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Tres mercedinos conocieron la comunidad Wichi desde adentro

Los viajeros apenas se conocían, pero fueron a Salta y se asombraron por las condiciones precarias en las que vive la comunidad.

Por redacción
| 15 de febrero de 2020

Lo que creía que habían sido unas vacaciones frustradas se convirtieron en algo enriquecedor. A Stella Maris Bonino se le canceló un viaje a la playa. Fue esa la razón que la llevó a decidir que el dinero que había ahorrado lo iba a utilizar para viajar a Salta y conocer la realidad de la comunidad Wichi. Publicó en Facebook su idea y tuvo varios "Me gusta" y comentarios, pero Juan Gallardo y Mabel Laferrara se ofrecieron a preparar el mate, cargar algunas mudas de ropa y salir a la ruta. Llevaron donaciones como alimentos, agua y medicamentos.

 

Juan y Mabel son marido y mujer. Apenas conocían de vista a Stella Maris por haber trabajado en el Centro Cívico, pero no en la misma dependencia. Sin embargo cuando el matrimonio vio la publicación en la red social no dudó en contactarse y ofrecerse para compartir la aventura.

 

La travesía duró 20 horas sin parar. Usaron un GPS para poder orientarse, pero dos contratiempos —perder la señal de internet y agotar las baterías de los celulares— hicieron que llegar a destino fuera más difícil de lo que imaginaban. Después de varios desvíos y con indicaciones de agentes de gendarmería dieron con el lugar esperado: Embarcación era el camino correcto para arribar a la comunidad.

 

Stella Maris había tomado contacto con una docente wichi que tiene un merendero y antes de emprender el viaje se había ofrecido para guiarlos y recibir sus donaciones. Al pisar la localidad salteña no pudieron comunicarse por la falta de señal, pero en ese momento consiguieron el número de teléfono de un médico de la comunidad. Finalmente pudieron dar con el domicilio del profesional para dejar la ayuda.

 

Para llegar a las viviendas debieron recorrer 50 kilómetros en camino de ripio, razón por la que viajaban a baja velocidad. “Mientras íbamos en busca de la casa miré para un costado y vi mucha vegetación, era un cordón de árboles y montículos de tierra, como un muro. Paramos el auto, nos bajamos, caminamos y subimos el murallón y del otro lado se veía todo un campo desértico, los árboles talados y todo deforestado. Después supimos que allí anteriormente estaba la comunidad, pero los corrieron. Fue triste ver eso”, comentó Juan, nostálgico.

 

Después de casi tres horas arribaron a la casa del médico Sergio Franco. Él no estaba, pero los recibió su hija.

 

“Pudimos ver las dos caras de Salta, la ciudad capital es hermosa con paisajes asombrosos, y unos kilómetros más alejado ves a la etnia Wichi”, dijo Mabel. 

 

Los viajeros recuerdan que les llamó la atención que las comunidades se mezclan y nacen mestizos. Hay casas de ladrillo y la de los wichi son toldos de maderas, de nylon, de frazadas y hasta de chapas. Los originarios viven descalzos, hacinados, se movilizan a caballo o a pie. Las casas están distribuidas en grupos de seis o siete. En cada vivienda habitan hasta once personas y el espacio es muy reducido. Tienen un comedor comunitario donde en cada sector comen todos juntos.

 

Las condiciones para vivir son precarias ya que no cuentan con luz, ni electricidad y para poder tener agua solo pueden llevar en baldes o recipientes desde las 10 a las 19. El líquido tiene un color amarronado, por lo que no es potable, pero ellos la beben, cocinan y la usan normalmente.

 

“Están muriendo chicos todo el tiempo. Perdés todo tipo de comunicaciones, no hay señal de celulares, no tenés nada. Hay un medico clínico para toda la etnia. Nosotros, por ejemplo, vimos dos mujeres embarazadas que nunca se hicieron un control porque el clínico no tiene los recursos para poder ver cómo está el bebé o cómo llevar el embarazo. A una le consulté de cuánto estaba y me dijo de 8 meses, pero su panza era chica, entonces le pregunté si todo estaba bien y me dijo que no sabía porque no se hizo ningún control”, recordó Laferrara con angustia.

 

Entre toda la descripción del viaje, los amigos afirmaron que les impactó la limpieza. No hay una bolsa de basura. Todo está impecable. “Son una sociedad patriarcal, las mujeres son las que trabajan en la casa, el varón lo hace afuera, es como que no les interesa lo que pase adentro. A los padres de los niños que están desnutridos se los ve sanos y bien alimentados. Las madres sí se saca la comida de la boca por sus hijos, mientras que el hombre en la casa no hace nada”, aseveró Bonino.

 

Los tres sacaron conclusiones distintas acerca del viaje. Para Bonino "es una decisión del Gobierno que estén así. Hay una ausencia, como que no son nuestros porque no hablan el mismo idioma". Mabel piensa diferente y sostuvo que "además de compartir sus vivencias, me enseñó a valorar lo que tengo, uno siempre se queja por algo", reveló. Mientras que el único hombre del viaje afirmó: "Nosotros tenemos todo, comunicación, luz y agua que es lo vital. No tenemos esos problemas, somos otro país", concluyó Gallardo.

 

 

 

 

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