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Héctor "Cloroformo" Álvarez, a los golpes por la vida

Aprendió a boxear de la mano de su hermano. Fue pupilo de Salustiano Suárez y de Ernesto Miranda. Peleó en Chile y el sur argentino, pero su debut fue en San Luis. Su pelea con "Chiqui" Valenzuela. Se retiró enojado con los fallos.

Por Johnny Díaz
| 10 de octubre de 2021
Adiós. "Sentí que algunos fallos fueron injustos conmigo, por eso decidí dejar de boxear en marzo del '90". Fotos: Nicolás Varvara/ Gentileza

Héctor Álvarez fue un boxeador explosivo de la categoría peso liviano (61,200) con una pesada mano derecha, que le valió que Diolo Tissera —un entrenador de aquella época— lo bautizara “Cloroformo”. Supo brillar en la década del 80 en varios escenarios de Argentina y Chile. Hizo más de 30 peleas en el campo amateur y unas 14 en el profesionalismo. De ellas ganó 8, tuvo empates y unas pocas derrotas. Se alejó de la actividad enojado por fallos a los que, hasta el día de hoy, considera injustos en lo mejor de su carrera.

 

Álvarez comenzó a boxear a los 16 años en Bahía Blanca, donde solía viajar de vacaciones porque en aquella ciudad estaban radicadas sus hermanas. Hoy dice que había dos deportes que le gustaban: el ciclismo y el boxeo. Finalmente se decidió por el deporte de los puños a instancias de su hermano Juan Domingo, un boxeador profesional de la categoría medio-mediano con una dilatada campaña en Bahía Blanca, Trelew y algunas ciudades del sur de Chile. "Acá en San Luis era poco conocido, y cuando estaba listo para pelear con Abraham ‘Chiqui’ Valenzuela, la velada se suspendió”, recuerda hoy el expúgil sobre la historia de su hermano.

 

Y relata: “Tenía 16 años cuando me presenté en el Salón de los Deportes donde Piñero entrenaba a un grupo de muy buenos boxeadores: Oscar ‘Cachín’ Méndez, Carlos María Giménez, Juan José Giménez y ‘Cabecito’ Acosta, todos muy buenos. Algunos fueron campeones argentinos y practicaban en ese lugar, nunca imaginé dónde me había metido”.

 

Nacido en San Luis, Álvarez vive en el barrio Los Andes (Luis Jufré, Sucre, Martín de Loyola y avenida Centenario). En 1975 fue a pelear en Puerto Natales y Punta Arenas en Chile. Esas fueron sus primeras dos peleas. Hoy recuerda remotamente que su rival en Punta Arenas fue un muchacho de apellido Ampuero.

 

A su regreso hizo tres combates en forma consecutiva: Río Gallegos, Trelew y Bahía Blanca. "Estaba muy cómodo y me sentía muy bien en compañía de mi hermano y la gente me quería y me lo manifestaba, pese a mi corta carrera. Por esas cosas de la vida, volví a San Luis y me sumé al plantel de boxeadores que había en Sociedad Española, donde estaba de entrenador Salustiano Suárez, una excelente persona. Además era el entrenador José Alberto Vega, ‘El Pantera’ Casares, Abraham Valenzuela, Carlos Torres, Felipe Quevedo, Basilio Ocaña, ‘Monzoncito’ Fernández y el ‘Flaco’ Heredia. Yo venía de hacer dos combates en el extranjero y tres en el sur del país. Algo que me llamó la atención es que en Chile los amateurs peleaban a tres rounds de 3x1, acá en la Argentina no es así", recuerda.

 

En 1982, a los 20 años y recién salido del servicio militar, viajó a Bahía Blanca para reencontrarse con su hermano y hacer varias peleas en esa ciudad, Esquel y Puerto Madryn. Unos promotores lo llevaron a Chile nuevamente para pelear en Osorno y Valdivia, a esta altura de su vida era profesional con un muy buen futuro.

 

Héctor Álvarez, sin querer, se estaba transformando en un trotamundos del boxeo. Sus continuos viajes al sur del país así lo atestiguan. Tal vez lo era porque allá se sentía más cómodo o porque estaba muy cerca de sus afectos filiales. Y esa situación es muy importante para un boxeador.

 

Tantos viajes al sur del país hicieron que el sanluiseño fuera más conocido en esa zona que en su terruño. No obstante, José Alberto Vega, con quien lo unía una gran amistad además de compartir el gimnasio, lo llevó a pelear en 61,200 con un pupilo de Carlos del Grecco: Miguel Ángel Canedo, que estaba quinto en el ranking argentino. Canedo le había ganado a otro sanluiseño: Victorino García. "Fue muy linda pelea. Los jueces fallaron un empate, el público decía que yo había ganado. Un tiempo después, y a raíz de mi pelea con Canedo, volví a pelear en Sampacho con ‘Papi’ Díaz, —después fue campeón argentino—. Me ganó por puntos y se armó un lío bárbaro, nadie quería aceptar el fallo. Esa noche también pelearon Carlos Torres, ‘Nocaut’ Pérez, ‘Nube Roja’ Fernández y ‘Pinocho’ Muñoz", dice Álvarez.

 

Por aquellos años había boxeo en toda la zona y nunca faltaban oportunidades. En San Luis había un buen plantel de chicos que apuntaban alto: Tapia, ‘Condorito’, Nikittiu y Victorino García, entre otros.

