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Solalinde hacía seguir a Johana y ya le había apuntado con un arma

La mamá de la joven dijo que la notaba como "amenazada por algo" desde que empezó su relación con él.

Por redacción
| 06 de junio de 2021
Solalinde, de 48 años, el procesado por femicidio, a punto de ser trasladado a la cárcel. Foto: gentileza Héctor Portela.

El resultado de la autopsia, las pericias balísticas y la inspección en la escena del crimen y en el lugar donde se halló el cadáver confirmaron que Juan Carlos Solalinde, secretario general de la Uocra, asesinó intencionalmente y a sangre fría de cinco tiros a su expareja y madre de uno de sus hijos, Johana Galdeano. Pero hubo más pruebas, otras que demostraron que desde que la joven empezó su relación con el gremialista su vida perdió la paz que tanto la caracterizaba, porque ella era una chica tranquila. Esos elementos probatorios, que también fueron contemplados por la jueza Mirta Ucelay para procesar y enviar al Penal al femicida, son los testimonios de las personas que más conocían a la víctima y las que, de alguna manera, por su cercanía a ella, también sufrieron o experimentaron la persecución a la que Solalinde sometía a la muchacha.

 

Según esos testigos, el hombre quería saber día y noche dónde estaba ella, con quién hablaba y sobre qué. Contaron que, además de pegarle una vez y de jactarse de andar armado, le había apuntado con un arma de fuego mientras ella cargaba en brazos al hijo que tienen en común. Fue porque le dijo, como tantas otras veces, que quería separarse porque ya no soportaba vivir así.

 

Uno de esos testigos fue Gladys Soria, la madre de Johana. La mujer, como el resto de las personas que dieron testimonio, dejó en claro que su hija conoció al hombre hace unos siete años, cuando empezó a trabajar en el gremio de los obreros de la construcción. "Ella hizo un año o dos del servicio militar voluntario, como soldado", relató. Pero después la joven se quedó sin esa ocupación. Fue allí cuando conoció a Solalinde y fue empleada en la Uocra. "Ella siguió trabajando hasta ahora, pero él no la dejaba ir a la oficina, hacía que trabajara desde la casa", refirió.

 

La controlaba permanentemente, a tal punto que a veces él no le permitía hablar con otros y Gladys tenía que comunicarse con ella a través de señas. "Yo la notaba a ella como amenazada por algo", expresó. Percibía que Solalinde trataba de separarla de su familia y de sus amigos. No la dejaba sola nunca, ni siquiera cuando iba a visitar a sus padres.

 

Relató que la hacía seguir a todos lados con un amigo al que conocen como el "Turco" y que en el auto de ella, un Honda Civic negro, había instalado un GPS debajo del volante para determinar su ubicación. El femicida también le regaló un smartwatch, pero la chica jamás lo usó por temor a que el reloj también tuviera un sistema de rastreo. "Mi hija ya no tenía vida con este tipo", resumió.

 

Todo empeoró hace dos años, cuando nació el hijo que tienen en común. Johana trató de separarse del gremialista en numerosas oportunidades, pero él iba nuevamente a lo de la joven y le insistía en volver. "Una vez cayó cuando tenía COVID-19. No pensó ni en mi hija ni en el nene y se quedó con ella hasta el 24 de abril, que él cumplía años", recordó.

 

Ese fue el día que la víctima terminó definitivamente la relación. "Esa noche fuimos a la casa del padre de Solalinde y no alcanzamos a terminar de comer que un tal Silvio comenzó a tirar tiros. Yo le dije a mi hija: 'Vamos, porque estas cosas no me gustan'", narró.

 

"Fuimos a mi casa y al rato, él llegó ", dijo. El gremialista comenzó a discutir con la chica. "Fue porque Johana no quería saber más nada con él y empezó a decirle que la perseguía", recordó. La discusión, en la que ella le pedía plata para la leche y los pañales de su hijo, siguió afuera. "Al rato sentí los gritos de ella, que pedía: 'Llamá a la Policía porque el Kuki (como le dicen a Solalinde) me pegó'", agregó. La boca le quedó hinchada por varios días.

 

De las lesiones de ese día Johana tomó fotos, pero no se animó a denunciarlo. Según Gladys, su hija no lo hacía porque, en el fondo, lo quería, pero al mismo tiempo le temía.

 

La mujer sabía que él portaba armas. "Iba al campo y tiraba. Tenía un arma chiquita, que la hizo desaparecer; tenía una negra, que creo que era una 9 (milímetros); la que usó para matar a mi hija y un fusil para cazar chanchos", detalló.

 

La mejor amiga de Johana también sabía todo lo que la víctima pasó con el femicida, además de que andaba armado, porque vio las armas. "Ella era buena, sana, buscaba tener paz en su vida, pero él la perseguía todo el tiempo", aseguró. La testigo sabía eso no solo porque su amiga se lo había contado, sino porque ella y el resto de sus amigos notaban cuando eran perseguidos por Solalinde o por alguien enviado por él. "Veíamos los vehículos seguirnos", dijo. Es más, la víctima no quería hablar en su auto con sus amistades porque sabía que esas conversaciones eran escuchadas por su ex a través del aparato con GPS que le había instalado.

 

El gremialista la vigilaba tanto que ella llegó a temer por la vida de un exnovio, con quien el hombre había empezado a celarla. Tanto así que el último día de su vida, el miércoles 26 de mayo alrededor de las 13:30, Johana llamó por teléfono a Eric, un militar con el que había tenido una relación antes de conocer al secretario de la Uocra.

 

"Me dijo que quería cuidarme a mí y a mi familia y me dio a entender que su ex (el femicida) creía que ella estaba conmigo... Yo le dije que para qué me llamaba, ¿para que sienta miedo por mí y mi familia? Le dije que esas cosas las tenía que resolver ella", recordó. Johana le aclaró que Solalinde no le iba a hacer nada, aunque le aclaró que él conocía a mucha gente. Pero le manifestó que se quedara tranquilo, porque ella iba a hablar y nada le iba a pasar a él. Dos horas después, ella fue asesinada.

 

 

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