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“Vivir con el dolor”, el después de la familia de Tamara Gómez

"Mis nietos preguntan por su mamá, me piden que se las baje del cielo y yo no sé qué responderles", expresó su madre, Cristina Avaca.

Por Astrid Moreno García
| 08 de marzo de 2020
Cristina, rodeada de cuatro de sus seis hijos. Ellos y sus dos nietos son quienes la ayudan a salir adelante. Foto: Marianela Sánchez - Video: Marina Balbo

En una calle perdida a las afueras de Unión, entre la tierra árida del sur puntano y la desolada inmensidad del campo, hay una pequeña casilla de no más de dos metros de frente y tres de largo. En ese monoambiente ocurrió un femicidio, el primero del pueblo integrado por 2.500 habitantes.

 

La manzana donde vivía Tamara Gómez es tranquila y poco transitada, la paz solo se interrumpe por algún auto ocasional o el ladrido de un perro. Sin embargo, el 15 de noviembre el sonido de dos disparos rompieron la calma.

 

Los pocos vecinos que tenía Tamara aseguran que allí es donde vivía “la chica que murió”. Pero Tamara no murió, a la joven, mamá de dos varones de 2 y 3 años, la asesinó de un disparo en la cabeza Ángel “El Salteño” Paz, su pareja y quien luego se quitó la vida con la misma arma calibre 38.

 

En el otro extremo, en el ingreso al pueblo, hay una casa rectangular color blanca, decorada por dos ventanas alineadas a los costados de la puerta de ingreso. Allí vive Cristina Avaca, de 42 años, y sus hijos, quienes van y vienen según sus obligaciones. Tamara era una de las mayores, solo superada por Marisol, de 23 años, y el primer hijo varón, de 22. A ellos les siguen Lorena, de 18, que vive en Catriel; Laura y María, de 15; y el niño más pequeño, de apenas 2 años.

 

 

 

 

 

Esa mañana, la mujer estaba sentada en un rincón del patio delantero de su casa, acompañada por tres de sus hijas y el más chico, que en el momento de la entrevista tiene una mamadera en la boca. “Me llamo Cristina Avaca, hago trabajo doméstico en casas de familia, soy separada y tengo siete hijos y dos nietos. Aunque ahora ya no soy abuela, sino que pasé a ser su mamá”, corrige con un gesto cansino, los hombros caídos y la mirada perdida.

 

Hace más de tres meses que Cristina se turna con el padre de sus nietos, producto de una primera relación de Tamara con otro hombre llamado Javier, para cuidarlos mientras ambos trabajan. “Ni él ni yo recibimos algún tipo de ayuda económica, ni siquiera puede cobrar la Asignación Universal por Hijo de los nenes”, lamenta la mujer, que cada vez que habla de su hija su voz se achica un poco, casi como un susurro.

 

“Ella se dedicaba al hogar y a los chicos. Tenía un carácter fuerte y renegaba de más, pero adoraba a sus hijos. Quizás la necesidad, la falta de una casa y de tener que ir de un lado para el otro con ellos le jugaba en contra”, describe Cristina y agrega: “Su ilusión era poder llevarlos al jardín, pero nada pasó. Ahora me preguntan por su mamá, el más grande me dijo el otro día que por qué no la bajaba y se la traía de vuelta. Ahí es cuando no encuentro respuesta”.

 

Pero el momento más duro para la familia de la joven es cuando los niños piden por Paz. “Le decíamos ‘Negro’, y ellos me preguntan por el ‘Negro’, incluso cuando ven una moto grande y roja gritan su nombre. No sabemos qué decirles, pienso que cuando llegue el momento habrá que explicarles la verdad”.

 

Sin embargo, por ahora, la verdad  sobre cómo ocurrieron las cosas ese día está confusa. Lo único certero para la familia de Cristina es que a Tamara la mató "El Negro”, a quien describieron como un hombre serio, de pocos amigos y retraído.

 

La pareja se conoció hace un año y medio en un boliche y al mes se pusieron de novios, según contó Marisol, la hermana mayor de Tamara. “Esa relación empezó con una mentira porque él le dijo que tenía 26 años, al tiempo ella se enteró de que en realidad tenía 38. Tuvieron una discusión ese día, pero Ángel nunca se mostró enojado o arrepentido por ocultarle la verdad”, dijo la joven.

