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Sonia Fernández Vargas: increÍble viaje a Los Andes

Es farmacéutica. Su pasión es andar en bicicleta. Con escasa experiencia cruzó Los Andes junto a Mario Fabián Díaz. Nunca hizo entrenamientos especiales, fue pura valentía y audacia.

Por Johnny Díaz
| 04 de abril de 2019
"Alcanzamos este gran desafío mostrando respeto y ser solidarios el uno con el otro", resaltó Sonia. Foto: Leandro Cruciani/Gentileza.

La sanluiseña Sonia Elena Fernández Vargas inició el año con todo: arriba de su bicicleta unió San Luis con la ciudad de Los Andes en el vecino país de Chile. En siete días completó la travesía que marcó un hecho histórico para el ciclismo de montaña amateur y dejó en la cúspide de la cordillera el emblema y el coraje de la mujer puntana. 

 

Sonia no lo hizo sola, la acompañó Mario Fabián Díaz, un avezado ciclista bonaerense acostumbrado a este tipo de proezas. Tiene 54 años, es farmacéutica y trabaja en la droguería estatal. Nunca tuvo la intención de llegar a lo que llegó. Siempre entrenó y salió a rodar con un grupo de amigos que se lo conoce como "Correcaminos San Luis". Su entrenamiento era básico, sin dietas especiales ni estudios con médicos deportólogos. Lo hizo con mucho amor propio, valentía y audacia.

 

La travesía comenzó a gestarse en febrero del año pasado cuando Sonia se contactó por Facebook  con Mario Díaz, un ciclista que tiene sobrada experiencia en este tipo de viajes y que por esos días pasaría por San Luis.
Sonia dice que en ese momento no pudo ser porque cuando Díaz pasó por esta provincia, estaba haciendo un trekking y se desencontraron. Sin embargo, siguieron en contacto hasta que el titular de la red social "Ruta+Bici" la invitó para hacer una excursión ciclística a Los Siete Lagos. 

 

"Quedé maravillada con la invitación, pero no sabía si podía cumplir con el objetivo, había que rodar dos mil kilómetros y yo soy una ciclista amateur que sale a rodar dos veces por semana y  con poca experiencia en grandes travesías", admite aún sorprendida. 

 

"Lo mío pasa por un divertimento más que por ser una profesional. Me estaba recuperando de un insólito accidente donde me llevé por delante a una compañera que se cruzó y me lesioné la rodilla, una micro fractura. De todas formas dije que sí y empezamos a planear el viaje", acota.
Después de un par de meses, el viaje a Los Siete Lagos se complicó y Díaz le sugirió cambiar el recorrido: irían a Chile y unirían San Luis con la ciudad de Los Andes.

 

"Yo que soy muy creyente y todas las cosas las pongo en manos de Dios me dije: 'las cosas por algo suceden' y empecé a mentalizarme en que podía hacer ese viaje", aclara.

 

Vargas agrega que la idea era hacer una travesía tranquila en siete días, dividida en siete etapas. Cuenta que la salida de la primera etapa para llegar a San Martín de Mendoza estaba prevista para el 20 de febrero a las 6:30, pero un inconveniente en la bicicleta de Díaz (no llegó en el transporte contratado) demoró 24 horas la partida. 

 

"Fue tremendo, hacía un calor infernal cerca de Alto Pencoso a las 10 de la mañana, fueron más de 31 grados, nos fuimos deshidratando paso a paso hasta quedar extremadamente agotados e imposibilitados de seguir. En el asfalto hacían más de 50 grados, paramos hasta que bajó el calor y decidimos acortar la etapa. Descansamos en La Paz, a 120 kilómetros de San Luis. Diego, un amigo de Mario, nos consiguió un alojamiento", detalla.

 

Sonia cuenta que se preparó entrenando normalmente y que rodó con su bicicleta en compañía de sus amigos a Estancia Grande, El Trapiche o La Florida y que su viaje más largo fue a Las Salinas del Bebedero y que regresaban después de un breve descanso. También agrega que no concurrió a ver un deportólogo o una nutricionista. 

