalmente por la Región de la Pampa Húmeda, que rápidamente se reprodujo por la cantidad y calidad de las pasturas que existían. "Ese hombre se definía por las labores que desempeñaba en el campo", concluyó, al tiempo que destacó que actividades que hoy se realizan como las domas, son la representación de la función que tenían estos primeros hombres mestizos a los que muchos que nunca pisaron una estancia, quizás influenciados por la corriente de pensamiento que lideró Domingo Faustino Sarmiento, consideran unos "vagos" a los que les gustaba más la guitarra y el trago que trabajar.

 

En cuanto a cómo vestían, Fernández explicó que lo que se ve hoy no es el fiel de reflejo de lo que usaban. Por el contrario, no tenían recursos económicos por lo que sus atuendos se conformaban por lo que tenían a su alcance. "El uso de la bombacha de gaucho y las camisas no eran comunes. Tampoco existían tiendas que las vendieran, ni esos hombres disponían de un trabajo estable que les diera recursos materiales para acceder a esas prendas", explica. Sí podían usar los recursos que la naturaleza les daba y así lo hacían. "El poncho lo usaban como chiripá. La faja sostenía esa tela a la altura de la cintura. No tenían bolsillos, por lo que empezaron a hacer culeros de cuero. En esas tiras había una cavidad donde guardaban las monedas. Arriba usaban alguna blusa y si no, otro poncho que les cubriera el pecho. En cuanto al calzado, usaban el cuero de la pata del caballo. El garrón era lo que sostenía el talón del gaucho. Los sombreros se hacían de la panza del burro, que en una sola pieza marcaban la cabeza y formaban el alero alrededor que servía para proteger la cara de las inclemencias del tiempo. La copa era alta. El espacio entre el cuero cabelludo y el sombrero permitía que se formara una capa de aire que impedía que pasara el calor y también el frío".

 

Otra de las características del gaucho argentino es que era nómade.  "No tenían rumbo fijo y estaban mucho en el campo. El asado lo comían muy jugoso, casi crudo. La historia cuenta varias razones entre las que podemos describir que en la pampa no había leña para hacer un fuego consistente. Tomaban huesos de animales muertos y con bosta de vaca hacían el fuego. Con eso calentaban la carne, que era puesta sobre las cenizas, ya que no existía la parrilla como la conocemos hoy en día. La cocción era lenta y no podían sostener el fuego prendido durante mucho tiempo. Algún enemigo los podía detectar por el humo. Esas eran las razones que le impedían comerse un asado bien cocido", describe Fernández, mientras relata con entusiasmo que podía imaginar un par de gauchos alrededor de un fuego, rumiando algún pedazo de carne.

 

En el caso del gaucho puntano, por ser de monte, contaba con más espacios para guarecerse. No así el que habitaba la Pampa Húmeda, que usaba sus propios caballos para darse sombra. "Por la zona fueron armándose sus propios ranchos, que en la mayoría de los casos eran de quincha, que es un tejido de junco para afianzar la paja o cualquier otro material que se usara para realizar paredes".

 

 

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