 

"Tuve la suerte de que me llevaran a pelear en Mendoza con Mario Páez, a quien le gané por nocaut. Después fui a Carlos Paz para medirme con Carlos Laciar, el hermano de ‘Falucho’, pero tuvimos un duro inconveniente. La pelea estaba pactada en peso liviano pero Laciar era categoría gallo. Me hicieron bajar varios kilos en pocos días, estaba destruido y me ganó sin discusión, pero yo no estaba ni en un 50 por ciento de mi estado físico", admite el exboxeador.

 

"Cloroformo" señala que dejó de trabajar con Salustiano Suárez para hacerlo con Ernesto Miranda —tal vez el más grande boxeador de San Luis— en el gimnasio de La Merced. Con la conducción de Miranda, se presentó en Villa Dolores para combatir nuevamente con Miguel Ángel Canedo e hizo otra gran pelea.

 

Álvarez fue compañero de gimnasio del recordado José Alberto Vega, con quien entrenaba duro haciendo casi una misma rutina. "Cuando Vega fue a pelear con Juan Domingo ‘Martillo’ Roldán y con Arce en Corrientes, por el título argentino, yo le hacía de sparring y estaba programado de semifondo, pero tuve una infección bucal y mi pelea se cayó", recuerda.

 

Por esos años, Álvarez entrenaba en el Boxing Club San Luis de don Emilio Pintos, ubicado en Lavalle y Chacabuco, un reducto boxístico donde había buenos valores que después en alguna oportunidad fueron fondistas.

 

"En 1982 tenía todo listo para viajar a Trelew, pero con Juan Gauna teníamos una rivalidad deportiva muy linda que a la gente le gustaba. Peleamos dos veces. La primera le gané por nocaut, en la segunda fuimos semifondistas de José Alberto Vega y Juan Carlos Peralta en el GEPU y también le gané. La tercera fue en San Francisco del Monte de Oro, pero quedó sin decisión porque faltando poco para terminar se cortó la luz. Esa fue mi última pelea de la temporada en San Luis y regresé al sur", dice.

 

En Trelew Álvarez siguió cosechando éxitos. Lo convocaron para que fuera semifondista donde Miguel Ángel Sayago defendía el título frente a Mario Omar Guillotti. Esa noche también peleó Walter Matthysse, el padre de Lucas y Walter Ezequiel. La capacidad del Salón Municipal estaba desbordada, fue una velada inolvidable. Un promotor de Río Gallegos quería llevarlo a Chile para un par de peleas en Punta Arenas, Osorno, Puerto Natales y Valdivia. "Recuerdo que combatí con un campeón olímpico que me hizo estallar la nariz. Pese a estar en inferioridad de condiciones, le gané por nocaut en el tercer asalto. Los chilenos no lo podían creer, esa noche me bajé ovacionado del ring", dice "Cloroformo".

 

Héctor Álvarez vivió un año más en el sur argentino, pero decidió volver para ponerse bajo las órdenes de Salustiano Suárez nuevamente y peleó en Sociedad Española con Roque Bianco de Río Cuarto. "Estoy más que seguro que le gané. Los jueces me la dieron perdida, me quería morir, lo mismo pasó con ‘Chiqui’ Valenzuela. Esos fallos me desa-

 

nimaron un poco y hasta pensé en dejar el boxeo", dice. Se sentía desprotegido, pese al afecto del público que lo acompañaba y que los fallos no le favorecían, aunque hacía un buen papel arriba del cuadrilátero.

 

Álvarez era empleado de la Dirección de Agua, después de haber pasado por Vialidad Provincial. Quería dejar el boxeo, pero el boxeo no lo dejaba a él. Apareció Atilio Berra, en su casa del barrio Policial Nuevo, quien le ofreció un buen contrato pero tenía que radicarse en Villa Mercedes. Lo programaron en el Palacio de los Deportes con Sergio Víctor Palma, que ya había perdido su título de campeón mundial frente a Leo Cruz, pero la pelea a último momento se suspendió.

 

Fue el 9 de marzo de 1990 cuando debía enfrentarse con Rubén "Coqui" Traba en el Palacio Municipal, pero nuevamente la pelea se cayó. El visitante había sufrido la fisura de su mano derecha. "Regresé a San Luis y le dije a mi hermano que pararía por un año, que me tomaría un prolongado descanso para ver si mi suerte cambiaba. Mi hermano, que tenía mucha más experiencia que yo, me dijo: ‘Si abandonás, no volvés más’. Y así fue, nunca más pisé un ring".

 

Héctor está casado con María Cristina Barroso y tiene dos hijas: María Lucía, que trabaja en el Servicio Penitenciario, y Cecilia Andrea, profesora de Educación Física.

 

"No me fui mal del boxeo, pero hubo ciertas cosas y algunos fallos que nunca entendí ni los entenderé. Con Bianco, con Valenzuela, las dos suspensiones con Palma y ‘Coqui’ Traba fueron quitándome las ganas de ir al gimnasio. El boxeo me dejó muy buenos recuerdos, amigos que nunca me abandonaron y el reconocimiento de la gente. Cuando no peleaba me dedicaba a la albañilería con David Sosa, de El Chorrillo. Trabajo nunca me faltó, y pese a todo soy un agradecido de la vida", dice.

 

"Dejé de ir al gimnasio molesto con los fallos. Hoy, 30 años después, sigo diciendo lo mismo, esos fallos me perjudicaron para siempre, me sacaron del circuito de un deporte que llevo en la sangre", reconoce.

 

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