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Tras los pasos de los toros, sierras adentro

El Ministerio de Producción no deja librados al azar a los reproductores que entregó a los pequeños ganaderos para mejorar sus rodeos y combatir las enfermedades venéreas. La revista El Campo viajó a comprobar cómo son sus nuevos hogares.

Por Marcelo Dettoni
| 04 de agosto de 2019

Visitar La Carolina y los parajes que circundan esas alturas infinitas, en las que el tiempo parece detenerse, y hasta la cascada más delicada retumba en el silencio profundo como si fuera una catarata de agua desenfrenada, siempre representa un desafío para la mirada. No alcanza la vista para grabar todo: piedras enormes que surgen de las entrañas serranas, pircas serpenteantes que se pierden entre las quebradas, nubes repentinas que cambian el clima en un segundo, algunos manchones blancos que nos informan que ya llegó el invierno y el ganado pastando lo que puede entre el pajonal y alguno que otro manchón verde fruto de la mano del hombre o de la magia de la naturaleza.

 

Se trata de toros, vacas y terneros que si siempre aparecen mansos y tranquilos, en ese contorno lo son mucho más, como si ellos tampoco quisieran romper el hechizo que propone este rincón del Departamento Pringles, donde los escasos puntanos que se le animan a la geografía circundante parecen estar más cerca de Dios.

 

Por allí también pasó el Plan Toros con la ayuda indispensable para esos pequeños productores que pelean a brazo partido con el clima y las carencias lógicas de una región apostada a más de 1.200 metros sobre el nivel del mar. Primero, los funcionarios del Ministerio de Producción hicieron un amplio relevamiento, en el que incluyeron charlas informativas para que los criadores supieran de qué se trata y confiaran sus animales para hacer los raspajes que pudieran detectar la presencia de enfermedades venéreas.

 

 

 

Claro, hubo que vencer el temor lógico de gente parca, desacostumbrada al contacto interpersonal, desconfiada por naturaleza. Las preguntas rebotaban de paraje en paraje: ¿qué pasa si un toro está enfermo, lo pierdo? ¿Cuánto van a tardar en reponerlo? ¿Y si no lo hacen? ¿Quiénes son los veterinarios que vendrán a hacer los estudios? ¿Nada tiene costo para nosotros? Una y otra vez Martín Rodríguez, jefe del Programa Producción Agropecuaria, tuvo que responder esos cuestionamientos, al igual que todo su equipo.

 

“La principal duda era si íbamos a cumplir con los tiempos de reposición. No se quieren quedar sin los toros, ni siquiera les importaba mucho si tenían alguna venérea. Ellos quieren preñar las vacas cuando se pueda, son pocos los que tienen servicios estacionados. Y no confiaban en la promesa de que en 15 días iban a recibir un toro de mucha mejor genética, que los iba a ayudar a mejorar la calidad de sus rodeos y los índices de preñez. Por suerte pudimos cumplirles en tiempo y forma”, dijo con alivio el funcionario provincial, también veterinario como sus compañeros Juan Manuel Celi Preti, jefe del Subprograma Producción Pecuaria, y Juan Pablo Rey, jefe del área Sanidad Animal.

 

El relevamiento dio sus frutos, porque detectaron varios toros con venéreas como la tricomoniasis y campylobacteriosis, detectadas en los análisis sin costo para los productores que realiza el Laboratorio del Campo. Lo que el Plan Toros determina en estos casos es retirar el toro enfermo para llevarlo a faena (el dinero que se recauda por su venta a algún frigorífico va para el criador) y, recién a los 15 días, reponerle a su dueño uno nuevo, que el Ministerio de Producción suele adquirir en los mejores remates que se realizan en San Luis o directamente en una transacción directa con algún establecimiento reconocido por su calidad. “Esos 15 días son fundamentales, porque hay que esperar si el toro enfermo contagió alguna vaca, esta pueda negativizarse y no seguir transmitiendo la venérea. Las hembras superan la enfermedad en ese lapso, en cambio los machos la llevan de por vida”, explica Rodríguez.

