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Gente Rota: realidades que superan cualquier ficción

Una serie de personajes que hablan por WhatsApp y se mueven al ritmo de un creador confiado matizaron un año difícil e hicieron reír durante el encierro. ¿Cómo se hace para curar a esa gente?

Por Astrid Moreno García
| 28 de diciembre de 2020

Unas vacaciones que salieron mal, una palabra difícil de pronunciar, un mal día en el trabajo o el estrés de la paternidad o maternidad son algunos de los disparadores que llevan a la gente a entrar a WhatsApp, elegir un contacto —ya sea un amigo, un familiar o la persona menos indicada— y apretar el pequeño símbolo verde con un micrófono. Los segundos pasan, las palabras comienzan a brotar como cascadas y el tono de voz continúa elevándose hasta convertirse en un descargo, una catarsis, una risa histérica e incontrolable o en los insultos más hilarantes. Ese momento de ruptura del día y ese pequeño desliz se concretan al apretar el botón de enviar. En poco tiempo, todo el país puede ser testigo de un delirio pasajero o un desahogo personal muy común al cotidiano de tantos otros. Esa es la esencia de “Gente rota”, la serie de videos con animaciones de audios reales que explotó durante el 2020.

 

Detrás de estos títeres de píxeles están Gabriel Lucero y los cientos de audios que le llegan a través de las redes sociales. El bonaerense de 45 años toma prestadas las voces, reflexiones o descargas de la gente y las convierte en humor popular. Pero, sobre todo, tiene la capacidad de descomprimir los pequeños, o grandes, dramas cotidianos, que desde que inició la pandemia no hicieron más que acrecentarse.

 

Como sus personajes, el inicio de este proyecto audiovisual que le da de comer actualmente comenzó con un Gabriel roto. Hace cuatro años se había quedado sin trabajo y el demo que hizo con personajes de un cómic fue rechazado. “Tenía muchos personajes pero me faltaba un guion y todo lo que yo escribía no me gustaba, entonces para practicar el tema de la animación empecé a buscar audios de WhatsApp que en ese momento eran virales. También tomé audios de ‘Esperando la carroza’. Como no lograba escribir algo que me gustara y tampoco tenía voces o la capacidad para pagar actores me decidí a agarrar cosas clásicas y darles mi visión animada. El desafío era imaginarme qué había detrás del audio”, contó en una charla con Cooltura.

 

 

 

Así, entre los pedacitos de sus trabajos rechazados y sus ganas de crear nació “Gente Rota”, el nombre que lo siguió desde el primer momento. “Llegamos en un momento del día, del mes o del año en que nos rompemos o quizás así andamos toda la vida, rotos. Y es entonces cuando se nos salen los filtros y las inhibiciones y largamos todo en una catarsis. En WhatsApp es una especie de monólogo, entonces por ahí se dicen cosas que no se dirían cara a cara ni por teléfono. No hay filtros, las personas se van enojando y terminan diciendo cosas peores de las que pensaban y las mandan”, explicó.

 

El primer personaje, o mejor dicho, la primera representación de la vida real fue “la loca de Mar Azul”. Georgina se llevó los primeros reflectores y visitas a la página personal de Facebook de Gabriel. Se trataba de una furiosa veraniega a quien le robaron en sus vacaciones y, encima, la lluvia terminó de arruinar su estadía. Frustrada, la mujer se descargó con el pobre Fernando, el dueño de la casa que alquiló. Los “Me gusta” no superaban a los 100 usuarios, pero el diseñador tenía la casilla de mensajes explotada: más gente rota quería compartir sus desgracias con el mundo.

 

“Un día de casualidad me fijé los mensajes privados de la página y tenía como 200 audios que me había mandado la gente que vio mis videos. Me enteré tarde que había funcionado y también porque el boom fue en WhatsApp, se pasaban los videos por ahí. Yo no usaba esa red social”, relató Gabriel con una notable ironía. Mientras él se negaba a entrar a la virtualidad, sus personajes eran cada vez más famosos. “Me regalaron un celular, me obligaron a usarlo y después la corriente te va llevando a ver qué es, por eso me lo descargué”, remató.

 

A “la loca de Mar Azul” le siguieron la adolescente histérica, la abuela que no entiende de tecnología, la mujer cansada de los hombres, los padres agotados y los niños conflictuados. Los “rotos” cada vez eran más y sus problemas, cada vez más variados.

