SAN LUIS - Viernes 17 de Mayo de 2024

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Una campeona más allá de lo deportivo

Gabriela Fernández Aberastain forjó su espíritu, superó las dificultades y se coronó en el Nacional.

Por redacción
| 26 de diciembre de 2019
De estilizada figura. El cuerpo, en sintonía con la fortaleza espiritual de Gabriela. Fotos: Ángel Altavilla.

Las historias de superación con final feliz son el guión favorito de las películas, pero la realidad siempre supera la ficción. Gabriela Fernández Aberastain es una víctima de violencia de género que encontró en la disciplina aeróbica la salida de emergencia.

 

Al enfrentar al público y al jurado en un escenario mendocino, los reflectores apuntaban a “La Gringa”, la concursante con el número 67 en la cintura. Competía en el Campeonato Nacional de Fisicoculturismo y Fitness, era su primera vez en un torneo pero su presencia no era ajena al escrutinio del ojo ajeno. La instructora de gimnasia se animó a dar el gran paso deportivo y supo ganarle a la mirada inquisidora que tuvo los últimos años, en los que convivió con una pareja violenta y con el desprecio de quienes Gabriela esperaba que estuvieran de su lado.

 

 

 

Por su tenacidad en el torneo de fitness, la "Vikinga" puntana obtuvo el primer puesto en la categoría Wellnes Senior, el segundo lugar en Wellnes Master y diplomas por su participación.

 

Con 36 años y 1,69, “La Gringa” Fernández Aberastain fue campeona argentina en la categoría Wellness Senior, por edad, a partir de los 30 en talla alta (talle baja es menor de 1,60) y subcampeona en Wellnes Master (de 35 a 40 años). Otra notoriedad de la deportista fue su primera reacción al saber el resultado del subcampeonato: abrazar a la primera, lo que llamó la atención. Al bajar del escenario, tanto la campeona como el jurado la felicitaron porque hacía años que no veían a una subcampeona saludar a la ganadora. Es la adrenalina, siempre pide más.

 

 

 

“Me dijeron que fui la única atleta que felicitó a la que le ganó; y para mí me ganó la mejor, es un orgullo”, cuenta Gabriela, quien salió “de la ferocidad del segundo puesto” que a veces opaca un buen desempeño logrado por la subcampeona.

 

Antes de inscribirse tenía sus dudas: “No voy a ganar, ¡pero quiero participar!”. Su incentivo era estar con profesionales. Y no se dejó amedrentar. Las dos medallas que trajo lo certifican. “Ahora estoy feliz”, ríe y sus uñas brillan. Es que sobre el esmalte tiene piedras adheridas que resaltan.

 

Fernández rescata el trabajo de sus colaboradores, ya que en una competencia necesita el aporte del gimnasio Área Club y del gym municipal, de su preparador físico Mauricio Rosales Neyra y el compañero de entrenamiento Mathías Suárez. En la parte estética para la competición la acompañan una coach en nutrición deportiva, dos centros de estética (para masajes, pestañas y uñas), un peluquero e incluso un dentista. Así de precisas son estas contiendas.

 

Al terminar el certamen, subió a sus redes sociales un emotivo mensaje, una fija en estas situaciones, pero no fueron triviales saludos de agradecimiento. “Este año la pasé mal. Toqué fondo y me reconstruí de adentro hacia afuera y este fue mi broche de oro. Estoy muy feliz porque sí se puede, no hay que darse por vencido”.

 

Eso cambió el objetivo conmemorativo y lo encauzó a una historia que comprendía dolor, esfuerzo, superación y resurgimiento. “Como la flor de loto, que sale del lodo”.

 

 

 

En psicología, la resiliencia es la capacidad de las personas para superar circunstancias traumáticas y adaptarse positivamente a las situaciones adversas. En cuanto a la física y la química, designa la capacidad del acero para recuperar su forma inicial a pesar de los golpes que reciba. Si se permite la analogía, a “La Gringa” quisieron forjarla pero volvió a su forma original.

 

“Para el afuera soy campeona fitness pero primero empecé por adentro, con una actitud y una visión saludables, todos los días insistí para reconstruirme, es volver a empezar”, asegura Gabriela. “Soy una mujer que sufrió violencia de género, me deprimí, se me cayó el cabello, engordé y después adelgacé y me quedé sin fuerzas. Perdí trabajos”, enumera, como si fuera una competencia de fatalidades.

