Hace tiempo que el mundo de las ciencias políticas especula cuál sería el momento del traspaso del liderazgo global de Estados Unidos a China, de Washington a Beijing (por el poder político) y de Nueva York a Shanghái (por el poder económico). Bien parece que este momento ya ha llegado, según los especialistas.
Algunos vieron los Juegos Olímpicos de Beijing (2008), en especial su ceremonia inaugural, como un intento por parte de China de visualizar dicho relevo, pero no terminó de cuajar. Otros lo vieron más tarde, con la creación del Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras (2015), en contraposición con el sistema de Bretton Woods (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial), que durante décadas ha sido un pilar fundamental de la hegemonía estadounidense.
Con Barack Obama (2009-2017) y Xi Jinping parece que llegó una cierta tregua, y la confirmación de facto de un nuevo régimen bipolar que incluso podía tener efectos puntualmente positivos para la gobernanza global, como el pacto de los dos líderes sobre cambio climático que hizo posible el Acuerdo de París, también de 2015.
Pero con la llegada de Donald Trump y su “Make America Great Again (hacer Estados Unidos Grande otra vez)”, la aceleración de la lucha por este liderazgo global incrementó su velocidad y visibilidad. Los ejemplos más relevantes, hasta ahora, han sido la guerra comercial entre ambos países, con la Organización Mundial de Comercio (OMC) como rehén, y la batalla abierta sobre el control del 5G, con la polémica de Huawei en medio.
Pero de nuevo lo inesperado acaba precipitando grandes cambios. Y entre finales de noviembre y principios de diciembre pasado algo pasó en el mercado de Huanan, en la ciudad de Wuhan.
Parece ser que el 17 de noviembre se dio el primer caso de lo que acabaría trastornando al mundo. No fue hasta el 31 de diciembre que se comunicó a la Organización Mundial de Comercio (OMS) de un brote de “neumonía desconocida” en esa ciudad. El mercado de Huanan fue clausurado el 1º de enero. El 2 se confirmó el nuevo virus, entonces con el nombre SARS-CoV-2.
El 16 de enero Japón informó del primer caso, el 17 lo haría Tailandia y el 21, Taiwán y Estados Unidos.
El 30 de enero, la OMS declara la Emergencia de Salud Pública Internacional, el mismo día que Italia informaba su primer caso. Al día siguiente es España quien lo hace, al mismo tiempo que el virus ya está presente en la India, Rusia, Filipinas o Australia.
El 20 de marzo, mientras en la Casa Blanca o en Downing Street aún se flirteaba con el “negacionismo” respecto a la COVID-19, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China anunciaba un plan para apoyar a 82 países en su lucha contra este virus.
Dos semanas después, mientras el virus hacía estragos por los hospitales de las dos costas de Estados Unidos y el primer ministro británico es ingresado en una Unidad de Cuidados Intensivos, 18 países de África central y occidental ya habían recibido toneladas de donativos de material sanitario chino, y 17 más estaban a la espera de recibirlo en cuestión de días.
Pakistán, Corea del Sur, España o Italia son otros países que han recibido ayuda. En este último, la ayuda no fue solo material, también lo fue en expertos y personal médico.
La Rusia de Vladimir Putin también aprovechó las primeras semanas de la pandemia para jugar el papel de potencia, enviando personal militar a Italia —ante el silencio y bloqueo escandaloso de las instituciones europeas— o ayuda en material sanitario a su “amigo” Trump.
Pero todo indica que estas actividades de carácter más bien simbólico se han ido replegando conforme la COVID-19 avanza por Moscú y otras ciudades y regiones de la Federación. Turquía también lo intentó, respondiendo a la petición de urgencia de España a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), pero pronto cambió de política viendo cómo se deterioraba la situación en Ankara y Estambul.
Es demasiado pronto para evaluar el alcance total del coronavirus. De hecho, nadie puede saber a estas alturas cuál será la evolución y el impacto global de la pandemia, ni en términos de salud, ni humanitarios, sociales o económicos.
Las perspectivas no son buenas, preocupa también la incidencia incierta que puede tener en zonas del mundo con sistemas sanitarios deficientes, viendo cómo ha afectado a los países de renta más alta.
Pero todo indica que habrá un antes y un después en la gobernanza y en el liderazgo global. De nuevo la arbitrariedad de la historia precipita el cambio. Los estrategas, las agencias de inteligencia, los “think tanks” (centros de pensamiento) que hace años que debaten y conspiran desde Lagnley pasando por Georgetwon, Xijuan o Gouguan, no habían previsto lo que acabaría eclosionando en un mercado de provincias, en Wuhan.
Sin embargo, lo que sí parece bastante claro es que, en medio del drama, el mundo es testigo de un traspaso de relieve en la hegemonía global.


Más Noticias