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Joaco, contenido por el amor de una familia en transición

Viven en Merlo y acompañan el cambio de género de su hijo. Roque y Martina crían a su niño trans. A los 5 años, eligió su nuevo nombre y lo hizo saber en el jardín.

Por Raquel Wolansky
| 06 de septiembre de 2020
Tres que se aman. Martina y Roque comenzarán los trámites para el nuevo documento de Joaquín.

 

Interpelan. Se plantan ante un mundo de adultos que se niega a verlos de la misma forma en que se niega a respetar a su colectivo. Desafían a una sociedad desinformada y cruel. Sacuden una educación atornillada a estructuras oxidadas y le reclaman a sus familias ser escuchados o escuchadas. Son las infancias trans, niñeces que tienen mucho para expresar, pero que necesitan como cualquier niño o niña amor y respeto.

 

Dos condimentos que Joaquín, de 7 años, tuvo la suerte de encontrar en su hogar, hoy una “familia en transición”, como describen su papá Roque Quilodrán y su mamá Martina Beredjiklian, oriundos de Buenos Aires y desde hace unos años, habitantes de Merlo.

 

“Bueno, son niños, juegan, son los estereotipos que consumen y dentro de eso puede pasar que se sienta más afín con uno o con otro”, se decía Roque ante las primeras señales de, en ese entonces, su hija Renata. “Remarcábamos mucho esto de que en esta sociedad los juguetes para niños y niñas suelen ser muy diferentes y unos parecieran más divertidos que otros, las propuestas son diferentes”, buscaba convencerse Martina. Pero las señales eran muy elocuentes, no le interesaban para nada los juguetes de nena, ni los vestidos, ni ninguno de los estereotipos que acompañan la crianza de niñas. Renegaba de su pelo largo y odiaba que le sacaran fotos.

 

Así fue como los fue interpelando,: Martina es trabajadora social, especializada en niñeces y adolescencias. “Cuando salió la nota de Gabriela Mansilla contando un poco el cambio de DNI de Luana me interesó muchísimo el tema, empecé a leer, me compré los libros, todo esto sin Joaquín aún, me fui involucrando en el tema porque me parecía responsable de mi parte informarme y no ser ignorante ante cualquier consulta que pudiera surgir. Y cuando Joaco empezó a tener diferentes manifestaciones era para mí inevitable pensar que podía llegar a tener que ver con esto, aunque uno siempre ve lejos de esta realidad. Era un recorrido mío que no compartía con Roque, porque era más de mi profesión”.

 

Para Roque fue diferente. Profesor de Educación Física, criado en una familia tradicional católica y en una generación donde estos temas no se hablaban, desconocía absolutamente la temática. “Crecí en La Matanza, viajé mucho porque entrenaba en Ramos Mejía y en el colectivo siempre veía a las compañeras ‘travas’ laburando en la calle, pero no era algo que estaba socialmente interpelado, entonces para mí siempre fue un escenario más del conurbano bonaerense, no conocía otras historias y menos de niños y niñas trans”.

 

“Desde ahí tuve mi proceso, buscando información, charlándolo con la mamá, hasta que percibí que Joaco lo decía muy claramente desde el cuerpo, desde el querer que se identifique algo en él que los adultos y adultas no estamos identificando”, cuenta Roque. Marca que fue un proceso largo, pero que nunca negó ni rechazó lo que estaba sucediendo. “Me parece que es la clave, no porque yo haya hecho algo elemental, sino porque me parece que es la forma de ir dando espacios y conocer diferentes cuestiones más allá de la vida de Joaquín, hoy”.

 

Así fue hasta que la “transición” llegó. Un día de clases en el jardín de sala de 5 levantó la mano en medio de la ronda, frente a maestras y directivos y comunicó sus novedades: “Soy un varón y desde ahora me llamo Joaquín. No me digan más Renata”.

 

 

 

Joaco hoy es alguien que está feliz. No tiene más excusas para no expresar su comodidad con la realidad (Roque)

 

 

 

 

Un después…

 

“El Joaco de hoy es un aparato, alguien que está contento y feliz. No tiene más excusas para no expresar su comodidad con la realidad. Creo que cualquier persona que está incómoda con la situación personal no expresa alegría y felicidad, y Joaco desde que se lo permitió el mundo adulto y la sociedad, esto de ser tan libre, lo expone con otra cara, otras ganas, otra intención de reflejarse en la sociedad. Antes no se sacaba una foto, se escondía atrás nuestro, eso cambió de manera radical porque se le habilitó poder ser lo que él quería ser”, describe su papá.