 

“Y empecé a reconstruirme con la actividad física. Mi fortaleza es desde adentro, de quererme como persona, como mujer, mamá, profe. Al final llegué, y como dije en mi post: ‘Es mi broche de oro, pulo la carcaza’. Me reconstruí desde adentro y este es mi toque final”, expresa y toca el corazón rojo de su collar, donde antes tenía una cruz negra. “Ahora es mi amuleto. Significa mi reconstrucción, es de cristal porque merece cuidado”, asegura la deportista.

 

“La Gringa” es instructora personalizada de personas con discapacidad, obesas, hipertensas y quienes sufrieron trastornos en la alimentación. “Hago actividad física adaptada desde la salud para quienes han sufrido o padecimos una circunstancia. Exploto esa actividad física para que tengas ganas de sentirte vivo, más que para marcar la cola o la panza, para estar bien anímicamente”.

 

Aprendió lenguaje de señas con su compañero de gym Mathías (exrugbier Puma y deportista sordo que hoy hace fisicoculturismo). “Le pedí que me enseñe ‘me siento bien’, y la seña es tocarse el pecho girando la mano. Me encantó porque tiene que ver con el ser, sentir sobre el pecho y el corazón”. Con gracia y disimulo, con el índice atrapa una lágrima que quería escaparse. Una de las que iban a aparecer y, aunque no recorrió sus mejillas, el brillo en sus ojos la delata.

 

Lejos de los gestos y señales de víctimas avergonzadas que temen reconstruir situaciones dolorosas, con el pecho hacia abajo y la mirada esquiva al contacto visual, la actitud corporal de “La Gringa” es inversa: hombros altos, mirada fija y relato preciso. Algunas palabras tiemblan pero siguen firmes al contar cómo lo superó.

 

“Mi impronta fue la de la mina depresiva a la que se le caía el pelo, la juzgaban, no le daban trabajo porque otras no la querían, y yo pensaba detrás del vidrio cuando pedí trabajo, porque las vi hablando: ‘Si supieran lo que sufro y lo que necesito este laburo’. Pero se los agradezco, porque me impulsó a comenzar de forma independiente”, destaca la valkiria puntana. Con una colchoneta, unas pesas y sogas, empezó en los juegos saludables de la Plaza del Carmen.

 

“Me fui de ese lugar diciendo: 'No puedo hacer nada', pero entonces empezó todo. Puse las herramientas y la empatía, la capacidad de escuchar, porque hay gente que me contrata para que la escuche, salir a caminar y desahogarse”, acepta Gabriela. Y encontró una conexión con su historia. Vio desde otra perspectiva problemas que acosan a quienes buscan en el deporte el salvavidas a una crisis interna.

 

“El mensaje es abrir el corazón y la cabeza. Para verme así de bien debo estarlo por dentro porque si no, se nota en la mirada, en la voluntad”, expresa señalando con la palma su escultural figura, reciente ganadora entre mujeres igual de fascinantes al imaginario social.

 

“La voluntad se entrena, le digo a mis alumnas con obesidad que la voluntad se va desgastando. A la mañana te levantás como para conquistar el mundo, pero a las 8 de la tarde te querés comer un alfajor; eso se entrena. Le enseño a mis hijos los modos de saludar, al entrar decir ‘buenos días’, a agradecer y a despedirse. La gente se sorprende de que saluden a todos”, dice feliz. “Los veo y cuando salimos y no saludaron, se los hago notar. 'Es que no lo estoy entrenando mucho', me dijo un día uno”, y “La Gringa” suelta una linda carcajada. “Los buenos hábitos se entrenan, como las ganas y la voluntad”, dice por sobre el ruido del choque de barras y pesas que ya no le causan sobresaltos.

 

 

 

“Mis hijos juegan con las medallas. Si limpian y dejan ordenado, los premio y se las presto”, cuenta con gracia de Ulises y Baltazar, de 10 y 4 años, con una luz en los ojos que solo sus descendientes pueden causar. Sus nombres decoran el pie de su madre, fileteados donde empiezan las raíces de las flores que ascienden sobre la pierna derecha de la amazona. “Porque las flores nacen, crecen y hay que cuidarlas para que sean bellas”, explica. También muestra un mandala en el pecho y flores de loto en el hombro.