 

"No hubo misterios ni entrenamientos especiales. Sí le puse mucha fuerza y concentración a lo que hacía. En los últimos días, previo al viaje, no entrené para nada, hice una vida normal", añade.   

 

 

La expectativa del viaje pasaba por conocer al compañero, su manera de trabajar en la ruta y sus sensaciones teniendo en cuenta que Díaz es un hombre de sobrada experiencia en una bicicleta y ella toda una ciclista amateur.

 

"Nos fuimos conociendo en el viaje, nunca discutimos y teníamos nuestros propios códigos. Eso fue muy positivo a la hora de tomar decisiones en cuanto a la organización de cada etapa", destaca.

 

Después de descansar en el hotel paceño, a las 8:50 emprendieron rumbo a San Martín donde los esperaba Roberto, un amigo con el que almorzaron, descansaron un rato y se pusieron en marcha a la capital mendocina donde llegaron casi de noche. Habían recorrido 175 kilómetros. 

 

En Guaymallén los esperaba Fabián Morales, integrante del grupo ciclístico "Corazón de María", para comer un asado, estar con amigos y descansar de la agotadora etapa. "Ahí tímidamente un ciclista me abrazó y me regaló una medallita de San Benito deseándome suerte, un buen gesto que no olvidare", sostiene.

 

Al día siguiente, los ciclistas identificados como el "Dúo de Los Andes", partió rumbo a Potrerillos con compañía. Claudio Ponce, un ciclista de San Martín, hizo que cuatro integrantes del grupo Mendoza MTB los acompañaran unos 30 kilómetros. "Solo uno de ellos lo hizo hasta Uspallata y regresó", manifiesta agradecida.

 

"Fue una etapa muy agradable ‑cuenta‑, el tiempo nos ayudó, no hacía frío y lloviznaba un poco, se podía pedalear sin problemas. Ahí comenzó verdaderamente la travesía, el camino es muy exigente y se requiere el máximo de concentración. Sabía que no tenía que mirar para atrás, mi meta estaba adelante y le ponía todas mis energías para no decaer".

 

La cicloviajera precisa que en Potrerillos los esperaba otro amigo y su hijo que se habían venido de San Martín para hacerle el aguante y cenar con ellos. "Fueron actitudes que pocas veces se ven, y eso nos daba fuerzas para seguir y nos enorgullecía".

 

En Uspallata se encontraron con dos colegas de Buenos Aires, que después de intercambiar opiniones cada uno siguió su camino. Allí Sonia y Mario durmieron en carpa y sufrieron un poco las inclemencias del tiempo, el fuerte viento era el dominante con ráfagas de más de 60 kilómetros por hora y hacía peligrar la jornada que se avecinaba. 

 

"Nos agarró una especie de tornado, vientos cruzados y muy fuertes, habíamos salido a las 9 de la mañana rumbo a Punta de Vacas (2.400 metros sobre el nivel del mar) pensando en que habría buenas condiciones climáticas, pero no fue así, incluso, una fuerte ráfaga tiró a mi compañero al piso, felizmente no sufrió daños, pero estábamos asustados, no esperábamos esa situación", expresa.

 

Gendarmería les aconsejó que no siguieran, que esperaran a que el viento amainara, por eso se cobijaron en un lugar abandonado, un sector en ruinas donde alguna vez supo haber un lugar de descanso. 

 

"Allí ‑sigue‑ inesperadamente apareció Orlando, un señor que era de Justo Daract, pudimos cargar nuestros celulares, nos prestó mesas y dos sillas, para nosotros fue como 'El Ángel del Camino'".

 

Agrega que esa noche a la luz de sus linternas, cenaron atún y sardinas que llevaban en las alforjas y que pasaron una mala noche. El frío estaba causando lo inesperado, no obstante eso, al día siguiente después de desayunar mate cocido con galletitas, a las 9 de la mañana partieron rumbo a Las Cuevas casi en el límite con Chile, un recorrido que tiene unos 30 kilómetros de plena subida, muchas curvas y tránsito pesado.

