Cuando las expresiones culturales logran determinado nivel de madurez, no hay autoritarismo que las silencie. Porque en la cultura de un pueblo está el pueblo y lo que el pueblo quiere decir. La cultura puede iniciar revoluciones, ampliar los límites y defenderse con uñas y dientes.
En Brasil, la Justicia impidió que el gobierno suspendiera un concurso público para el financiamiento de documentales y telefilmes (cuatro de ellos con la diversidad sexual como tema) y frenó uno de muchos intentos de censura que proliferan en el país gobernado por Jair Bolsonaro.
El ministro de Ciudadanía, Osmar Terra, un reconocido conservador en moral y costumbres, decretó el 20 de agosto la postergación “por 180 días prorrogables por igual período” del proceso de selección de obras audiovisuales a ser producidas para difusión en emisoras públicas de televisión, en que se trabajaba por 17 meses.
El fallo de la jueza federal Laura Carvalho del 7 de septiembre, ratificado por un juez de apelación de Río de Janeiro, invalidó la justificación del ministro, quien alegó la necesidad de revisar los “criterios” de evaluación de las propuestas y del destino de los recursos del Fondo Sectorial de Audiovisual, bajo su gestión.
Además de contrariar las reglas del concurso, hubo improbidad administrativa, al afectar recursos públicos ya parcialmente atribuidos y la medida supone una ilegal “discriminación por orientación sexual e identidad de género”, sentenció el tribunal.
En vísperas de la medida ministerial, el presidente Jair Bolsonaro había manifestado públicamente su rechazo a la inversión de dinero público en películas que incluyan el tema de las minorías sexuales.
La ofensiva del gobierno ultraderechista contra el sector cultural, supuestamente “dominado por izquierdistas”, se multiplicó en varias acciones contra espectáculos y otras actividades durante los últimos meses, en una censura disfrazada.
El “marxismo cultural” sería el pecado dominante a exorcizar de los medios culturales y artísticos, según Bolsonaro y sus auxiliares ideológicamente allegados. Pero las presiones del gobierno “no tienen el éxito pretendido”, por ahora, porque son contenidas en gran parte por el Ministerio Público (Fiscalía), el Parlamento y el Poder Judicial.
El gobierno de Bolsonaro, un excapitán del Ejército que siempre defendió la dictadura militar brasileña (1964-1985), empezó en enero de 2019 con la extinción del Ministerio de Cultura entre sus primeras medidas, en el contexto de una reestructuración que redujo a 22 los 29 ministerios existentes anteriormente.
Es la segunda vez que la cartera de Cultura desaparece. Antes, el también derechista presidente, Fernando Collor la incorporó como un órgano vinculado a su presidencia, que solo duró de 1990 a 1992, cuando fue destituido en un juicio político por corrupción.
En mayo de 2016, al asumir su mandato provisional, el presidente Michel Temer intentó repetir la medida, pero tuvo que echarse para atrás ante las resistencias del sector cultural y del bicameral Congreso Nacional legislativo.
Ahora es distinto, se trata de una confrontación que pone en juego cuestiones claves de la democracia y los derechos humanos, incluidos los culturales.
La intolerancia por razones políticas llega hasta el extremo cuando se trata de género. Bolsonaro ya vetó una publicidad del Banco do Brasil por incluir actores negros, jóvenes tatuados y una mujer transgénero. Y forzó el despido del responsable del área en el banco.
“No es censura, sino preservar los valores cristianos, reconocer la familia”, dijo el presidente, para justificar la serie de restricciones y anunciar que “con dinero público no veremos más cierto tipo de obras”, ya que, con su elección presidencial, “Brasil cambió”.
La guerra contra manifestaciones culturales consideradas contrarias a la familia tradicional y las “buenas costumbres” se anunció durante la campaña electoral de 2018, con grupos bolsonaristas atacando muestras de artes visuales, performances y charlas con desnudez, homosexuales o feministas.
Pero la resistencia cultural en Brasil recién comienza. Y su poder no puede subestimarse.


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