SAN LUIS - Martes 01 de Julio de 2025

SAN LUIS - Martes 01 de Julio de 2025

EN VIVO

La villamercedina que no pertenece a ningún lugar

La escultora decidió vivir en la constante sensación de sentirse extranjera en todos lados. Tal vez colabore con eso el hecho de tener obras en muchas partes del mundo, pero ninguna en su provincia natal.

Por Astrid Moreno García
| 03 de mayo de 2021

Manos que nacen de la tierra escarbando por salir a la superficie y mujeres con pesadas mochilas en sus hombros que se enfrentan a escaleras empinadas y riscos vertiginosos. Así siente Nora Valdez la vida del inmigrante y los desafíos que enfrenta cada vez que se muda de país. Esa misma emoción refleja en sus esculturas la artista puntana, que dejó su huella en plazas, parques, monumentos y museos de quince países de todo el mundo.

 

Nacida en Villa Mercedes y con una inquietud por el dibujo desde pequeña, a los seis años sus padres, motivados por el gran interés que mostraba su hija por la pintura, decidieron inscribirla en una escuela de arte. “Durante esos años aprendí técnicas que uso hoy en día. A los 19 decidí irme a Buenos Aires porque quería seguir trabajando en la pintura. Estuve dos años y conseguí una beca en Italia, en Perugia. Junté un poco de dinero y me fui”, relató Nora en una charla con Cooltura. En ese momento empezó su verdadero viaje que la llevó a diferentes países como España, en donde conoció el amor a primera vista.

 

En un café español, rodeada de sus colegas, la en ese entonces pintora aceptó un reto de unos escultores que afirmaban que trabajar con mármol era mucho más agotador que hacerlo con el lienzo y el pincel. Motivada por su espíritu de rebeldía y autosuperación, por primera vez sostuvo un cincel en una de sus manos y un martillo en la otra y comenzó a picar un trozo de roca firme y tersa. “Fue en el '85 y me enamoré instantáneamente de la piedra. Tenía 22 años y el resultado fue impensado, los propios artistas que me habían desafiado me invitaron a formar parte de su taller. Desde ese momento me dedico casi exclusivamente a esculpir, de vez en cuando incorporo algunos dibujos en mis muestras pero hago todo en piedra”.

 

Tallar es un trabajo duro, el constante contacto con los bordes filosos, fríos y rígidos del mármol y la lucha continua, pero adictiva, de la artista contra su naturaleza amorfa en busca de un sentido y una forma le dan sentido a su arte. Lograr suavizar los trazos es un gran desafío que deja la piel de Nora constantemente marcada a causa de los encuentros y desencuentros, tanto artísticos como físicos, de su piel con el frío material. “Una mínima desviación en la inclinación del cincel te puede generar un moretón”, dijo la artista, para enfatizar la precisión y el ojo casi clínico con el que hace sus obras.

 

A los pocos años, la villamercedina abandonó el Viejo Continente y se mudó a Estados Unidos, desde donde viaja intermitentemente a distintos países de Latinoamérica para retratar la cultura nativa o inmortalizar sus obras en alguna plaza local.

 

“Es una carrera muy solitaria, porque al final dejas todo para hacer arte. La verdad es que sufrimos bastante. Hay meses en los que estás mejor que otros pero por suerte yo he conseguido mantenerme toda mi vida con mi arte. Trabajo de eso, vendiendo y con comisiones, algo que es bastante complicado incluso hoy en día”, dijo Nora, con una tonada entre italiana y norteamericana, atenuada, aún presente, por el acento puntano, del cual asegura no poder deshacerse a pesar del paso del tiempo.

 

 

 

Esta soledad la llevó a comunicarse a través de sus obras y es mediante ellas que da mensajes a la sociedad. “Siempre tuve esa inquietud de decir cosas con el arte. Me gusta representar a la gente, retrato mucho a la mujer trabajadora. Mi mensaje es de unidad y de tratarnos con amor y, sobre todo, con respeto”, explicó la artista. Y ejemplificó: “Acá en Estados Unidos hay bastantes problemas con el racismo y los inmigrantes. Somos todos seres humanos, y si bien tenemos distintas culturas y vivencias, prácticamente la base es la misma. Es por eso que trato de darle una plataforma y un espacio a través de mis muestras para que se pueda hablar del tema y que no quede en el olvido”, justificó.

 

Una de las particularidades de las esculturas de Nora, además de que en su mayoría recrea a mujeres, es que no tienen un rostro definido. “Una vez fui a China a hacer una obra muy grande y me preguntaban si iba a hacer a mis personajes con rasgos asiáticos, la gente tiene eso de querer marcar una identidad, de dónde vienen y cómo son. Yo dije que no y desde entonces no les hago rostros a mis personajes, sino más bien algunos movimientos o rasgos genéricos”.

 

El año pasado Nora tenía varios proyectos, como una exposición que finalmente realizó en marzo de este año, y un viaje a Francia para realizar una muestra. La escultora lamentó las cancelaciones de muchas de sus actividades y dijo que los artistas necesitan audiencia. "Al no tener eso es como que nos cortan todo”.

 

Sin embargo, lo que más le afecta es la pérdida de su labor social. “Hago mucho trabajo con la comunidad, salgo a los barrios y hago proyectos culturales. Me gané una beca para ir a dar clases en hospitales con gente que tiene cáncer, Estados Unidos tiene las instituciones más grandes dedicadas exclusivamente a esta enfermedad. La idea era darles talleres en persona y enseñarles cómo hacer esculturas, pero se fue posponiendo por el tema de la pandemia, más teniendo en cuenta que es gente muy vulnerable al virus”, relató la artista.

 

La única solución viable que encontró fue la virtualidad y el dictado de clases por Zoom, algo que describió como impersonal, una cualidad que jamás debe asociarse con el arte. A Nora le gusta enseñar a través de la calidez del contacto humano, un aprendizaje que tomó de sus tantos viajes a Perú cuando fue a trabajar junto con la comunidad Quechua. Allí la artista planteó un cambio de paradigma en el uso local de los elementos que tomaban de la naturaleza. “Les enseñé a usar sus piedras no para artesanías sino más bien con la mirada puesta en hacer arte”, fundamentó.

 

A cambio, y sin quererlo, las integrantes del pueblo originario le brindaron otro enfoque a sus trabajos, un cambio de mirada, el de la mujer campesina. “Durante doce años volví anualmente a la comunidad. Ahora tengo mucha influencia de las paisanas que se ven en algunos detalles de mis obras, como en las manos de los personajes”, detalló.

 

Más de un centenar de países del mundo tienen en sus plazas, museos o parques inmortalizados el paso de Nora por ellos. La única excepción, y la más insólita, es en su provincia y ciudad natal. “Siempre que voy a un lugar nuevo se sorprenden al escuchar que en San Luis no hay ninguna obra mía. Vuelvo todos los años, a excepción del año pasado, en el que no estuve por razones obvias, y siempre está la idea de que haga algo pero nunca concretamos ningún proyecto”, lamentó.

 

Quizás la obra más grande de Nora no se pueda delimitar a un espacio geográfico específico, ya que no necesita hacer un monumento en alguna plaza reconocida de la provincia para mostrar su puntanidad. El mayor patrimonio cultural que le deja a San Luis es el de haber plasmado su arte en una docena de lugares a miles de kilómetros de casa.

 

 

LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Temas de nota:

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo