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Érase una vez, un padre

Con el fuerte deseo de ser padre, el ingeniero civil sanluiseño investigó todos los métodos para lograrlo. A los cincuenta años y después de un largo y costoso proceso, nació Felipe a través de la subrogación de vientre.

Por Noelia Barroso
| 14 de octubre de 2019
Darío junto al amor de su vida, Felipe: Fotos: Marianela Sánchez.

Un hombre de casi cincuenta años recostado en un diván le cuenta a su psicóloga su mayor sueño, ese que aún tenía pendiente y ansiaba tanto cumplir: ser padre. Darío Regueira ansiaba cuidar de alguien, darle su amor y protección aunque no sea un hijo biológico. A esa edad se replanteó fuertemente su presente, estaba sin pareja y a pesar de que había tenido varios noviazgos, no había llegado a convivir. Soltero y con muchas ganas de brindar amor, no quiso esperar más.

 

Lo primero que pensó fue en la posibilidad de adoptar, aunque no alcanzó a concretar ningún trámite.

 

“Averigüé y es muy complicado; no es fácil para una pareja y es casi imposible para un hombre solo”, se lamentó Darío, que en ese entonces consideró la alternativa de brindar apoyo a una familia de bajos recursos o apadrinar a un niño en sus estudios “para canalizar mis ganas de paternidad o de ayuda de esa forma”, dijo.

 

Fue durante una sesión de terapia que su psicóloga le preguntó si conocía la subrogación de vientre.

 

“Me pareció interesante, averigüé y supe que se estaba haciendo en el país pero había un vacío legal importante, y eso hacía que fuera más que nada riesgoso. No quería cometer imprudencias, así que desistí. Me dije que tal vez no sería para mí, por más que lo quiero, se ve que no hay alternativas”, aseguraba casi resignado.

 

Tiempo después se enteró de que la subrogación gestacional de vientres se realizaba en otros países de forma legal, Estados Unidos entre ellos. Florida y California son dos estados en los que está legalizado, en ese país del norte lo hicieron argentinos como Marley, Luciana Salazar, Flavio Mendoza o la periodista Marisa Brel; quien estuvo en contacto con Darío durante la búsqueda de su hijo Timoteo, y también personas de diferentes partes de Latinoamérica.

 

 

 

“Empecé a ahondar en el tema y me contacté con el doctor Fernando Akerman, que tiene su clínica Open Arms en Miami para que me explicara el procedimiento y los costos. Cuando logré contactarlo, le envié un mail y él me explicó todo vía Skype, los pasos que había que seguir y cuánto salía un procedimiento de ese tipo. Me pareció que no ser famoso no era motivo para no hacerlo. Debía conseguir los recursos pero no había otro impedimento”, dijo decidido a elegir ese camino como última opción.

 

Los pasos eran muchos, él sabía que lograr este sueño le insumiría demasiado tiempo y sobre todo recursos económicos. Pero el objetivo estaba claro y cuando se pone empeño en los sueños los obstáculos desaparecen.

 

A fines de 2001 Darío se realizó en Buenos Aires todos los exámenes preliminares que exigía la clínica, tanto de laboratorio como psicológicos, para determinar si era apto para el tratamiento, para ser padre y también padre soltero. Todos los estudios salieron bien.

 

Con la esperanza bajo el brazo y la ilusión en los ojos Darío viajó desde San Luis a Miami en mayo de 2012 a reunirse con Akerman, quien ordenó realizar allí todos los exámenes nuevamente y donde congelaron su esperma para empezar el procedimiento. Uno de los primeros escalones fue firmar un contrato con esa agencia y poner en marcha la búsqueda de una donante de óvulos.

 

“Yo no quería algún prototipo especial de mujer, sí que sea alguien sana y genéticamente que no tenga rasgos muy diferentes a los míos”, sostuvo.

 

Luego, la clínica le otorgó un listado de agencias en Florida que se encargan exclusivamente de buscar una ovodonante, es decir una mujer que en forma anónima donó sus óvulos. Y por otro lado, encontrar a quien llevaría adelante la gestación del bebé.

 

La demanda en Estados Unidos es altísima, hay pocas gestantes, sumado a que personas de muchos países acuden a las clínicas en esa búsqueda, hace que los trámites no sean inmediatos.

 

Ese contrato que firmó Darío especificaba que se harían tres intentos de inseminación. “Cuando estuvo esa donante con sus óvulos y mi esperma que estaba congelado, se fecundaron en un laboratorio y de ahí surgieron los embriones que también se congelaron”, contó Regueira y explicó que una vez que la agencia tiene posibles candidatas, tanto él como la mujer que lleve adelante el embarazo deben elegirse mutuamente. “Hay mujeres que optan ser subrogantes solo para matrimonios, otras para hombres o mujeres solas, o para alguna pareja gay, ellas eligen a quién ayudar”, aclaró.

 

Así fue que Darío y Jenny se conocieron a través de Skype y presentados por la agencia. “Me pareció una mujer muy simpática, se reía mucho y me comentó que su propósito principal era ayudar. Ella tiene su familia constituida, con su esposo y dos hijas que viven en Cabo Coral, a doscientas millas de Miami”.

 

Una vez que ambos se aceptaron, la agencia preparó los contratos y los firmaron. Para el tratamiento, Darío contó que la agencia transfiere habitualmente dos embriones para evitar embarazos múltiples. La primera no prosperó. El segundo intento tampoco tuvo éxito. Las esperanzas empezaban a derrumbarse, pero el miedo jamás se acercó, la decisión de ser padre estaba más fuerte que nunca.

 

 

 

Recién comenzaba 2015 y antes de hacer la tercera y última transferencia, la clínica lo contactó y le informó que iban a realizar estudios sobre ese último embrión para determinar su calidad. En esa biopsia determinaron que la calidad era buena y le dieron altas posibilidades de que gestara.

 

Mientras tanto e inmerso en ese nuevo mundo, Darío comenzaba a empaparse de todas las experiencias ajenas que pudiera. Uno de sus libros de cabecera fue “En busca de Emma”, de Armando Lucas Correa, editor de la revista "People" en español, quien ya tiene tres hijos con este método. Correa vive en Nueva York y recibió a Darío para compartir cara a cara su historia. También en la misma búsqueda estaba Silvina Sánchez, una abogada de Buenos Aires que tuvo a sus hijas del mismo modo.

 

“Ella me ayudó un montón en toda la gestión porque solo no es fácil. Solo, sin alguien que haya pasado por esto o que esté en el tema, sumado a la distancia es posible pero hay muchas cosas para tener en cuenta en este procedimiento”, expresó.

 

Como la felicidad requiere coraje, y aunque no era necesario que estuviera presente, Darío viajó a Estados Unidos el día en que se realizó ese último intento, era febrero de 2015. Tras siete días de espera y deseos lanzados al aire, el teléfono sonó.

 

“Darío, va a ser papá”, escuchó. La voz era del doctor Akerman y de este lado del teléfono las ilusiones estallaron por el aire en forma de volutas de felicidad. El llamado sabía a gloria. “Fue como tocar el cielo con las manos, estaba muy feliz y salté de alegría. A pesar de que la clínica ya sabía el sexo, porque con la biopsia se detecta también, yo no quise saberlo hasta que prendiera. Me dijo ‘va a ser un varón’”, recordó Darío aún con la emoción intacta en la voz.

 

Esa esperanza ya exhibía un próximo representante en la tierra. Jenny y Darío estuvieron en contacto todo lo que pudieron. Hablaban por teléfono, ella le enviaba fotos de cómo evolucionaba la pancita y las ecografías, aunque también Darío viajó varias veces durante el embarazo. “No era necesario estar, pero para mí era mucho compartir aunque sea media hora a su lado. Poder tocar su panza, poder sentir a Felipe, sus pataditas, verlo en la ecografía.

 

Era muy importante”, así lo hizo las veces que pudo hasta octubre de ese año.

