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Adela Argentina Ortiz: cincuenta años dedicados a la salud

Comenzó como un hobby y se convirtió en su profesión. A punto de cumplir 50 años de enfermera, recuerda sus inicios y lo difícil que fue. Una mujer para quien colocar inyecciones es un sacerdocio.

Por Johnny Díaz
| 21 de marzo de 2021
Adela Argentina Ortiz. "Hace 50 años comencé a colocar inyecciones en mi familia. Después me capacité. Hoy estoy orgullosa del lugar que ocupo". Foto: Marianela Sánchez.

En 2011 fue destacada en el Día de la Mujer Sanluiseña y en 2020 recibió la distinción de "Alma de la Puntanidad", que entrega el Concejo Deliberante de San Luis. Dos distinciones que sellaron la trayectoria profesional de Adela Argentina Ortiz, quien este año cumple 50 años con una noble profesión: enfermera.

 

Adela nació en Capital Federal y hasta los ocho años vivió en la ciudad de Caseros. A esa edad su tía, quien no tenía hijos, la trajo a San Luis.

 

Dice que todo comenzó como un hobby. Su abuela, Adela Barzola de Ortiz, era asmática y por las noches se hacía muy difícil conseguir una persona que atendiera los requerimientos de esa enfermedad.

 

"Mi historia se resume a partir de la salud de mi abuela, necesidad de urgencia por lo que dije anteriormente: el asma. Eso me llevó a estudiar enfermería. Hoy digo que fueron años maravillosos, plenos de satisfacciones de la vida", cuenta.

 

"Empecé en 1967, fui a la Cruz Roja y después me inscribí en el Policlínico Regional. Al tiempo comenzaba mis estudios con las licenciadas Carreño, Anzulovich y Wanca, de quienes conservo hermosos recuerdos de cuando salíamos a distintos lugares de la provincia haciendo viajes de prácticas. Cuando me recibí, viajé a Buenos Aires a seguir mis estudios en la universidad y me capacité en varios congresos, como también en Córdoba. Fue muy enriquecedor, yo apostaba a poder trabajar por cuenta propia, me quería independizar, ese era mi objetivo", relata Adela.

 

"Tuve el honor de conocer a grandes profesionales de la medicina en el Hospital Clínicas de Buenos Aires y en la Universidad de Córdoba. Fueron años en los que coseché mucha experiencia. Una vez que me recibí, me presenté en Salud Pública de la Provincia de San Luis, donde era director el doctor Palumbo, para iniciar los trámites e instalar mi propio inyectatorio. No me lo permitió por ser muy joven, tenía 21 años."

 

 

 Trayectoria. El inyectatorio es uno de los pocos en la provincia de San Luis que sobrevive.

 

 

Mientras tanto, atendía en su casa, de Abelardo Figueroa al 634 del barrio Sosa Loyola, vivienda que el mismo vecindario convirtió en una casa de primeros auxilios. "Era una necesidad generalizada por esos años".

 

"En 1972, trabajé en un inyectatorio de la calle Ayacucho al 900, propiedad de Cecilia, una enfermera con mucha experiencia. Ese mismo año tuve la suerte que el doctor Alfredo Augusto "Pilo" García Garro, reconocido médico sanluiseño, me 'apadrinara'. Recién ahí pude abrir las puertas del inyectatorio en la calle Belgrano al 910, donde estuve más de 10 años".

 

Y agrega: "Pero la dueña había decidido vender la propiedad y me mudé a la calle Ayacucho al 519, propiedad de unos tíos, pero no cambiamos el nombre por su trayectoria en el medio. Hasta que con Antonio, mi marido, logramos comprar esta propiedad, donde nos radicamos definitivamente (en la calle Chacabuco)".

 

Evocando aquellos años, manifiesta: "Fue lento el proceso de reconocimiento de la gente, como también el crecimiento de mi local. Primero compré un par de sillas y fui montando mi inyectatorio con mucho esfuerzo y sacrificio, nada me fue fácil. En ese local pasé años muy lindos, llenos de recuerdos y enormes satisfacciones. Me hice de grandes amigos y de muchos pacientes. El inyectatorio marcó buenas propuestas de trabajo y responsabilidad; firmamos contrato con Dosep, gremios y prepagas, lo que nos obligó a contratar varias enfermeras. Además, hice reemplazos en Pami y Dospu, entre otros".

 

Adela dice que también trabajó en el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS), junto a los doctores Agustín "Tinzo" Montiveros, Beltramino, Martínez, Rivarola, Teresita Argüello y otros más "que siempre lleva en el corazón". Le ofrecieron, junto al doctor Domínguez de Mendoza, un gran profesional de la medicina, brindar charlas en la Universidad Nacional de San Luis: "Eso fue otro orgullo para mí", dice. En noviembre de 1995 participó de las Primeras Jornadas de Enfermeras del Mercosur realizadas en la Universidad de Buenos Aires, en la Facultad de Medicina y en la Escuela de Enfermería.

 

Adela recuerda con gran cariño la visita de alumnos de jardines de infantes de distintos colegios, a quienes las maestras les enseñaban cuál era la actividad de una enfermera.