 

El creador categorizó: “Tengo personajes que encarnan ciertos estereotipos, como la señora que grita o se ríe, o la joven que es medio hueca. Cuando hay un audio que encaja en esas situaciones uso siempre la misma animación, porque trato de que haya un mundo aparte, que no sean caricaturas de la persona que habla sino que representen una cierta persona de la sociedad. Si pasan muchos días que no hay un audio que me inspire, suelo escuchar alguno y me imagino dónde va a estar o qué va a estar haciendo. Lo ideal es que el audio por sí solo valga, pero que con la animación le sume mucho más, no que sea solamente importante lo que se dice”.

 

El éxito fue tal que algunos de los videos superan los 10 millones de visualizaciones. Ahora el problema no es editar o el ingenio, sino elegir entre los hasta mil audios que le llegan a su casilla por día. “Escuchar y seleccionar el material es lo que más tiempo me consume. Es difícil porque ya no hace reír lo mismo que daba gracia al principio, hay cosas que están muy trilladas, temas con los que sé que no me puedo meter porque la gente se ofende mucho y eso pasa cada vez más. Mientras más viral, más expuesto estoy a que la persona se arrepienta del audio y lo tenga que bajar. Hay un montón de peros que tengo ahora y que no había al principio”, lamentó.

 

 

 

Cuando parecía que los personajes comenzaban a agotarse y que los problemas se volvían reiterativos, el 20 de marzo aparecieron dos nuevos: una pareja monótona y de mediana edad está sentada en un sillón frente al televisor. En él escucha al presidente Alberto Fernández anunciar la cuarentena obligatoria. Un nuevo mundo con gente más rota que antes acababa de nacer, justo cuando parecían no quedar más conejos escondidos en el fondo falso de la galera de Gabriel.

 

“Cuando empezó la cuarentena, me las vi negras. Pensé: ‘¿Qué va a pasar ahora que estamos encerrados? ¿Cómo lo voy a dibujar?’. Eran tantos los audios de cuarentena que pensé que sería como una especie de quiebre de todo lo que venía escuchando, iban a cambiar los problemas para ser mucho más comunes entre todos. El encierro nos unificó muchísimo. Entonces razoné que iba a ser como una gente rota exacerbada y me pareció que tenía que hacer eso. Era lo mismo, pero en el fondo no; siento que comenzó un proceso de cambio en la sociedad que se iba a tener que ver reflejado en los audios: quería ver cómo empezábamos y cómo terminamos, qué diferencia había entre los audios pre y pospandemia y cómo cambió la forma de hablar de la gente”, analizó Gabriel.

 

A partir de marzo, entonces, hubo un quiebre en el formato y los personajes principales fueron adaptándose a la “nueva anormalidad”, como él mismo la caracteriza. La anciana con teorías conspirativas, la ignorancia con respecto a las noticias sobre el coronavirus, los maestros, padres y alumnos estresados por las clases virtuales y los jóvenes arañando las paredes ante el encierro fueron los nuevos protagonistas.

 

Lucero niega ser sociólogo pero comprende que el éxito de su formato recae en que no solo la gente se entretiene o se siente identificada, sino que es participativo. “Todos piensan que en algún momento su audio se puede usar, entonces no es como un actor que interpreta un guion y la gente se puede reír o no. Están participando. Y, por supuesto, la identificación juega un gran papel”.

 

Como todo proyecto que triunfa en la Argentina, siempre están los desconfiados, quienes sacan ventaja o quienes quieren opacar el brillo de otros. “Todo el tiempo dudan de la veracidad de los audios, creo que es lo que más abunda, el no creer que sean reales y les encuentran mil peros. Antes se reían de todo, ahora no les gusta reírse de tal actitud, de esto o de lo otro, piensan que son guionados o que la gente los hace a propósito para que yo los use. Contra eso no puedo hacer mucho, yo elijo creer que son reales y trato de usarlos siempre y cuando me den risa. Yo no los armo, pero no puedo escapar a ese pensamiento que tiene la gente de que son falsos”, aclaró, resignado, Gabriel, quien prefiere pensar que los audios vienen de la espontaneidad de las personas.

 

Sin embargo, lo importante no es si los audios son ficticios o no, porque debajo de cada video hay miles de comentarios de personas que se identifican con los problemas que plantea Gabriel y que, por al menos un momento, se sienten un poco menos fisuradas, rajadas y resquebrajadas.

 

“Hay días que me levanto y pienso en cerrar la cuenta y hay días que pienso que no siempre va a aparecer un audio que sea inspirador. Soy bastante impredecible, no me ato a nada, así que el día que ya no me haga feliz lo voy a dejar y daré el salto que tenga que dar. Todos los días pienso en dejarlo porque termina siendo rutinario y uno también necesita innovar. Pero por ahora siento que tiene carretel aunque no puedo prometer que mañana diga lo mismo”, finalizó el más roto de los rotos.

 

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