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El manejo del suelo es clave para que el suelo resista la lluvia

Sin coberturas se hace difícil la infiltración, lo que provoca inundaciones. También hay que tener en cuenta el efecto perjudicial del golpe de las gotas sobre la superficie del terreno.

Por redacción
| 21 de abril de 2019
Se puede formar una costra impermeable que no deja pasar al agua.

A mediados de enero, en las redes sociales circularon dos videos de un campo sembrado con pasturas en el sur de Córdoba, donde había llovido 130 milímetros en solo cinco horas. Llamaba la atención porque, si bien el suelo estaba anegado, se veían enormes burbujas que salían de la superficie dejando infiltrar el agua.

 

En el segundo video, grabado el día siguiente, podía apreciarse que el agua se había ido. Las imágenes contrastaban con otras que se difundieron al mismo tiempo en distintas zonas, donde también habían caído fuertes precipitaciones, pero que permanecían inundadas.

 

¿Qué diferencia podría haber existido entre este campo y otros que respondieron de un modo tan diferente a las lluvias? El contraste entre ambas situaciones, ¿responde solo a las características propias de cada suelo y otros aspectos del ambiente, o también a las prácticas de manejo que se emplean en cada establecimiento?

 

“Nuestro país es muy vasto y tiene muchas regiones con diferentes características ambientales. Desde el punto de vista del suelo, hay regiones más frágiles que pueden erosionarse y degradarse rápidamente, y otras que tienen cierta capacidad de ser resilientes y soportar un estrés como el de las lluvias intensas. Pero, más allá de estas diferencias, en todos los casos es necesario emplear buenas prácticas para conservarlos. Los fenómenos extremos propios del cambio climático, como las fuertes precipitaciones, justamente ponen en evidencia tanto la fragilidad natural del suelo como el manejo al que están sometidos”, explicó Diego Cosentino, investigador de la cátedra de Edafología de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) y del CONICET.

 

Cosentino trazó dos grandes líneas de manejos posibles: aquellos establecimientos sembrados con monocultivos, donde los suelos sin cobertura vegetal quedan expuestos durante una gran parte del año a la erosión hídrica y eólica. Y, en segundo lugar, destacó aquellos planteos que incorporan rotaciones con gramíneas y cultivos de cobertura que ayudan a conservar la estructura de los suelos.

 

“Si un suelo mal manejado recibe lluvias de 100-150 milímetros por hora, como también pasó recientemente en el norte de la provincia de Santa Fe, puede tener problemas de infiltración, que es la entrada del agua al perfil, y generar inundaciones”, advirtió el especialista.

 

¿Cómo sucede esto? “Un suelo arenoso, por ejemplo, tiene un tipo de textura que permite que el agua pase muy rápido. Pero, si ha sido trabajado con monocultivos, se puede formar una costra impermeable que no deja pasar al agua”.

 

“Cuando el suelo está desnudo, las gotas de la lluvia pegan directamente sobre su superficie y rompen la estructura de los primeros milímetros. Esto hace que la arcilla se separe del limo y de la arena, y entonces puede formarse una costra superficial (también llamada sello por los especialistas en edafología). Aunque el suelo sea permeable, el agua no va a poder entrar, con lo cual la infiltración va a ser igual a cero”, explicó Cosentino, quien además es el vicepresidente de la Asociación Argentina de la Ciencia del Suelo (AACS). “Estas situaciones se hacen más evidentes en los momentos estresantes, cuando hay excesos de agua”, agregó.

 

“En cambio, en los suelos bien manejados, con esquemas de rotación que incorporan a las gramíneas, cultivos de cobertura o de servicios, por ejemplo, aparece una importante actividad de las raíces y un mayor contenido de materia orgánica. Estas buenas prácticas mejoran la estructura y permiten que no se forme una costra superficial. El suelo va a ser más saludable, va formar poros y a poder infiltrar, soportando estos grandes factores de estrés”, detalló.

 

 

Equilibrio

 

En general, los suelos del norte de la Región Pampeana son muy limosos. Pueden tener 70% de limo, con una textura intermedia entre la arcilla y la arena. En el sur de Córdoba ese porcentaje puede llegar al 80%. Esto limita la posibilidad de que el suelo tenga una gran cantidad de poros de gran tamaño, que  son los que facilitan que el aire y el agua se muevan rápidamente entre la atmósfera y el suelo, permitiendo que las raíces de cultivos tengan oxigeno para respirar y que el agua infiltre velozmente.

 

¿Cómo se puede hacer desde el manejo para mejorar esta condición? “Para que existan burbujas tan grandes como las que muestra el video, y que el agua infiltre de esa manera, tiene que existir un buen equilibrio entre los poros y la matriz sólida, que son la arcilla, la arena, el limo y la materia orgánica. Hemos medido campos donde aún siendo poco trabajados tienen menos del 10% de su volumen de poros grandes. Un aumento en la cantidad de poros grandes se logra únicamente con una excelente actividad biológica, con lombrices, raíces vivas y hasta pequeñas fisuras. Esto es lo que llamamos bioporos”, dijo.

 

Para finalizar, Cosentino señaló: “Es fácil percibir la falta de algún nutriente en un cultivo, como nitrógeno o fósforo, donde el problema puede resolverse fácilmente comprando fertilizantes. Sin embargo, pese al impacto que tiene una mala fertilidad física del suelo (falta de poros y compactación, por ejemplo) la solución no es inmediata ni evidente porque no se puede ir a comprar poros a ningún lado. En la Argentina y en el mundo ya se está generando el conocimiento y experiencia para estimular la creación de una arquitectura saludable de los suelos”.

 

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