 

 

“No entiendo por qué se la llevo así, con lo que me costó criarla. Es muy injusto estar sufriendo de esta manera"

 

 

 

Al poco tiempo, la pareja se fue a alquilar su primer departamento. “A partir de ese momento ella cambió su relación con nosotros, venía muy poco, solo cuando él se iba al campo a trabajar. Pero en el momento en que él llegaba era como si de repente no existiera nadie más para ella, incluso sus hijos, aunque él no le permitía descuidarlos”, remarcó Cristina, quien nunca llamó al femicida de su hija por su nombre.

 

Luego de dos meses de convivir comenzaron las agresiones de Ángel hacia la joven. “La había golpeado y al poco tiempo perdió un embarazo de cinco semanas. En ese momento él se encontraba en Salta. Ella estaba internada y decidida a terminar la relación para volver a empezar. Pero cuando él volvió de viaje, Tamara cambió de parecer y se fueron nuevamente a vivir juntos. Quisimos ayudarla pero nos dijo que no nos metiéramos”, recordó.

 

Sin embargo, a los quince días Paz volvió a violentar a la joven, quien decidió irse a la casa de su mamá con sus dos hijos. Esa fue la última noche que Cristina vio a su hija con vida. “Ese viernes a la mañana yo tenía unos trámites que hacer, así que me fui temprano. Tipo 8:30 él la pasó a buscar y se fueron al departamento para desalojarlo. Volví a mi casa como a las 12 y mi hija más chica me dijo: ‘La estoy llamando a Tami y no me contesta’”.

 

Cristina tenía que irse a trabajar así que llamó al padre de los niños para que los cuide mientras ella y Tamara no estaban. “Javier me dijo que hable con la Policía porque él conocía la situación que vivía mi hija y esa mañana, cerca de las 10, había recibido una llamada extraña y reconoció la voz de él. Le hice caso y los ‘milicos’ me dijeron que iban a ir hasta el domicilio para ver qué pasaba”.

 

Pero se hicieron las 16 y Cristina seguía sin tener respuesta. “Pasé por la comisaría y volví a preguntar, me dijeron que habían ido y que no vieron a nadie en la casa, pero que la moto estaba ahí. Fue entonces cuando les dije que si la moto estaba ellos también, porque él no iba a ningún lado sin ella”.

 

Cerca de las 17 la Policía volvió a ir al monoambiente. “Mi excuñado vino a buscarme y fue ahí cuando me enteré de lo que había pasado... Fue esa salida de ella para entregarle las cosas, ellos iban a dejar ese departamento”, lamenta la mujer, quien en ningún momento se anima a decir que a Tamara la habían matado.

 

“Nosotros sacábamos conclusiones de que quizás quien hubiese ido en ese momento, también lo hubiera matado. El arma tenía cinco balas, él estaba decidido a asesinar a cualquiera que quisiera ayudarla a ella”, dictamina una resignada e interrogante Cristina.

 

“Pienso que la primera vez que llamé a la Policía y les dije que fueran, quizás se podría haber hecho algo. La verdad es que yo no sé si fueron o no, ellos dicen que sí. Pero era una sola pieza chiquita con un bañito y los cuerpos estaban a plena vista, por ende siempre estuvieron ahí. Eso es lo que yo no entiendo, es una duda que me va a quedar siempre”.

 

Ahora, solo queda transitar el día a día y mantener vivo el recuerdo de Tamara en sus dos hijos. “No es una lucha que va a parar hoy, mañana o de acá a un mes, son años porque los chicos siempre van a preguntar por su mamá y es en ese momento donde hay que sacar fuerza para darles una respuesta. Me levanto todos los días, me pongo una careta, voy a trabajar y trato de mostrarme lo mejor que puedo, por mis hijas y por mis nietos”, concluyó.

 

 

Línea 144 - Atención a víctimas de violencia de género

 

Es gratuita, anónima, nacional y disponible las 24 horas del día, los 365 días del año.

 

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