 

Ortiz dice que con el afán de aumentar sus conocimientos, instaló el inyectatorio Fleming en la calle Urquiza 145, en la ciudad de Córdoba. La idea era solventar los gastos de su carrera como instrumentista. "Fue algo que no pude lograr y tuve que regresar a San Luis", admite.

 

"En la vida no todo es como uno quisiera, pero siempre hay segundas oportunidades: una de ellas fue el ofrecimiento de YPF para trabajar en el sur argentino y la otra era viajar a Italia para continuar mi carrera de enfermera allá. También recibí una invitación de la Universidad de Cuba para participar de un congreso sobre enfermería, pero no pude viajar porque la vida a veces nos reserva cosas más importantes: estaba embarazada de gemelos, hermosa sorpresa de la vida. Hoy, 32 años después, son profesionales de Derecho. Nuestra satisfacción es que nunca hubo ausencia de padres y se les transmitieron valores con libertad y conducta", manifiesta orgullosa.

 

"Debo recordar que por acá pasaron ministros, funcionarios, deportistas, músicos y actores. No eran épocas de fotografías, pero algunas tenemos para recordar. Una de ellas fue la de Cristina Lemercier, quien festejó en nuestra casa su cumpleaños, acompañada de todo el elenco de la obra que hacía en San Luis", cuenta.

 

Adela abre el baúl de los recuerdos. Su simpleza y transparencia hacen que piense cada palabra y no deja nada librado al azar: "Mi primera paciente fue una señora de apellido Hodara que vivía en la calle Ayacucho, cerca del inyectatorio. Siempre me consideré una persona con mucha responsabilidad, mi trabajo así lo amerita".

 

Adela agrega que nunca hizo mucha publicidad de su trabajo. "Lo mejor siempre fue el boca a boca de los pacientes; ellos engrandecieron e hicieron reconocido este inyectatorio, y siempre tuvieron y tienen la prioridad".

 

 

 Junto a Antonio Suárez. El papá de sus hijos, los gemelos Jorge Antonio y Javier Antonio.

 

 

"En esta profesión, muchas veces hacemos más de psicólogos que de enfermeros, prestamos nuestro oído un rato. Quien viene se descarga de sus tensiones y miedos que trae de la calle. Les sirve de terapia desahogarse. Les dedicamos un buen tiempo, aprovechamos y charlamos un rato, y eso hace que nos tengan mucha confianza".

 

En relación a su trabajo en épocas pasadas, cuando todo era más difícil y muchas veces complicado, Adela dice: "Toda mi vida hice domicilios, es un trabajo en el que se debe hacer un gran esfuerzo. Mi marido (Antonio) nunca dejó de visitar pacientes, pero ya no lo hacemos más, estamos grandes y agotados".

 

Nunca concurrió a ninguna clínica ni sanatorio a colocar inyecciones, aunque se lo pidieran: "Lo considero falta de respeto a la institución y a mis colegas, no soy invasora, me parecería violento, me debo a la profesión", dice.

 

Hace muchos años, el doctor Agustín "Tinzo" Montiveros, acompañado de las doctoras Rivarola y Sasiaín, la invitaron a sumarse al SNIS. "Lo hice, fueron unos seis meses, no podía con todo y renuncié. También pasé por la Sanitaria y el Hospital San Luis, pero no era lo mío".

 

 "Cada día hay menos inyectatorios, no solo en San Luis sino en otros lugares también. Con mi marido intentamos abrir sucursales en algunos puntos estratégicos de la ciudad, pero nadie se quiere comprometer. Está todo muy difícil. Siempre trato de inculcarles a las enfermeras más jóvenes que hagan el esfuerzo, que es una linda profesión independiente y llena de satisfacciones, pero no hay respuesta valedera", entiende Ortiz.

 

 

Seriedad. "Nos caracterizamos por brindar un buen servicio con el que el paciente se sienta bien".

 

 

Adela es una mujer eternamente agradecida por la confianza que en ella depositaron. "Guardo recuerdos imborrables de niños, niñas, adultos y adultos mayores. Ver a esos niños que hoy son padres, quienes me traen a sus hijos, es una emoción incomparable y me llena de orgullo".

 

"Mi agradecimiento especial a Norma Zarandón, Gladys Medero, Teresita Britos, Mirta Naranjo y Petrona Coria, quienes se encargaban de la limpieza. Por distintas razones ya no están conmigo, pero las llevo en el corazón y siempre tengo presente lo bien que trabajaron. Sería injusta si no agradeciera a Zulema Rodríguez Saá y Agustina Gatto, dos grandes personas".

 

Adela dice que su vida ha sido positiva en todo aspecto: "Gracias a Dios tuve y tengo una gran familia. Nuestros hijos Jorge y Javier, mis hijas del corazón Silvia y Sandra, Agustina (esposa de Jorge), mis nietos Ana Julia, Juan Martín, Romannella, Luciana y Agustín y mi bisnieto Iñaki son mis soles".

 

"Por último, quiero destacar a mi compañero de vida, Antonio, por todo el esfuerzo en organizar, administrar y contener nuestras relaciones familiares y profesionales", sentencia Adela.

 

 

Redacción / NTV

 

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