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Oro, incienso y mirra

Cuenta la historia que los reyes magos eran tres y que llevaron esa misma cantidad de presentes al niño Jesús. Más allá de las discrepancias sobre su origen, su cantidad (si era tres o doce) y su condición de reyes magos o simplemente magos —ya que no fueron considerados reyes, sino hasta el siglo VI d.C.—, existe una coincidencia generalizada sobre las ofrendas que llevaron al recién nacido hasta el que llegaron siguiendo la estrella de Belén: oro, incienso y mirra.

 

El valor de esos tres elementos era doble en aquellos tiempos. En lo simbólico, el oro era el obsequio por excelencia para los reyes (con lo cual el niño Jesús era considerado rey); el incienso era utilizado por los sacerdotes (y Jesús era el Sumo Sacerdote); y la mirra era empleada, entre otras cosas, para ungir a los muertos (dado que el niño Jesús era un santo, pero mortal).

 

En lo económico, el oro servía como medida de valor, mientras el incienso y la mirra eran por entonces productos muy onerosos, que se usaban para fabricar perfumes, ungüentos y medicinas. Los caminos comerciales que iban de Egipto a India a través de Arabia constituían lo que se conoce como “la ruta del incienso”, cuyo auge se ubica entre los siglos III a.C. y II d.C.

 

Si trasladáramos la historia hacia nuestros tiempos, conseguir esos tres elementos no sería tan fácil para los reyes magos. El oro experimentó una importante suba durante 2019 (17%, con lo que superó los U$S1.500 la onza y cuyo crecimiento en valor fue el mayor desde 2010). En cuanto al incienso, los árboles de los que se extrae (del género Boswellia, que se encuentran principalmente en el norte de África y la India, pero también en Omán, Yemen y el oeste de África) están en peligro por la sobreexplotación: la creciente demanda mundial de aceites esenciales (cuyo mercado mueve millones de dólares anuales) no permite que la producción les dé a las plantas la oportunidad de recuperarse. Eso, sumado a los conflictos en los que se ven envueltos muchos países en los que se encuentra el recurso, encarecería y dificultaría el camino de cualquier rey, por más mágico que fuera.

 

Y la mirra, utilizada por los egipcios para fabricar sus emblemáticos perfumes, volvió el año pasado a manos de los arqueólogos que intentaron recrear el aroma de Cleopatra.

 

No pudieron: resulta que hay historias que existen para ser contadas, pero no para reproducirse.

 

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