15°SAN LUIS - Domingo 05 de Mayo de 2024

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Algunos no quieren y otros no pueden

"Carlovich fue el exponente borroso de toda una generación: los que no quisieron la fama". Foto: Internet.

La muerte del “Trinche” Carlovich, además de impotencia y nostalgia, trajo al presente la memoria de aquellos jugadores de los ’70 que eran como él: talentosos, líricos, queribles... e indolentes. Otro fútbol aquel pintado en sepia, que se disfrutaba más por El Gráfico del martes siguiente que por el vivo, que prácticamente no existía. Un panorama del que nos rescataba la radio con sus relatos mágicos.

 

Era una época de televisación limitada, casi inexistente. Para Buenos Aires, un partido los viernes a la noche por el viejo Canal 2, que transmitía desde La Plata y se veía bastante mal, con rayas e interrupciones. Después llegarían los goles, recién el domingo a la noche y más acá en el tiempo. Y del ascenso, donde hizo casi toda su carrera el "Trinche", nada de nada. La radio con alguna transmisión partidaria, o Rivadavia con el Negro Bullrich.

 

Carlovich fue el exponente borroso de toda una generación: los que no quisieron la fama. Apenas sí hay imágenes de ese grandote que —dicen los fanáticos rosarinos de Central Córdoba— jugaba como los dioses. Sus pasos intrascendentes por Rosario Central y Colón hablan de un muchacho al que no le gustaba entrenar más allá de lo necesario. Así, desperdició una carrera que asomaba prometedora. Aunque él no se mostró jamás arrepentido.

 

Hubo otros, más famosos, que también se quedaron en el “si hubiera…”. El Bambino Veira, quien quería ponerle un techo al cielo “para vivir siempre de noche”. O Daniel Willington, a quien los plateístas de Vélez recuerdan como el único que siempre buscaba la proyección de las torres de iluminación para jugar a la sombra en las tardes de calor. Genios con la pelota, pero con poco profesionalismo. Y eso en el fútbol se paga.

 

Estos ejemplos representan a quienes llegaron, pero podrían haber ido más allá con un poco de constancia y voluntad. Algunos ganaron más dinero que otros, pero quedaron lejos del estrellato por falta de durabilidad.

 

Después están los que sí llegaron, conmovieron a multitudes, ganaron títulos y hasta Mundiales, pero nunca pudieron zafar de su destino de pobreza, la misma que los acompañó en los primeros años de vida. Una parábola en la que también cayeron muchos boxeadores, entre ellos el “Mono” Gatica, para dar un ejemplo local.

 

El paradigma más claro es Mané Garrincha, el genial brasilero, socio de Pelé en el Mundial de Suecia de 1958 que ganó la verdeamarelha. Él inauguró el club de los “wines tan geniales como extraviados”. Los locos de la raya, imparables, indescifrables… pero incapaces de guiar sus vidas con el mismo talento que la pelota.

 

A Garrincha, tan ignorante que sus compañeros de selección le hicieron devolver una radio que había comprado en Estocolmo durante el Mundial “porque solo habla en sueco”, le siguieron dos wines argentinos de la misma estirpe. Uno de su época, Omar Orestes Corbatta, ídolo del Racing campeón en 1958 y 1961, antes de pasar a Boca por una fortuna. El otro, más acá en el tiempo, fue René Housemann, a quien no es casual que hayan apodado “El Loco”. Los dos jugaron siempre por la derecha en la época en la que los delanteros eran eso y nada más, nadie hablaba de “retroceso”, “volver con la marca” o “ventilar el medio campo”, sandeces de técnicos modernos.

 

Corbatta tenía problemas con el alcohol, e incluso una vez llegó borracho a un partido. Un baldazo de agua fría le permitió entrar a la cancha y marcar dos goles, así de bueno era el único jugador que se salvó del “Desastre de Suecia”, cuando la Selección terminó goleada por Checoslovaquia y volvió envuelta en el repudio popular. Un año antes había brillado en el Sudamericano como parte de los “Carasucias” que fueron a Lima y le pintaron la cara a Pelé y compañía.

 

Housemann tuvo más suerte, porque en los ’70 el fútbol ya tenía otra visibilidad y a él le tocó ganar un Mundial, el del ’78 en casa, amén de que ya la había descosido en el anterior, jugado en Alemania en 1974. De lo que no pudo zafar es de la pobreza estructural por decisión propia. Aunque Huracán le puso un departamento bien equipado cerca del club, él siempre prefirió volver a la villa en el Bajo Belgrano, al lado de la cancha de su Excursionistas querido.

 

Quizá allí siempre fue más feliz que entre los lujos a los que podía acceder por su habilidad. Pero el alcohol y el olvido hicieron mella en él, como en Corbatta, como en Garrincha. El "Trinche" no llegó ni por asomo a saborear las mieles del reconocimiento masivo, y es posible que nunca lo haya querido. Él también eligió su propio destino. Aquellos no pudieron, él no quiso.

 

Y que del fútbol glamoroso se encarguen Messi y Cristiano Ronaldo. Los románticos de la pelota siempre prefirieron ser fieles a sus orígenes con carencias, aunque en muchos casos haya dolido verlos terminar tan mal.

 

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