 

Los cálculos aseguraban que nacería el día de Halloween, el 31 de octubre. Pero “fue todo a las corridas, en realidad”, contó Darío que planeaba viajar unos quince días antes de esa fecha. Los primeros días de ese mes recibió el aviso de que Jenny tenía contracciones bastante seguido sumadas a una dilatación importante, el parto estaba más cerca de lo previsto.

 

Darío recuerda ese 10 de octubre de hace cuatro años como si fuese hoy y como si lo viviera cada día. Los detalles oscilan en sus ojos entre viajes y números pero siempre con el final iluminado de vida.

 

Acompañado por su madre, Amanda, mientras Darío salía del hotel y se dirigía al hospital, Felipe llegaba a este mundo en la semana 37, sano, bien desarrollado y con 3,400 kg. Cuando llevaron al bebé a la sala él estaba esperándolo. “Fue una emoción enorme, me largué a llorar, me lo dieron, lo acerqué a mi pecho y me quedé con él con una mezcla de alegría, felicidad, llanto… todo”. En la habitación también estaba la mamá de Jenny. “Le agradecí, le hice un regalo y el hospital me pasó a otra sala en la que estuve a solas con Felipe y con mi madre”.

 

 

 

 

Cuarenta y ocho horas después le dieron el alta. Instruido en cómo cambiar pañales, cómo darle la mamadera y bañarlo, Darío salió del hospital convertido en un nuevo papá, tal vez como miles en este mundo pero único en el suyo.

 

Previo a todos los procedimientos, Darío había contratado un estudio jurídico que se encargó de la parte legal durante todo el proceso. Fueron ellos quienes se encargaron de gestionar la partida de nacimiento de Felipe y también el pasaporte para que pueda salir de Estados Unidos.

 

El pequeño tiene ciudadanía estadounidense, pero residencia argentina.

 

 

El mejor presente

 

Ahora, cuatro años después, el sueño de Darío duerme la siesta mientras su padre atiende una entrevista. Los días transcurren entre el jardín maternal, los juegos en el patio de su casa y el trabajo como ingeniero civil.

 

Aunque una mujer los ayuda en la casa y con la comida, Darío y Felipe viven solos, incluso desde los cinco meses el niño duerme en su propio dormitorio.

 

Desde que se hizo pública su historia, Darío siempre estuvo dispuesto a dar su testimonio sin dudarlo. Asegura que jamás recibió un comentario fuera de lugar ni preguntas extrañas, “salir con él es algo normal, es Felipe y su papá. Me siento feliz, lo más importante de mi vida ahora es él, lo disfruto día a día y es un aprender diario. La evolución de ellos es permanente y uno se debe adaptar a su crecimiento y eso me motiva mucho, me rejuvenece. Por más que tenga sus momentos, o algún berrinche o me haga renegar, después lo veo, lo disfruto y digo ‘qué bueno que tomé esta decisión porque es lo mejor que pude haber hecho”.

 

 

 

Historias actuales, de ficción

 

La nueva tira de Telefé, “Pequeña Victoria”, cuenta la historia de cuatro mujeres que se unen por el nacimiento de una bebé. La serie se enfoca en la subrogación de vientre pero con situaciones un tanto insólitas.

 

Jazmín, interpretada por Julieta Díaz, es una ejecutiva exitosa de casi cuarenta años que subrogó, de manera clandestina, el vientre de Bárbara (Natalie Pérez) para poder ser madre. Cuando entra en trabajo de parto, contrata un uber y la conductora (Inés Estévez) se involucra y quiere ser parte de la vida de esa niña. También se presenta en la clínica Emma (Mariana Genesio) una mujer trans que donó su esperma de forma anónima. Apenas nace la beba, que fue prematura, la llaman a la clínica en caso de que necesite donar sangre. Pero también exige ser parte de la crianza y cuidado de la nena.

 

Las cuatro aman a la pequeña, trasgreden los protocolos de subrogación y deciden compartir la crianza de la “Pequeña Victoria”. Las mujeres encontraron un vínculo sanador que no viene dado por la maternidad, sino por la relación que ellas construyen alrededor de la hija de todas.

 

 

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