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Antonio "Tuco" Rivarola: un telegrafista de oficio y empeño

A los 83 años, cuenta su vida como empleado del Correo Argentino. Nació en Luján y tuvo varios destinos laborales. Recuerda a sus amigos, compañeros de trabajo y a quienes lo ayudaron. 

Por Johnny Díaz
| 09 de mayo de 2021
"Ingresé al Correo a los 14 años como mensajero, y estoy orgulloso de todo lo que hice en mi trabajo", destaca Tuco Rivarola. Foto: Martín Gómez.

Antonio “Tuco” Rivarola nació hace 83 años en la norteña localidad de Luján, San Luis. Allí fue alumno de la Escuela N° 50 “Eulalio Astudillo” y terminó sus estudios primarios cuando tenía 14 años.

 

A esa corta edad buscaba un trabajo que le generara algunas monedas para su sustento y no dudó en ofrecerse para limpiar un terreno, propiedad de don Benito Filemón Albarracín, jefe de la oficina de Correo en aquella localidad.

 

Albarracín, al ver el empeño que el joven ponía en su trabajo, le preguntó cuántos años tenía, si había terminado los estudios y si quería trabajar como mensajero en el Correo.

 

 

 

Su alegría no tuvo límites ante la propuesta y al día siguiente presentó todos sus datos que, a través de Albarracín, fueron enviados a la cabecera en San Luis del Correo Argentino.

 

Don Tuco lo recuerda así: “A los 15 o 20 días me citaron para que viniera a la capital. El jefe era Lorenzo Silva Roldán, una grandísima persona, que me mandó a hacer todos los estudios de salud y quedé como mensajero en Luján, el 27 de febrero de 1952”.

 

 

 

Con el tiempo ascendió en su puesto y de mensajero pasó a ser guardahilo. Ese oficio lo ejercían quienes usaban una bicicleta o un caballo para moverse y se dedicaban a reparar los cableados, los aislantes cortados por fuertes vientos, ramas, tormentas o algún rayo. El hombre tenía un recorrido que abarcaba Luján-Quines- Luján-Leandro N. Alem.

 

Don Antonio recordó que así estuvo hasta los 29 años: "Estaba casado y tenía dos hijos, Estela Mary y Jorge Darwin, cuando fui trasladado a Villa Mercedes. La verdad, no me sentía cómodo, estaba muy decaído, mis hijos extrañaban Luján. Para colmo tuve un accidente en moto y decidimos que mis hijos regresaran a mi pueblo y vivieran con sus abuelos. Yo seguí un año más en Villa Mercedes”.

 

Rivarola dice que las rutas eran de tierra y cuando llovía se tornaban intransitables. Algo parecido ocurría con la ruta 7. Para colmo, las dificultades del transporte eran notorias, más para ellos, que tenían que hacer combinaciones. "Menos mal que una señora amiga de la familia viajaba seguido a Villa Mercedes y eso nos facilitaba el reencuentro con mis seres queridos, siempre se lo agradecí", acotó Tuco.

 

Sus deseos eran regresar a Luján o volver a San Luis, pero no había traslados. Era muy difícil, hasta que en 1969, el dirigente sindical Alejandro Spagnuolo hizo las gestiones en Buenos Aires y volvió a la capital puntana.

 

 

 

"Alquilé una casa y me reuní plenamente con mi familia, estábamos felices, ya estaba habilitado el nuevo edificio de la avenida Illia (había sido inaugurado por el gobernador Alberto Domeniconi) y mi trabajo era igual al que desarrollaba en Mercedes", sostiene.

 

Rivarola cuenta que un día llegó a San Luis el nuevo jefe de distrito, Marcos Ezequiel Hernández, un sanjuanino que lo comisionó al interior de la provincia, como jefe de delegación. Estuvo en tres oportunidades en Villa Reynolds, dos en El Morro, donde soportó intensos fríos. "Ahí trabé amistad con Leoncio Chavero, del paraje Los Guanacos, empleado de una estancia propiedad de Margarita Perkins de Anchorena. También pasé por Las Chacras y estuve un tiempo en San Martín".

 

"Tenía un Ford modelo 54 que antes había sido del gobernador Domeniconi y aprovechaba para llevarme una cama. Era muy duro, vivía en pensiones o algo similar, volvía a mi casa en San Luis cada 10 o 15 días. Cuando podía, me hacía una escapadita”, puntualiza Rivarola. "Ser jefe en el Correo era muy importante. Para la gente del interior éramos muy respetados y queridos, nos daba cierta identidad, pero los grandes fríos y estar lejos de la familia hacen que todo sea muy duro".

 

 

 

Antonio rememora que en 1983 era jefe en San Martín y lo mandaron a llamar de San Luis. "Volví como castigado, pero nunca se aclaró la causa, al jefe de despacho no le caí bien, aunque regresé gustoso porque estaría con mi familia. Ya tenía la categoría de telegrafista y con esa condición me designaron jefe en la sucursal de La Toma. Era un lugar señalado como uno de los peores por los cuatro empleados que había. Pero nunca tuve problemas con ellos ni con nadie. Estuve un año, regresaba a mi casa los fines de semana. Ya me había comprado un Fiat 1600 y antes había tenido un 1500. Seguí acá en San Luis y en 1995 me jubilé”, relata.

 

En medio de la charla, aclara que el Correo Argentino tiene muy marcadas las divisiones. Una es la postal (correspondencia y encomiendas) y la otra la telegrafía. Y admite que "para ser jefe de una sucursal hay que ser telegrafista, eso facilitaba mis continuos traslados. Yo me beneficiaba no solo por el sueldo sino también por los viáticos que recibíamos".

 

"Correo Argentino tenía el monopolio postal del país, acá en San Luis había dos sucursales, una en avenida Justo Daract antes de Almirante Brown y la otra en Caídos en Malvinas y La Rioja", comenta.

 

“Ser telegrafista es conocimiento puro. Ser un profesional no se trata de apretar una tecla, hay que saber entre otras cosas el Código Morse, que está bien descifrado. Por ejemplo una T es una raya, la S son tres puntos, la O es otra raya. Otro ejemplo, un SOS se compone de tres puntos, una raya y tres puntos y así sucesivamente. Es una hermosa tarea que obliga a estar siempre concentrado”, resume el hombre de Luján.

 

 

 

Antonio Rivarola dice que su profesión le dio un sinfín de amigos y reconocimientos: "La plata va y viene y si yo tuve algún dinero lo invertí en mi casa. La compré en unos quince millones de pesos. Cuando vino 'El Rodrigazo' nos ofrecían saldar la deuda o nos indexaban, seguí pagando y un año después seguía teniendo la misma deuda. No entendía nada".

 

"Decidido, saqué turno en el banco, había que juntar el dinero y pagar. Yo no lo tenía y recurrí a un gran amigo que me allanó el camino. Cuando volví de una comisión sumé lo que tenía de mi sueldo, devolví el dinero prestado y pagué mis deudas, incluso me sobró. No había tanta inflación y se podía pensar a futuro. Mi amigo fue de fierro, siempre le agradecí y por eso lo destaco", evocó.

 

 "Ser telegrafista y radiotelegrafista es ser un profesional. No es para cualquiera, hay que sentir amor al trabajo y te tiene que gustar lo que hacés. Si uno no aprende rápido, no aprende más. A mí me encanta, fue gran parte de mi vida. Para mí trabajar es un placer, siempre disfruté, me genera felicidad", sentencia Tuco, quien está casado con Blanca Bianchi, tiene cinco hijos, 12 nietos y 7 bisnietos. Un verdadero "familión".

 

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