16°SAN LUIS - Martes 23 de Abril de 2024

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La leyenda fue a reunirse con los mitos de las historietas

Mi compañero Gonzalo Calderón puede ser pesado como té de ajo. Pero metió esa pasión por Robin Wood, y por una vez, me permití escucharlo. Hablamos de lo que un humilde paraguayo dejó como legado en la historieta argentina. Dago. Nippur de Lagash. Gilgamesh. Savarese. Pepe Sánchez. Y más. El escritor fue como las canciones de Los Abuelos de la Nada. Eterno.

 

Siempre fue especial. “Tino” nació en la Colonia Cosme, un pequeño poblado agrícola ubicado en el Departamento de Cazzapá, en el sudoeste de Paraguay, el 24 de enero de 1944. La vida le dio sangre celta pero corazón argentino.

 

Vivió de prestado entre sus estadías en Paraguay y Buenos Aires. A pesar de su falta de educación, logró tener un gran bagaje cultural que luego le permitió crear las historias fantásticas más enormes que algún argento pudo contar. Fue obrero, se ensució en la rutina de la fábrica hasta que empezó a tirar los primeros guiones en Editorial Columba.

 

Tuvieron que inventarle un seudónimo por su prolífica tarea. La gente no iba a creer que un tipo contase cientos de historias todas las semanas. Y a Wood le importaba poco el qué dirán de sus colegas. Quería escribir. Esa era su rutina, la misma que al cobrar un cheque de Columba, iba al barcito del frente a comer a modo de “festejo”.

 

No esquivaba ningún género. Escribía historias violentas centradas en un héroe y pasaba relatos románticos sin problema. Le salían como los tiros libres a Messi.

 

Viajó. Sus aventuras comenzaron primero en su cabeza, fue la forma que tuvo de recorrer el mundo. Con el tiempo, el destino le dio la oportunidad de conocer esos sitios que había recorrido en sus pensamientos.

 

Vivió entre Asunción, Barcelona, Copenhague y Buenos Aires y en el sur de España. No eran épocas de internet, aun así, seguía mandando sus escritos por correo convencional. No paraba.

 

Escribir sobre la muerte de Wood es duro. Como una pérdida familiar. El sentimiento de saber que tenés que dejar ir algo que te acompañó gran parte de tu vida. Físicamente no va a volver, pero están los recuerdos, los que permiten recordar a las personas.

 

Las lágrimas no son de tristeza, son las de alegría por haber recorrido la antigua Sumeria junto a Nippur o compartir los pensamientos del Rey Gilgamesh. Wood se fue en la madrugada del lunes pasado. Con él se fue el padre de las historias.

 

Así fue, una pena muy grande para todos los amantes de las viñetas. Porque Wood no solo fue un escritor, fue un soñador y con sus paisajes permitió viajar a miles de argentinos que no podían acceder a un boleto. Se fue una leyenda. Pero dicen que los mitos se mantienen de por vida. Wood es inmortal como Gilgamesh.

 

Y ahí está Wood, en mi biblioteca.

 

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