San Luis vive un momento en el que imperan las catástrofes (sucesos infaustos, cosas malas en general, desastres). En algunos casos son sucesos que involucran a toda la humanidad, y en otros son propios del país y de la provincia: la pandemia de coronavirus no reconoce fronteras y los incendios se han desatado en varios países (en los últimos tiempos: Grecia, Suecia, Portugal, Reino Unido y Estados Unidos) y en muchas provincias argentinas (Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Jujuy, Tucumán, Salta, Catamarca, Corrientes, Misiones, Chaco, además de San Luis). Los orígenes del virus y de su propagación son materia de investigación y, si bien hay claros indicios al respecto, no existen precisiones absolutas. Los motivos de las llamas que envuelven a más de una región de la provincia, obviamente, no se conocen aún. Sin embargo, encuentra muchos fundamentos la sospecha de que la mano del hombre ha participado en el inicio del fuego, como sucede en el 90% de los casos. En ocasiones se atribuye a acciones imprudentes, pero involuntarias, y en otros, a maniobras deliberadas que a la mirada de la racionalidad resultan inexplicables.
Cuando la realidad golpea de esta manera es el momento en que debe aflorar la capacidad de respuesta de una sociedad. Esa capacidad tiene que ver con decisiones y gestiones concretas de los gobiernos, en todos los estamentos, y con actitudes individuales de los hombres y mujeres que integran la sociedad. Para dar desde cada individuo una respuesta sólida, deben aflorar los valores personales.
Un valor es la responsabilidad social. Esta cuestión ha sido largamente analizada a partir de la responsabilidad social de las empresas, entendida esta como el resultado de combinar su función económica de participación en el crecimiento del país con su capacidad de competir y actuar en el mercado, y con el reconocimiento de su compromiso como agente de cambio, responsable de las transformaciones cualitativas que produce en el ambiente externo del que forma parte. Pero la irrupción de este virus generó en la sociedad la aparición de un fenómeno distinto respecto de la responsabilidad personal. En general, cada individuo es libre y debe hacerse cargo de las consecuencias de sus acciones. No es el caso en esta pandemia. Los resultados de acciones individuales irresponsables no recaen solo en su ejecutante, sino que perjudican severamente a todos los integrantes de su comunidad. Resulta entonces que la responsabilidad no debe ser solo individual, no lo es. Es social. Respetuosa de este criterio se mueve la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y si en los inicios de la pandemia este fenómeno no estaba del todo claro, dado el tiempo transcurrido no hay demasiadas excusas para no comprenderlo y actuar en consecuencia. Sucede también en el caso de los incendios, en los que la prudencia encierra una fuerte responsabilidad social y aconseja no encender fuego donde se corra riesgo de propagación.
Más allá de la respuesta estructural del gobierno provincial, que ha reaccionado en tiempo y forma, a través de la desgracia de las llamas suele aparecer otro valor que enorgullece a la sociedad puntana: la solidaridad. Es inmensa, casi inexplicable. Y son múltiples los ejemplos. Y si conmueve la acción de los bomberos y de quienes desde su abnegada labor enfrentan los siniestros, suele llamar mucho la atención la aparición de vecinos, a veces no muy cercanos, quienes espontáneamente se disponen a colaborar con familias que se encuentran muy cerca del fuego o en algún inminente peligro. La solidaridad justamente no nace a partir de un interés específico, sino como respuesta desinteresada a una situación difícil que afronta el prójimo. La solidaridad enaltece a un pueblo, habla de su reserva moral. Es acción sin verso, sin sarasa. Es actuar frente a la necesidad acuciante del otro. Sin fotito para la fama. Otro al que, tal vez, no se lo conoce o, tal vez, no se lo vuelva a ver en la vida. La solidaridad es un rasgo distintivo que permite separar a unas personas de otras. Perseguir intereses económicos, políticos o de otro tipo no está ni bien ni mal. Pero es otra cosa, no tiene nada que ver con la solidaridad.


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