 

 

 

Cumplido el plazo, los toros nuevos llegan al campo y comienzan con un período de adaptación, porque no debe ser fácil pasar de un feedlot o una pradera del sur puntano, donde abunda el forraje, a las duras condiciones de Cerros Largos, Piedra Bola, Cañada Honda, Inti Huasi, El Arenal o Pampa de la Invernada, donde se hicieron las últimas entregas.

 

Pero el Plan Toros no se limita a los raspajes para la detección de enfermedades venéreas y la reposición del animal que da positivo. Hay un tercer paso, tan importante como los dos primeros: el seguimiento de esos toros entregados por parte de los veterinarios del Ministerio de Producción. “Para nosotros es fundamental visitar los campos donde fueron entregados los animales, comprobar en qué condiciones llegaron, si tienen forraje para alimentarse. Y también charlar con los productores, preguntarles cómo están con la nueva adquisición y contestar todas sus dudas, porque se trata de toros de gran genética, que tienen que adaptarse a un ambiente distinto al que se criaron.

 

Necesitan contar con un buen manejo de parte de los encargados”, comentó el jefe del Programa Producción Agropecuaria, quien participó de una gira por el Departamento Pringles junto con Celi Preti y Rey, de la que también formó parte la revista El Campo.

 

La visita se concretó un día gris, amenazante, luego de una noche de lluvia intensa en buena parte de la provincia. Las nubes bajas hacían desaparecer las cimas de las sierras centrales y la banquina denotaba el agua acumulada, que siempre es una bendición para los que trabajan y viven en el campo. Después de dejar atrás el Valle de Pancanta y algo de hielo en las banquinas, la entrada a La Carolina deparó una sorpresa: el río de aguas amarillentas estaba crecido como pocas veces gracias al temporal de la noche anterior.

 

Dejamos atrás el pueblo todavía somnoliento en la mañana fría y enfilamos hacia Inti Huasi, donde la ruta 9 comienza a ofrecer caminos secundarios de ripio que conducen a los parajes. En los campos, que impactan por su parecido estético con la turba malvinense (al punto que por allí se filmó "Iluminados por el fuego", que retrató el sufrimiento de los chicos en la absurda guerra de 1982), destaca mucho el ganado "careta", con esa belleza que le otorga la cruza de alguna vaca pampa con toros Aberdeen Angus colorados o negros.

 

 

 

 

El Angus y su harén

 

El primer destino es el establecimiento Sunka Huasi, en Cerros Largos, donde el joven Ceferino Rivero (29 años) cuida unas 300 hectáreas de un reconocido escribano capitalino y, a su vez, tiene un pequeño rodeo propio con unas 50 cabezas, lo que lo convirtió en beneficiario del Plan Toros, que fijó su límite en los 100 vientres. Nos recibieron varios chocos ruidosos y, luego de atravesar algunos charcos, llegamos a la humilde vivienda, rodeada de esqueletos de camionetas, autos viejos y motos desarmadas.

 

Ceferino recibió un fantástico Aberdeen Angus colorado comprado a la empresa Tigonbú SA, de Buena Esperanza, pero para verlo hubo que seguir la travesía por un sendero angosto que, al abrirse, desnudó un paisaje conmovedor. Una pampita con vacas, algunas solas y otras con terneros al pie, que pastaban ajenas al nuevo habitante, que caminaba entre el rodeo como un sultán entre su harén. Al vernos, los animales se acercaron porque creen que les vamos a dar sal, por lo que no hay problemas para tener fotos en primer plano. Hay "caretas" negras y coloradas que son la predilección de su dueño, por su vigor híbrido: “Tienen la rusticidad del Hereford, por lo que no las afecta el frío ni las caminatas entre las piedras; y la precocidad del Angus, que les da un tamaño moderado, comen menos y muestran preñez temprana y entore a los 15 días”, describe.

