SAN LUIS - Jueves 03 de Julio de 2025

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El futuro sin petróleo

Por redacción
| 03 de noviembre de 2020

Tras una campaña chata, de bajo nivel y marcada por la COVID-19 llega el día de la elección del próximo presidente de Estados Unidos. Una elección que se demostrará crucial en los próximos años por un tema que ha pasado desapercibido durante los debates: el modelo energético por el que apostará el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

El candidato demócrata, Joe Biden, es un firme partidario de las energías renovables y de la descarbonización de la economía. Biden ha dado su apoyo explícito al Green New Deal, el marco conceptual de lo que debe ser la transición de Estados Unidos hacia una economía baja en carbono.

Por su lado, el candidato republicano y actual presidente, Donald Trump, ha apostado desde el principio de su mandato por apoyar la industria petrolera nacional con numerosas exenciones fiscales. Incluso abrió la Reserva Natural de Alaska para la explotación petrolífera.

La cosa parece clara: de un lado, un candidato que se toma el cambio climático en serio y que promueve la transición ecológica (Biden) y del otro, a un candidato negacionista del cambio climático y que solo piensa en la continuidad de la industria de los combustibles fósiles (Trump).

Desde este punto de vista, parece que queda poco margen para la discusión sobre las políticas que harían uno u otro si accedieran al despacho oval.

Sin negar la evidencia de que la lucha contra el cambio climático es uno de los mayores retos a los que tendrá que enfrentarse la humanidad en las próximas décadas, en el ámbito energético los próximos años vendrán marcados por un problema poco explicado, pero de gran alcance y desarrollo inminente: la escasez de petróleo.

Desde principios del siglo XXI, la industria petrolera se ha enfrentado al mayor desafío de su historia: la escasez de nuevos yacimientos auguraba la inminente llegada al cenit de producción. Una vez alcanzado el temido peak oil, la extracción anual de petróleo toca su máximo y solo puede declinar inexorablemente.

El máximo de producción de petróleo crudo convencional se alcanzó a finales de 2005 o principios de 2006, con 70 millones de barriles diarios, y desde entonces se ha reducido paulatinamente hasta menos de 67.

Para compensar este lento descenso, e incluso poder seguir aumentando la producción de petróleo, se introdujeron todo tipo de hidrocarburos líquidos alternativos: biocombustibles, petróleos extrapesados, petróleos de aguas ultraprofundas, líquidos del gas natural, petróleo de rocas compactas extraído con la técnica del fracking. Aunque no siempre son tan buenos como el petróleo convencional.

Pero en 2013, la industria petrolera comenzó a desinvertir en exploración y desarrollo de nuevos campos, en vista de los malos resultados de explotación.

Solo Estados Unidos impidió que la producción de petróleo empezara a caer en 2015. Pero el gigante americano solo pudo aplazarlo tres años: el máximo mundial se alcanzó en 2018, y eso a costa de la actual carnicería de bancarrotas en el sector del fracking estadounidense.

Según el informe anual de la Agencia Internacional de la Energía de 2020, podría acabar con la producción de petróleo reducida hasta un 50% de aquí a 2025.

Gobierne quien gobierne, al principio se darán grandes incentivos a las renovables para luego retirarlos al cabo de un par de años, viendo su escasa eficacia.

La termodinámica no negocia, no entiende de partidos políticos. Sea quien sea el próximo inquilino de la Casa Blanca tendrá que hacerle frente a un reto enorme para el que el mundo tampoco está preparado.
 

 

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