 

"Salí adelante, Mario muy cerca mío, pero el cansancio comenzó a notarse y a jugarnos una mala pasada. Era nuestro quinto día de pedal, con mucha dificultad fueron pasando los kilómetros, estaba preocupada porque Mario sintió la altura y notaba que le costaba respirar, si bien es cierto él tiene mucha experiencia en el llano, en la montaña es diferente", aclara.

 

Sonia manifiesta que hubo un momento donde pararon a  descansar, aprovecharon para intercambiar ideas de lo que les esperaba y él mirando al río le dijo: "Estuve a punto de preguntarle si quería que hiciéramos dedo, en clara alusión de que en algún momento había pensado abandonar el viaje", reconoce. 

 

"Sus palabras me sorprendieron porque el día anterior le había manifestado que nunca dejaría de pedalear en busca del objetivo. Creía en mis condiciones y tenía muchas expectativas entonces no quería a defraudar a nadie y subirme a una camioneta y decir que había cruzado Los Andes. Eso nunca me lo permitiría", saca a relucir su orgullo. 

 

Díaz y Fernández Vargas estaban a escasos kilómetros de cumplir con la travesía, los esperaba lo mas difícil, cruzar el ultimo túnel y desembocar en Las Cuevas. 

 

"Antes de ingresar, tomamos todas las precauciones del caso, escuchábamos hasta el más mínimo ruido y era preocupante, el miedo paraliza a cualquiera y yo no era la excepción. Tomé la iniciativa, sentí que pedaleaba, pero no avanzaba, parecía que el corazón me estallaría, era exasperante, cada tanto miraba para atrás, pero mi meta estaba delante y no veía la luz del final del túnel", confiesa y agrega: "Llegamos a Las Cuevas a duras penas, estábamos muy agotados, no lo podíamos creer. Nos invadió una sensación rara y difícil de explicar". Después de un breve descanso buscaron alojamiento y un lugar para comer.  

 

Dice que a la noche los invitó a cenar Rosa Castillo, la misma mujer que al mediodía los atendió en un comedor. "Son esos gestos imposible de explicar, fue otro ángel en el camino", señala. 

 

Una vez en el peaje fueron a la aduana para cumplir los trámites de rigor y viajar a la localidad de Los Andes. La misión estaba cumplida, los esperaban los hermanos Gallardo, Marcela y Juan Carlos, quienes les hicieron vivir una jornada inolvidable donde no es fácil abrir las puertas a desconocidos. Después emprendieron el viaje de regreso, Sonia a San Luis, su compañero a Buenos Aires. 

 

Ella resalta que hicieron el viaje en siete días, cinco de montaña y dos de llanura, pedalearon de noche el tramo de San Martín a Mendoza por la colectora. Y que ese tramo fue una mala experiencia, pero que encontraron muchísima solidaridad a lo largo del viaje. "Gente maravillosa y desinteresada".

 

"Mi compañero dijo que habíamos traspasado las fronteras de la felicidad. Y yo digo que Dios me vive poniendo pruebas para que me dé cuenta de que cada día puedo más de lo que yo creo poder, que somos nuestro propio límite y que nadie tiene que tener miedo a nada, porque el miedo te paraliza. Hay que confiar en Dios o en lo que sea, pero hay que tener mucha fe y ser fieles a nuestros principios", sostiene todavía incrédula de lo que logró. 

 

"Ahora sueño con viajar a España y hacer en bicicleta el camino del peregrino en Santiago de Compostela. Es un sueño, espero poder cumplirlo", dice antes de despedirse.

 

Quedó para el anecdotario la herida que sufrió en la ceja derecha después de buscar afanosamente sus guantes caídos en el hueco de un árbol y el pinchazo de una rueda (le pusieron el líquido antipinchaduras entre la cámara y la cubierta cuando debe colocarse en el interior de la cámara) y que llevaron lo indispensable: bolsas de dormir, ropa, agua, termos para el mate, latas con alimentos y herramientas. 
Lo demás fue puro amor propio, valentía, audacia, sudor y lágrimas.
 

 

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