 

“La verdad es que no quería entrar en el Plan Toros, dudaba del tiempo de reposición, que para mí es muy importante. Pero los muchachos cumplieron con todo”, reconoce ahora Rivero, quien no deja de mirar a su nuevo toro y cuenta una anécdota: “Mi hija de 3 años, apenas lo trajeron me pidió que se lo regalara. Lo viene a ver todos los días, es otro motivo de satisfacción”.

 

 

 

 

El toro tiene dos años y medio y ya parece adaptado al entorno. Rey le aconseja al dueño que haga un servicio en verano, para que puedan parir las vacas en primavera y el destete se haga en otoño, bien temprano, con 120 kilos aproximadamente, para evitar que el invierno haga estragos en los terneros. Rivero aprovecha a los veterinarios para preguntar qué puede pasar que de 110 madres apenas le salieron 40 terneros. “Si no es por las venéreas, habría que hacer análisis de brucelosis o neospora”, acota Rodríguez en la despedida, invitándolo a que siga en contacto con el Ministerio de Producción.

 

 

Unos mates en Piedra Bola

 

La segunda parada es en el campo Santa María, propiedad de Rufino Romero, a quien ayuda en las duras tareas de campo su hija Carolina, una joven con habilidad y fuerza suficiente como para manejar cualquier rodeo y superar las dificultades que tiene su papá, quien se moviliza con un bastón. Rufino invita mates dulces en su casita de piedra de techos bajos, en la que sobresale un banderín de Boca y fotos de caballos de carrera. Y habla del nuevo Angus colorado que sumó a la tropa como si fuera un Fórmula Uno. “Estaba un poco arisco cuando llegó, sin dudas lo afectó el viaje de más de 300 kilómetros, incluso saltó el corral con una agilidad tremenda”, recuerda.

 

El toro no está allí, sino en otro lote cercano a Inti Huasi, por el cual pasamos para tratar de divisarlo pero fue imposible. Era una aguja en el pajar entre tanta inmensidad. “Elegí Angus porque es mejor para las pariciones, más chico que el Hereford. Con un pampa que tenía perdí vaca y ternero, porque tienen que tener 300 kilos por lo menos. Si el ternero se encaja, no sale más”, cuenta entre ademanes.

 

Rufino también dudó en algún momento de la efectividad del plan, pero en su caso por problemas logísticos. “La oficina de Senasa de La Toma no me entregaba la guía, pasaron muchos días de trámites y viajes, gasté mucha plata para ir hasta allá. Pero los muchachos del Ministerio siempre me ayudaron a solucionar todo”, agradece.

 

 

 

Él tuvo cuatro toros positivos, por lo que a partir de ahora espera lograr la sanidad suficiente como para salir adelante y tener más y mejores terneros. “Ojalá que pase bien el invierno, vamos a darle pasto o maíz, a este bicho hay que cuidarlo, viene acostumbrado a lo mejor”, repite como un mantra, ante la conformidad de Rodríguez, quien se marcha seguro de que el toro cayó en buenas manos.

 

 

El tren del cielo

 

Cuando dejamos a Rufino y su familia, enfilamos hacia lo más alto que tiene el Departamento Pringles, el camino entre las sierras centrales que conduce de La Carolina a San Francisco del Monte de Oro. No lo haremos completo, ni siquiera hasta El Amago, donde asoman las antenas de las compañías de celulares y la de Canal 13 entre el vuelo majestuoso de los cóndores. El destino es Pampa de la Invernada, donde de todas maneras las nubes ya comienzan a ser parte del paisaje, porque están a la altura del suelo, oscureciendo todo con una niebla densa y pegajosa.

 

Todavía hace frío cuando llegamos a Río Claro, el campo de Jorge Pérez, un vecino de San Francisco que no pudo venir para oficiar de anfitrión, un papel que entonces le tocó a su encargado, Raimundo Muñoz, un hombre alto y canoso, de andar desgarbado, que pasó toda la vida en la zona y hace 44 años le maneja la hacienda a su patrón.