 

Para ella, los tatuajes son automutilación. “Son un arte pero son marcas, ¡te clavan una aguja!”, grita. "Me los hice cuando estaba triste. Entonces cuando veo a alguien que no tiene tatuajes, le digo: 'Qué linda vida que has tenido', porque nada lo llevó a marcarse”.

 

La vida comienza todos los días. Hay que marcarle el ritmo propio.

 

 

“Sentís que nadie te va a querer y te encerrás”

 

 

 

Lo que comenzó en una entrevista con una deportista campeona, con café y risas amenas, derivó a una charla íntima detallada. La mesa fue una isla con una barrera del resto del bar. Las confesiones fueron dichas y los cafés perdieron la espuma sin que hubieran recibido un poco de azúcar siquiera.

 

Gabriela contó detalles de una relación de tres años en la que hubo abusos verbal y físico. Presentó 9 denuncias, tiene botón antipánico en el teléfono y él carga con una orden de restricción. Aun así, cuando él sufrió un infarto, fue a verlo al hospital. “Le dije que le daba fuerzas, que lo perdonaba y no teníamos cuentas pendientes: le deseo lo mejor”.

 

Contenedora, "La Gringa" habla claro, mira fijo y toca el brazo del interlocutor para lograr su atención (que desde hace rato estaba enganchado). También da abrazos fuertes al saludar.

 

“Cuando te atacan te minimizan. No sos. No merecés. No valés. Me decía: ‘Te engaño porque sos vieja, mirá lo que sos’; y una está tan enferma que le dice: ‘Sí, tenés razón, te entiendo, soy poco mujer', pensaba”. Y duele escucharlo.

 

“Era muy destructivo, me dañaba la estima y me lastimaba verbalmente.Me decía que era fea, gorda, de todo”, recuerda. “Al vivir una situación de violencia, tanto el violentado como la víctima están enfermas pero hay que hacerse cargo. La gente se enoja, me dijeron: 'A vos te gusta que te peguen, ¡andate! ¿Por qué no te vas?'. Y no podés porque el violentado está tan enfermo como el violento”, confiesa.

 

“Toqué fondo en los sentidos personal, económico y emocional; sentís que nadie te va a querer, te encerrás. Y como que cuando te pasa una, te pasan todas: me quedé sin trabajo, tuve que vender mi ropa... En enero pesaba la mitad que ahora, y el que no te conoce, no sabe y piensa: 'Oh, qué sufrida'. Para el colmo soy rubia, vistosa, amo la lentejuela y voy al boliche, pero siempre digo: 'Si estuvieran en mis zapatos 15 minutos...' —solloza— y no, la gente juzga lo que ve”, comenta Gabriela, y busca un ejemplo a mano.

 

Al vestido de lentejuelas utilizado en la producción lo confeccionó para asistir a una boda. “Conseguí la tela en oferta y tiene mil remiendos porque me salía mal”, dice con una sonrisa que desaparece rápido, como lo hicieron sus ilusiones de disfrutar esa fiesta. “Vino una chica con un vaso con agua ¡y me lo tiró en la cabeza! Me dijo: '¿Qué te creés con ese vestido?'. Y no lo podía creer. ¡La violencia otra vez! Y lloré desconsolada ahí. Si esa chica supiera que no tenía qué ponerme, que lo hice yo y no era para opacarla... De ese tipo de historias tengo más. Eso es violencia”.

 

“La violencia de género también viene del propio género: no me tomaron en un trabajo porque una de las oficinistas me prejuzgó. Si supiera lo que me costó ir”, sostiene, y cruza los brazos sobre su pecho como aquella vez que renegó de su físico voluptuoso, al usar ropa holgada para pedir una chance. “Pero no me di por vencida y empecé a trabajar de manera particular”. Durante la charla primó la buena onda, sonrisas y recuerdos agradables que descomprimieron relatos densos. Abandonados, esos cafés fueron bebidos tibios. Con la punta del meñique izquierdo, secó una lagrimita. “No puedo creer que logré contar todo esto”, asegura con la mirada firme y un aura brillante. El brillo que emana era la luz que encontró después de tanta oscuridad.

 

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