 

Y su mamá agrega: “Yo lo veo feliz, es más, nunca me había pasado antes de que me saque el teléfono y se tome selfies y ahora lo hace todo el tiempo, se filma, se muestra, me pide subir fotos a Instagram, quiere ser famoso, es totalmente otra persona. Ahí nos dimos cuenta de que íbamos por un buen camino, porque en la transición entrás como en un momento de incertidumbre donde no sabés si lo que vas a hacer está bien o está mal y te encontrás con un montón de gente diciendo qué tendrías que hacer. Cuando lo ves feliz, te das cuenta de que era por ahí, no te deja duda”.

 

 

 

En todas las escuelas a las que Joaquín asistió, desconocían la Ley de Identidad de Género.

 

 

La batalla cultural

 

Si bien Joaquín ha tenido una gran aceptación entre sus pares, con quienes en ningún momento tuvo inconvenientes, sus padres sí marcan una falta de comprensión e información en la parte educativa. Destacan las políticas de la provincia en cuanto a la inclusión de las diversidades, pero perciben una gran brecha entre lo que sucede en el territorio, o sea en la escuela.

 

“Si uno se pone a mirar específicamente la Declaración de los Derechos Humanos y la Convención de los Derechos de los Niños del año 1989, ambas tienen un principio muy claro que es del interés superior del niño. Pero como aún en Argentina se siguen vulnerando esos derechos se aprobó una ley nacional para las niñeces y adolescencias. Por su parte, San Luis como provincia adhiere a la Convención de los Derechos de los Niños y por ende al principio de interés superior del niño, además promueve una legislación propia provincial en torno a los derechos de las niñeces y adolescencias. A esto se le suma la Ley de Identidad de Género, del año 2012. Me parece que una cuestión es la batalla cultural que tenemos que dar, pero otra es la herramienta que todas las familias en transición tienen para poder reclamar los derechos que se les estuviesen vulnerando a sus niñes. Pero son dos cuestiones diferentes que tienen el mismo punto de encuentro que es la información y la desinformación”, considera Roque.

 

Y esta falta de información y desinterés por acceder a ella se vive en carne propia en las escuelas donde Joaquín ha asistido y donde en todas manifestaron desconocer absolutamente las normativas. Fueron ellos mismos quienes tuvieron que organizar charlas y capacitaciones para la comunidad educativa, con bajísima concurrencia de docentes de la escuela de su hijo.

 

“Lo primero que nos dijeron es que no sabían de la existencia de la Ley de Identidad de Género. Es importante aclarar que la normativa tiene tres carillas, no es algo imposible de leer. Mucho está en la voluntad política. Incluso nosotros tuvimos que empujar esta ley con un pedido de la Asociación Infancias Libres que nos ayudó a armar una nota hablando de la situación específica de nuestro hijo y pidiendo la necesidad imperiosa de poder hacer cumplir la ley en cuanto a lo administrativo, y fue eso lo que logró empezar a desoxidar los engranajes de la escuela”, remarca Martina.

 

Y Roque agrega: “Hay un abismo entre el acompañamiento que hace la provincia de San Luis, el acompañamiento que hace el Ministerio de Educación con una mirada totalmente inclusiva y con una perspectiva de género importante, con un Programa de Educación Sexual Integral y lo que pasa en el trabajo territorial. El Estado como garante de derecho está haciendo todo lo que tiene que hacer, pero no puede ser que un docente que está en territorio, en una escuela, no pueda dar ESI porque un grupo de padres le dice que ese día su hijo va a faltar. Es una locura”.

 

“Se siguen cometiendo errores y en estas cuestiones hay que aclarar que cuando hay un error hay una familia que se siente mal o un niño o niña que la pasa mal, más en esta época de aislamiento. Joaquín tiene la suerte de estar en una familia que por lo menos lo escucha, pero hay pibes y pibas que están en su casa con familias que no le responden de la misma manera y si a eso le agregás un desentendimiento de la escuela hay casos que llegan hasta el suicidio, por eso me parece que la situación es demasiado grave como para dar como respuesta que no conocían la ley”.

 

Los padres de Joaco cierran la entrevista anticipando que inician en breve el trámite de cambio de identidad para que su hijo tenga el DNI con su identidad autopercibida y manifiestan su deseo para el futuro de su niño: “Nos imaginamos, queremos y deseamos con toda nuestra alma que sea feliz, que dentro de 10 años pertenezca a un colectivo que tenga una expectativa de vida de más de 35 años que es la que tiene hoy, que no lo discriminen y no lo maten en una esquina porque es diferente. Deseamos lo que desea cualquier padre o madre para sus hijos o hijas, pero con esta situación deseamos lo mismo para él como para todo el colectivo al que pertenece, que puedan decir lo que sienten y que el mundo adulto empiece de una vez por todas a escuchar a las niñeces que se expresan de manera diferente”.

 

 

 

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