 

Hubo que tocar bocina de manera insistente para que Raimundo se asomara a la tranquera. Además, las nubes hacían todo más difícil, pero igual se divisaba a lo lejos la figura potente del Hereford que le repuso el Ministerio de Producción. El toro parecía jugar a las escondidas y aparecía por un lado y otro de una piedra gigantesca. “¿Quieren verlo de cerca? Esperen que lo hago pasar al corral”, invita el encargado, que enseguida comenzó a seguirle el juego hasta que logró que ingresara a un corral delimitado por pircas bajitas.

 

“Apenas llegó le dije que se iba a tener que acostumbrar a las piedras”, cuenta Raimundo, poniendo al toro a la altura de un ser humano. Sabe que hay que tener cuidados extremos con el animal, acostumbrado a otro paisaje más amable: “Tenemos potreros reservados para él, donde hay pasto natural. Igual vamos a tener que conseguir forraje para el invierno”, reconoce mientras los funcionarios caminaban por las instalaciones.

 

No hace falta que lo diga Raimundo, pero igual aclara que él “habla mucho” con el nuevo toro, lo que despierta una sonrisa de los visitantes. “A veces se pone nervioso, pero una vez que prueba sal, se calma”, agrega con un cariño conmovedor. Y para el final deja un reconocimiento que sin dudas comparte con el dueño: “Nos sacamos la lotería al tener un toro positivo, este es un fenómeno”.

 

 

Febo asoma en la estepa

 

El último productor que hay que visitar está cerca, apenas unos kilómetros más de trepada por el asfalto alcanzan para llegar a lo de Rubén Guzmán, el dueño del establecimiento "La Puerta". Nos recibe un penetrante olor a ruda y nos acompaña la niebla cerrada que se empecina en sumarse a la recorrida, aunque en apenas una hora se disipará, dejando lugar a un sol que obligará a sacarse buzos y camperas. Parece mentira cómo el clima maneja los sentimientos de los hombres, porque con el sol volvieron las sonrisas y las ganas de salir de la oscuridad que imponen las casitas de piedra, que no tienen energía eléctrica.

 

Rubén nos tiene reservada una agradable sorpresa: empanadas fritas en una pituca olla de hierro que su hermana está cocinando sobre una salamandra a leña. El contraste de temperatura con el exterior es notable, lo que también reconforta el espíritu luego de unas cinco horas de recorrida por los campos agrestes. “Uno escuchaba todo tipo de comentarios sobre el Plan Toros, la mayoría escépticos, pero puedo dar fe de la calidad humana de Martín (Rodríguez) y su gente, y de la calidad genética del animal que me trajeron”, dice el hombre nacido en San Francisco, pero que en realidad se crió en Pampa de la Invernada, en esta casa que ahora disfrutamos y que hizo su bisabuelo. Incluso está tallado el año en una piedra: 1925, hace casi un siglo. Afuera se escucha la furia del río Claro, que todavía arrastra el agua caída la noche anterior.

 

 

 

 

En una vieja radio a transistores atravesada por una cinta suena música de cuarteto. Allí arriba parece que solo llegan las potentes radios cordobesas, como la Champaquí, que es la que le pone sonidos al almuerzo, aunque en un tono que permite conversar. Entonces Rubén repite que “el toro es excelente, yo estoy muy satisfecho”. Y cuenta cómo es su sistema de cría: “Separo a los toros en un cuadro de abril a diciembre, para que las vacas no paran en pleno invierno, ese servicio estacionado también me permite emparejar la camada de terneros”.

 

Después de comer, ya con el sol penetrando por las ventanas, salimos a ver el Hereford, que tiene genética de Antiguas Estancias Don Roberto. No está solo, lo acompaña otro que es casi su clon y pertenece a su vecino, Felipe Sosa, quien todavía no se lo llevó para su campo. Caminan con soltura bajo la sombra de unos árboles inmensos, como reconociendo todavía el nuevo hogar. Allí pasará el invierno y dará nuevos terneros a partir del próximo verano, y si todo sale bien también por varios años más.

 

Es que el Plan Toros llegó para cambiarle la vida a los pequeños productores, mejorar la sanidad de los rodeos de San Luis y ayudar a que la ganadería siga creciendo en una provincia que no para de sorprender.

 

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